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sábado, 23 de mayo de 2009

LA CAJA DE ZAPATOS CON GOMA

El andariego viajante ya está acostumbrado a vivir, casi siempre, con la duda, con esa lucha interna que le hace sentirse extraño. Una cosa es una preocupación y otra una duda, piensa.
Dentro de su ramificación, casi infinita, de pensamientos el que sobresale es el referido a su actividad como viajante. De sobra conoce el famoso cuento de la lechera, pero en sus fantasías de futuro inmediato, predomina la de ir avanzando por los pueblos de la provincia y cuando haya conseguido una clientela fija ir dando vueltas de un pueblo a otro y vuelta a empezar. No le vendría mal comprarse una moto, por ejemplo.
Mientras caminaba con su bicicleta cargada con el maletón, bajo un carro que estaba al lado de un portalón de los típicos de las casas de labranza, observó algo raro. Apoyó la bicicleta sobre la pared y fijándose mejor en aquel objeto, comprobó que se trataba de una caja de zapatos. “Una caja de zapatos con la goma y todo”.
Guardó entre el jersey lo encontrado y con su bicicleta, caminó hasta un rincón donde nadie le podría ver porque, como ya se ha dicho, a la gente no se la ve pero se sabe que está dentro y puede ser que esté siendo observado desde cualquiera de las ventanas de cada casa. Es frecuente notar cómo se mueven los visillos y según va pasando por la calle.
Se sienta al lado de sus pertenencias, enciende un cigarro y mira en condiciones la susodicha caja de cartón. En su interior no hay zapatos viejos ni nuevos. Lo que contiene la caja son dos sobres blancos llenos de billetes. Los cuenta bien y busca algún documento o fotografía que pudiera identificar a su dueño. Esto es mucho dinero, si no he contado mal, hay ciento veinte mil pesetas. Alguien que ha vendido unas vacas o una tierra, pensó ¿Qué hago yo con esta caja? ¿La devuelvo o me quedo con ella y ya tengo para comprarme un Seiscientos o un Lamborghini? ¿Me quedo con el dinero y me voy para Madrid y que nadie me vuelva a ver el pelo?
Una vez acabado el cigarro se dirigió hasta la Plaza Mayor. Como eran las seis y media de la tarde en el Ayuntamiento del pueblo había gente. Entró y preguntó por el alcalde. Solamente estaba una señora que hacía las veces de secretaria. En realidad, según supo, la señora era la maestra del pueblo que ayudaba a hacer los trabajos de máquina de escribir que se necesitaban en el Consistorio.
- Mira buen hombre. Vamos a acercarnos a la casa del alcalde y haces lo que él te aconseje.
El alcalde aconsejó que se hiciera un pregón por todas las calles de pueblo. Al que acredite ser el dueño de la caja se la devolvemos. Si no aparece nadie te la quedas y aquí paz y después gloria.
En una hora el alguacil con su tamboril y corneta ya había dado el pregón por cada una de las calles.
- ¿De dónde eres? - preguntó el alcalde.
- De Campazas, en la provincia de León.
- ¿Eso dónde queda?
- Cerca de Valderas.
- Ya me hago una idea. De Valderas vienen a vender queso, muy rico por cierto. Pues nada, si no aparece el dueño eres hombre rico. Ese dinero es un capital.
- A ver si hay suerte y aparece.
- Hombre, no me jodas, la suerte sería que no apareciera.
- Si le digo la verdad prefiero que aparezca, no podría vivir con la zozobra de que es dinero que a lo mejor arruina al que lo perdió.
- Lo que sea sonará. Mañana por la mañana ponemos un Edicto y lo repartimos por los lugares estratégicos del pueblo. Si pasado mañana, que es Sábado, no hay novedad, te quedas con la caja de zapatos y lo que contiene ¿Estamos?
- Estamos.
En el Mesón la gente que jugaba la partida y los cuatro que estaban holgazaneando en la barra, hacían todo tipo de comentarios sobre el acontecimiento del hallazgo que corría de boca en boca como la pólvora.
Como al andariego viajante no le gusta ser protagonista de nada, tomó un vaso de vino y sin comer más que unas avellanas, salió en dirección a las eras.
En una especie de cuneta apoyó su bicicleta y se dispuso a echar una cabezadita hasta que llegaran las diez de la noche. Con una cuerda atada a la cintura y a la bicicleta, por si acaso, se quedó tumbado mirando cómo avanzaban las nubes.
“Esa parece un elefante y aquella, un mapa de África".

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