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lunes, 18 de agosto de 2008

"MI GAVILÁN"

Escucha, despacio, muy despacio, siéntelo: ¿percibes como fricciona el roce del arco por los bordones? ¿te imaginas el esfuerzo físico de los dedos deslizándose suave, pero rotundos, a través del largo y ancho mástil de su fiel y dócil instrumento, el esfuerzo de concentración, para que no se distraiga, ni una sola nota, de la densa partitura, memorizada a base de repetir y repetir, mil, dos mil veces? ¿te das cuenta del in crescendo y del trémolo, del sentimiento sublime con el está tocando en éste preciso instante? ¿sientes volar tu imaginación hasta llegar a lo más elevado de lo sublime y celestial de la creación del músico y la comunicación, íntima, entre ella y el instrumento al que le arranca los más insólitos y armoniosos sonidos? Así es como podrá tocar nuestra hija algún día, cuando crezca, cuando estudie y practique infinitas horas hasta llegar a la perfección sonora, al virtuosismo y calidad interpretativa de la música de un Shubert, un Schuman, un Bach o, tal vez un Elgar. Así, en silencio, permite que se deslice hasta dentro, suave como el roce de la brisa de tu aliento, como el vuelo de mi gavilán cuando planea cerca del alero del palomar y concibe a la hija que algún día tendremos para que sea la reina de los escenarios del mundo, tocando el cello, como lo toca Jacqueline, que ahora escuchamos, mientras te quedas de mi. Escucha, despacio, muy despacio, siéntelo: dios.

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