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lunes, 16 de junio de 2008

EL VIAJERO DEL TRAJE GASTADO (VII)

El viajero trata de no martirizarse con la experiencia del tren. Participa en el ambiente cerrado y denso de un compartimento, convive con dos desconocidas, y un niño, durante el tiempo que dura el viaje sin retorno, es parte, solo eso, algo así como si fuera un elemento decorativo más. No quiere involucrarse, ni que le afecte. Mañana todo habrá terminado. Comenzará la peripecia de su lucha por la supervivencia y punto. Pero... por primera vez se siente confortado con la mirada persistente de Usuri. Usuri... es ¿cómo lo diria? Usuri es guapa, culta, inteligente, más madura de lo normal para su edad, lleva el pelo largo, ondulado, casi color caoba, le gusta el cine y su cuerpo es liviano y perfecto en las formas. Podría ser modelo de un pintor o de un fotógrafo. Sus ojos vivos y brillantes, llenos de vida y de juventud. Sus labios carnosos y sus dientes blancos como un resplandor, y toda su boca es carnalidad y erotismo. Usuri tiene las manos cuidadas, uñas largas y perfectamente pintadas de rojo carmesí. Usuri es hermosa y el viajero se siente halagado, como hombre, de que no deje de mirarle. Ha cargado de gasolina su zippo y decide salir al pasillo.
Busca otro compartimento vacío y se da cuenta de que tres más allá del suyo hay uno sin gente. Se apoya sobre el pasamanos y enciende con su zippo su cigarrillo Phlips Morris emboquillado. Succiona el humo y lo expulsa haciendo círculos concéntricos. Tiene los zapatos gastados y algo sucios. Otra cosa más que renovar. En realidad, echa de menos que Usuri no haya salido a fumar con él.
- Ven conmigo... Jeremy. Dame la mano.
- ¿Ésta sorpresa? ¿Dónde me llevas?
Usuri le llevó de la mano hasta el corpartimento vacío. Cerró con el cerrojo y contra la puerta, le abrazó.
- Hazme el amor Jeremy, no resisto más.
Se amaron como se aman dos amantes desesperados de ganas de sentirse y deseo de lo más intenso del placer. El viajero no quiere estar pensando en Usuri más tiempo de la cuenta y por eso la penetró, sin dificultad, por el ano y allí dentro, descargó su furia masculina contenida durante mucho tiempo.
- No quiero que te quedes preñada y estar toda mi vida con la duda. Cuando me baje de este tren desapareceré para siempre.
Usuri le abrazó intensamente con lágrimas en los ojos, radiante de felicidad por los orgasmos recibidos y por sentir dentro el semen denso del hombre desconocido que ama. Mientras Usuri acariciaba, besaba y chupaba el miembro de Jeremy, éste preguntó cuántos años tiene el niño de Ámbar.
- Año y medio. Paris, el hijo de mi hermana, tiene año y medio. Como por resorte, el viajero se levantó y colocándose la ropa, salió disparado hasta su compartimento. Ámbar se había puesto una camisa y dormía apoyada en una bolsa a modo de almohada. Paris, su hijo, dormía tapado con su mantita. Jeremy tocó la frente del niño y la tenía fría como un cadáver.
- Este niño se muere. Dijo.
Ámbar se despertó asustada. “No, dios, no. Mi hijo no”. El niño estaba inconsciente, blanco como la cera de un cirio. El viajero trató de animarle. Le hizo la respiración boca a boca. Se sentó en el banco del compartimento y dio varios golpes con la palma de la mano sobre la espalda del crio. Le movió la cabeza bruscamente y le dio dos tortazos en la cara, le puso boca abajo y entonces, casi milagrosamente, el niño tosió y tosió, varias veces, y le vino un vómito... se había tragado el botón perdido de la chaqueta del traje gastado del viajero. Su madre, Ámbar, le dio agua y le puso colonia en la frente y en el pecho. Poco a poco, se animó y empezó a decir, con su media lengua, que el viajero era malo, porque le había pegado unos tortazos en la cara. Así fue como el viajero salvó la vida del niño y así fue como Jeremy Keane Lois, se sintió satisfecho de estar vivo...
Usuri y Ámbar lloraban y reían abrazando al niño.
El traqueteo del tren, las sombras que habitaban la noche, las risas y los llantos de las mujeres y del niño salvado... todo era tan sublime que el viajero no pudo por menos que sentirse bien, como hacía siglos no se sentía. Cogió su libro de cabecera y leyó: “Una vez tuve una granja en África...”.

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