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jueves, 12 de junio de 2008

EL VIAJERO DE TRAJE GASTADO (III)

El viajero vuelve a su sitio y con el ala del sombrero tapándole la vista, trata de estirar las piernas. De reojo, ve su imagen en el cristal de la ventanilla, una especie de sombra que no le gusta nada, pero nada. Reflexiona y se da cuenta de que debe cambiar de actitud. Tiene un nuevo nombre, Jeremy, por lo tanto estrena, también, nueva actitud, nueva identidad, nueva personalidad. Al fin y al cabo, todo lo pasado, pasado está y la nueva decisión, desea con toda su alma, que le cambie la vida totalmente. Se quita el sombrero, coge su viejo maletín y lo coloca sobre sus dos maletas que están en el maletero frente a él. El niño ya habla un poco y se dirige a Jeremy ofreciéndole una galleta. No guapo, para ti. Su madre dice que no moleste al señor. No es molestia, déjele mujer, que es muy simpático. La joven no le quita ojo. Sentado cómodamente, trata de estructurar sus pensamientos. Par empezar, reflexiona, he de ponerme dos apellidos, si por el pasillo pasa una mujer, avanzaré en el abecedario, si es un hombre el que pasa, retrocederé. Se fija en la madre del niño y calcula edades. Si la joven que me habló aparenta dieciocho o veinte, su hermana mayor tendrá unos veintinueve o treinta. Ambas son guapas y visten elegantemente. Sus relojes, anillos y pulseras, denotan buena posición económica. Clase media alta, se dice. Por el pasillo avanza una mujer mayor. Mi apellido primero es Keane y el segundo... el segundo... Lois. A partir de ahora soy Jeremy Keane Lois. Nunca me equivocaré. La joven lee una revista de cine y la mayor se quita su jersey de cuello alto. Luce una camiseta azul cielo, muy ceñida, y no usa sujetador. Sus senos son grandes y sus pezones abultados. Se siente vivo y decide que se cortará el pelo en cuanto tenga trabajo. El niño da guerra y la madre lo coge en brazos, sin inmutarse levanta un poco la camiseta y saca su seno derecho y su hijo, ni corto ni perezoso, se lanza a por su alimento y entonces ve la aureola tan negra y el pezón tan largo. Nada hay perdido, el viajero se siente vivo, enérgico, siente que aún puede renacer de sus cenizas y mientras contempla, sin disimulo, la escena de la madre amamantando a su hijo, nota que mañana puede ser un gran día. Nunca tirará la toalla y como un flash, decide querer construir su gran futuro y automáticamente le nace en el corazón un objetivo a medio plazo: En un año tendré buenos trajes y coche, en dos, casa y mujer, en cuatro una hija. Cruza sus piernas y al cabo de diez minutos, el niño con un gesto, pide a su madre que le de la otra teta y la madre, se tapa una y destapa la otra. Tanta ternura, tanta vida, tanta ilusión. El viajero no puede evitar que sus ojos brillen como el fuego y una lágrima se le prende de las pestañas. Afuera está oscuro y sigue lloviendo. Jeremy, acaba de nacer, con tanto ímpetu, que se sorprende y decide abrir su maletín y saca su libro de cabecera. “Una vez tuve una granja en África...”

1 comentarios:

Blogger goloviarte ha dicho...

añadido en la etiqueta " literatura" en aquiestatublog
gracias y pásate a disfrutar de otros blog y si quieres mira algo de publi,eso valora mi trabajo

12 de junio de 2008, 12:14  

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