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miércoles, 6 de agosto de 2008

EL BAÑO Y BODONI

La bañera era más grande que las que había visto hasta ese momento. Decidí desnudarme y entrar junto a aquella desconocida, por mucho que pareciera siglos que nos conocíamos. Me puse en el otro extremo y alargué un cigarrillo de los míos, Bisonte sin emboquillar, lo cogió sorprendida.
- De éste fumaba cuando estudiaba en León.
Se lo encendí. Fumaba con sofisticación, como Ingrid Bergman en “Intermezzo”, inhalaba hondo y sus bocanadas de humo eran lentas y abundantes. El olor a incienso de las velas y al sándalo, las sombras de las llamas en las paredes... me transportaba a oasis de placeres imaginados en mis lecturas de Las mil y una noches. A veces cerraba los ojos y se quedaba como en éxtasis y yo a veces la odiaba y otras la deseaba.
- Cuando te pedí fuego te quedaste mirando mis tetas y a mis ojos ¿Te gustan? ¿Quieres comérmelas? Ven, estás muy lejos. Ponte aquí de espaldas a mi.
- No eso no. Ven tu si quieres, pero yo no voy.
Se volvió de espaldas y ayudándose de los pies se sentó entre mis piernas. El agua nos cubría hasta sus pezones, a veces, porque las olas se los cubrían o no.
- Dame vino por la botella. No usaremos las copas. Dios qué delicia, ahora mismo se tendría que detener todo. Quedarnos con la imagen congelada, como un fotograma de una película que se queda parada antes de quemarse.
Bebió un trago muy largo y me cedió la botella. Estaba muy frío. Puse la botella entre sus pechos y aprovechó para juntarlos, como si fuera un gran falo. Bebió otro poco y me la cedió. Volvió su boca hasta la mía y me pidió mi vino de la boca. Pensé en el hombre que no ve. Espera, y tomé un buen trago y parte se lo cedí. Su lengua ya quería la mía. Puso mis manos sobre sus pechos y me pidió que se los magreara. Se volvía y me ofrecía la lengua... pero yo la rechazaba. Se volvió bruscamente y me comió la boca con inusitado frenesí, loca... y cedí. Era irresistible. Cuando la botella estaba vacía me pidió que se la metiera mientras le comía los pezones. Le vino varias veces, hasta quedar exhausta. Salimos de la bañera, me cogió de la mano y me llevó a la habitación. Quitó la colcha y sobre sus sábanas de raso rosa me hizo lo que quiso hasta que me vino inmensamente y me bebió como se bebe de una fuente cuando se viene de segar. Aprendí que podría ser mujer de una mujer cuando me interesara y no sentía ni vergüenza ni cargo de conciencia. Era la primera vez que me corría por y con alguien que no fuera yo misma y me gustó tanto... pero tanto.
- La próxima vez te arreglaré el pubis y lo de la virginidad. Conmigo no te quedarás preñada. Si quieres puedes venir a vivir aquí. Ayudas a pagar los gastos y ya está. Piénsalo mientras convenzo a mi novio. El tardará un año, o más, en regresar. Está en comisión de servicio en Vitoria. Es comisario de la secreta y vive en tensión permanente, en el filo del cuchillo a todas horas. Soy débil contigo porque tengo que ser fuerte conmigo... Angie.
Me llevó en su coche hasta la Biblioteca Nacional y enseñando la placa, le dijo a la bibliotecaria que era colaboradora suya, que me facilitaran lo que pidiera. Nos despedimos con apretón de manos, para disimular.
- ¿Paso a recogerte y cenamos en casa? Nos quedó todo por hablar y la dorada a la espalda.
- Otro día, tal vez.
- Ya sabes. Es nuestro secreto para toda la vida.
- Nuestro secreto. No te conozco de nada.
- Ni yo a ti. Por desgracia.
Giambattista Bodoni diseñó el tipo de letra que lleva su nombre y se usaba en las ediciones de lujo. Lo puso de moda y revitalizó Franco María de Ricci con la edición del “Manual tipográfico”. Nos vendrá bien cuando editemos nuestros libros de Arte en ediciones para bibliófilos y coleccionistas. Es un mundo apasionante el de la edición de libros artísticos. Tengo que hacerme una profesional, se lo diré al hombre que no ve. Hay que viajar a Bolonia, Milán, París, Nueva York. Toda una vida, toda mi vida.
¿Qué habrá sido de Abel, el político?
“Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos del placer perdido,/ a aumentar la ansiedad y la agonía/ de este desierto corazón herido?”/ José de Espronceda.

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