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domingo, 22 de noviembre de 2009

MI CENIZA SE VUELVE ESPUMA

“Cada uno de los agujeros por los que me
desangro me los hizo él con un beso“.
ELIZABETH SMARTH
I.- Lectura en el oasis con noria.

Sentada a la sombra de la palmera,
junto al pozo del que riega la noria,
leo un libro de poemas como dátiles.
Cuando llegue el agua al fin del surco,
soñaré en jergón de hojas de mazorca.

El velo me protege de miradas y del sol,
que abrasa la piel y sólo quedan ojos
que lo miran todo, que lo ven todo.
Buscar la luz, incluso en lo oscuro.

En la casa de tapiales ocres y patios,
me baño en agua tibia de tulipanes
y cepillo mi pelo como cola de caballo.
Romper con todo, partir con lo puesto
y viajar al encuentro con él, que escribe.

II.- Sentada en el café del puerto.
Nadie le conoce, nadie sabe quién es
y sentada en el borde, lloro impotencia.
En mi corazón vibran hilos de seda
esperando que las sombras sean noche.
Si no llega, me refugio en otro abrazo.

Soy mujer nacida en la polvareda
del camino pedregoso, arado roto
que rotura planicies de piedras.
Soy espuma que se queda en nada.

Llega el que escribe, como ángel,
me abre puertas de paraísos
y me transporta a la dulce entrega,
absoluta, eterna dulzura, y permito,
subyugada, hasta lo más primitivo.

III.- Y la nave llega al mar.

Se nace a la vida a la vez que a la muerte,
que habita dentro, como el hijo que viene.
Soy sangre de la sangre que mama,
que respira hondo cuando suspiro.
El hombre de versos dona simiente.

Amar así, es amar al hombre amado,
aunque no brillen gotas de perfección,
sólo con el roce de la palabra y el tacto,
me enhebra a su costura y me revive.

Alguien se encargará del epitafio:
“Aquí, la que no murió del todo”.
El fin de cualquier tránsito es el mar
donde pueda amarle después de muerta
y notar cómo mi ceniza se vuelve espuma.

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