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domingo, 27 de enero de 2008

T. Q. 27 de enero, domingo.

Las noches son mi tortura y mi delicia y la de hoy ha sido mas que nunca. Afortunadamente me he contenido y no bebí. Solo fumé dos cigarros mientras leía unos relatos preciosos de Monterroso. Maurice, mi marido, hoy tiene caza y no volverá hasta el atardecer. Llevamos una mala temporada, mi libido ha caído por los suelos y nunca tengo ganas. Esta mañana me levanté al mismo tiempo y mientras se duchaba le vi lo mal que lo debe estar pasando así que le di una sorpresa. Nunca me gustó tanto hacerle feliz, hasta la última gota, lo que se merecía desde hacía más de un mes. Le acompañé hasta el todo terreno y junto con los perros, se fue tan contento. Que tengas buen día de caza. Vete al rastro y pásalo bien y como mucho, una caña. No sé, hoy viene la peluquera. Nos dimos un beso en los labios y se fue. Falta poco. Coloqué el desastre de mi mesa de trabajo y me sentía impaciente, pero ilusionada. En la noche mi imaginación se desbocó y eso es bueno. Ahí está. Le abrí la cancela y esperé a la puerta del porche. Perdona, el retraso. Me entretuve despidiendo a mi marido ¿Es cazador? No, juega campeonatos de tenis y padel en un club de la Sierra. No vuelve hasta el atardecer. Tienes un chalet precioso. Traía un maletín y un neceser con los artilugios de su profesión. Te mandé un mensaje ayer. Lo vi pero no suelo contestar. Vaya, pues me has tenido preocupada ¿Preocupada? Si, pensaba que había metido la pata. No mujer. Necesitamos ponernos delante de un buen espejo. Lo he pensado y creo que el mejor sitio es en mi habitación. Mira a ver si los de los armarios empotrados nos valen. Perfectos, pues aquí montamos nuestro salón de peluquería particular ¿Te llamo Hair? Si, ahora me he puesto ese seudónimo y yo a ti ¿Cómo te llamo? Llámame Theresse, me gusta. Tomamos una coca-cola en el salón y fumamos unos cigarros. Me da pereza que me hagas nada hoy. La peluquería para mi siempre es una tortura. Salvo contigo, nunca me quedo a gusto con lo que me hacen. Te lo digo sinceramente ¿Conmigo te quedabas contenta? Casi siempre. Lo hacías tan entusiasmada con tu trabajo que daba gusto ponerse en tus manos. Transmites mucho optimismo, eso para mi es fundamental. Dejé de ir a tu peluquería cuando ya no estabas. La nueva no me gusta mucho. Si te sirve de algo, contestó, eras mi clienta preferida. No me ponías pegas. Me acuerdo de tu viaje a Egipto, de tu viaje a París, me lo contabas todo. Es que fueron cinco años y siempre contigo. Imagínate que llevo casi medio año sin depilarme arriba. Me da vergüenza. Entre nosotras no debería existir la vergüenza. Me gustaría ser tu amiga mas que tu peluquera. Al menos ser las dos cosas. Claro que si mujer. Haremos un pacto de confianza y libertad, ¿Quieres? Quiero, contestó Hair. Y chocamos nuestros vasos de cocacola y nos dimos un beso en las mejilla ¿Nos relajamos entonces? Nos relajamos. ¿Te cuento un secreto? Cuenta. Lo que más me gusta cuando estoy en casa es estar desnuda. Quiero notar en mis pies la madera, el terrazo, la naturaleza y en mi cuerpo el aire, la brisa, la vida del viento. Joder, Therese, así hago yo nada mas entrar en casa. Mi marido y yo desnudos casi siempre. Y ahí empezó el diario de mi peluquera y yo. No se si podré transmitir en mis futuros escritos lo que supone tener una peluquera particular. Ahora sé que habrá otros escritos y otra música en mis versos. Hay un latido interno que me sirve. Cecilia Bartoli, canta al fondo “Una furtiva lágrima”, y se me erizan los sentidos... T. Q.

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