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miércoles, 20 de mayo de 2009

COMO LOS AMERICANOS

El andariego con su bicicleta y su maletón de mercancía, recorre las principales calles de Villaalgo. Se sorprende que no sienta nada extraño por su actividad. Se refiere a que su trabajo le parece tan digno como otro cualquiera y a que en ningún momento se siente arrepentido por su decisión.
Nadie le enseñó cómo vender. Hace su trabajo a imitación de los viajantes que le vendían a su madre y a su padre en su pueblo y también como ha visto que trabajan los vendedores americanos de las películas que tanto le gustan. No obstante, más de una vez, antes de abrir algún capicorte o de llamar a algún llamador de las puertas de los vecinos extraños, le ha recorrido por el cuerpo como un escalofrío, algo así como si se preguntara a si mismo qué hace una persona como él llamando a las puertas. En casa de sus padres no le faltaba de nada. Bueno si, en casa de sus padres le faltaba entenderse bien con su padre precisamente.
En esas estaba el andariego cuando un hombre que pasaba montado en un carro, tirado por una mula, le preguntó que si llevaba piedras de mechero.
- Si señor, algunas tengo.
- ¿Cuántas me das por una peseta?
- Cuatro, por una peseta cuatro.
- En Benavente me dan cinco, buen hombre.
- Usted perdone, algo he de ganar. Vaya a Benavente si quiere.
- Está bien. Ponme cuatro y ya que veo que llevas calcetines de trabajo, me das un par.
- Cierre el puño y levántelo que lo vea bien para saber qué talla de calcetín usa.
- Eso si que no. Levantar el brazo con el puño cerrado lo hacen los comunistas y yo soy del otro bando que son los vencedores.
- No se preocupe. Me hago una idea. Tome estos y muchas gracias, señor.
- Gracias a ti y que se de bien.
Hay que tener mucho cuidado, la gente hila muy fino, pensó el andariego. Como hacía un poco de rasca, se puso el jersey de lana gorda, de color azul, que le había hecho su madre por los Santos.
En el bar comió una ración de callos con garbanzos y tomó un vaso de vino.
- ¿Buscas alojamiento, buen hombre? Lo digo porque aquí es donde paran todos los viajantes. - Dijo la mesonera- Mujer recia y algo entrada en carnes, sobre todo en la parte de arriba.
Aún no está decidido. Ya veré.
La mesonera compra lienzo crudo para hacer un juego de sábanas para el ajuar de la chica casadera.
En la torre de la Iglesia encuerdan, es decir, tocan a muerto.
- Vaya, se murió Pascual. El hombre no resistió la embolia. Anda que las pobres hijas lo que han tenido que pasar desde que eran pequeñas. Pobre del que caiga en sus garras. - Dijo uno de los que jugaban la partida.
- Ya te digo. Se han convertido en unas amargadas y ahora se pondrán peor. Como no acaben en un manicomio, bien van. - Terció el del cigarro de cuarterón en las comisuras.
El andariego encendió un Bisonte y exhalando humo no pudo por menos que suspirar. “¡Vaya vida esta. Nos ha jodido!” - Dijo para si.
En los soportales de la Plaza Mayor se levantan remolinos que hacen volar las hojas y los papeles de los caramelos. Una pareja de perros están enganchados, como consecuencia, bien visible, de su frenético apareamiento. No ladran y la pobre perra espera, resignada y sumisa, a que se le pase la hinchazón a su compañero. El perro parece dar tiempo para volver a montarla.
Al andariego le vino a la mente que es primavera y lo notó.

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