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jueves, 7 de agosto de 2008

LA HABITACIÓN PROHIBIDA

Marlene llegó muy tarde. Hablamos mucho rato hasta que caímos rendidas. Estuvo con los dos amigos, Vladimir y Mario, dice que en su país era experta, como estudiosa y observadora en directo, en guerra de guerrillas, en barricadas y algaradas callejeras, que hay gente interesada en escuchar sus experiencias y conocimientos. Que tengo que despertar, que la dictadura me ha tenido secuestrada la voluntad. Duermo y sueño con velas, con hogueras en las calles, con algarabía, con sangre, mucha sangre y miembros mutilados. Una pesadilla.
Al mirarme al espejo, mientras me arreglaba para ir al trabajo, noto un semicírculo rojizo alrededor del pezón derecho, huellas del baño y de lo que pasó. Toda mi piel se ha vuelto sensible y sólo con pensar, con recordar, me vienen ganas. Tengo que dominarme.
El hombre que no ve, me espera.
- La Biblioteca Nacional es un monumento, aparte del meramente arquitectónico, que también, un paraíso para aquél que ame los libros y lo que significan. Me han dado todo tipo de facilidades y acceso hasta las salas reservadas a los especialistas. Me harán carnet especial como investigadora bibliográfica. Tengo que volver con dos fotografías. Creo que no debemos limitarnos a hacer una simple ficha de cada libro. Necesitamos hacer un informe detallado sobre fecha de edición, autor, conservación, tipografía, tipo de papel, ilustraciones, portada, encuadernación, etc, etc. Así uno por uno.
- Fui asiduo lector en la Biblioteca, cuando era estudiante, y nunca me dejaron entrar en las salas privadas para bibliófilos o investigadores. Replicó.
- La bibliotecaria que me atendió, se sorprendió de que fuera preguntando por Gianbattitsa Bodoni y ese debió ser el motivo. Me contó que su sueño es visitar Bolonia para ver los incunables que allí se encuentran. Que es una entusiasta de la tipografía y encuadernación, que me ayudará todo lo que pueda
- Muy bien, Angie. Te noto entusiasmada y esa es buena señal ¿Qué habitación has elegido para tu despacho?
- La de aquí al lado sería la mejor, por proximidad, para cualquier consulta o comentario con usted.
- Precisamente en esa no se puede. Está de trastero, ya sabes, utensilios viejos, baúles y enseres domésticos a destruir el día que tengamos tiempo. Con esa habitación no cuentes.
- Está bien, me pondré en la que le sigue.
La habitación tercera del pasillo, a la derecha, es interior. Abrí las cortinas y la ventana para ver el patio. Es luminosa y a ratos soleada. En el centro hay una mesa de despacho de caoba labrada similar a la de el hombre que no ve, pero más pequeña. El sillón es de madera a juego con la mesa y tiene algunos grabados en los posa brazos, terminando con la figura de cabeza de león en sus extremos. Las paredes están forradas, o casi, de vitrinas acristaladas llenas de libros, desde el suelo hasta el techo. Hay distintos objetos artísticos de bronce o alabastro, fósiles, miniaturas diversas, máscaras tribales, cosas extrañas para mi. La lámpara es de bronce, con seis brazos y bombillas de vela. Un par de sillas frente a la mesa y una lámpara de pie en uno de los rincones junto a la ventana.
Se me cae el mundo cuando pienso la cantidad de trabajo que hay por medio. Los cajones de mi mesa y las vitrinas están cerradas con llave y no quiero molestar al hombre que no ve.
Me asomo al patio interior. Es muy grande, debajo hay una fuente redonda y maceteros enormes con rosales, bonsáis y geranios. En una de las ventanas, del quinto piso interior, se ve a una joven que parece estar estudiando. Solo se le ven los brazos y un hombro desnudo. La veo que pasa las hojas de un libro y a veces. se ve su media melena rubia, muy rubia. Al volver a sentarme en mi mesa, se me humedecieron los ojos ¿Seré capaz de llevar adelante tanta responsabilidad?
- Angie, ¿te gusta tu despacho?
- Si señor, mucho. Pero faltan las llaves de las vitrinas y de los cajones de mi mesa.
- Están en una jarra de cerámica que debe estar por ahí. Toma Angie, para que compres algo que te guste. Dijo ofreciéndome un sobre cerrado.
- Muchas gracias.
La boca de la jarra era pequeña y apenas me cabía la mano, por lo que decidí volcarla. Aparecieron tres llaves unidas por una anilla, tres balas nueve milímetros, parabellum y tres canicas de cristal de diferentes colores
Entre unas cosas y otras siento un ahogo, una inquietud, como si estuviera al lado de tres enjambres y cinco avisperos. El hombre que no ve, me duele y no sé si es bueno o malo. Me asomaré de vez en cuando a respirar aire puro. Aquí huele a historia antigua, a cripta, a ermita rodeada de encinas milenarias.
A mediodía, al ir a casa a comer, en la calle, eché una mirada por si notaba a alguien que me vigilara. Bajando hacia Sol, abrí el sobre: Un billete de mil pesetas que me viene muy bien para no tener ahogo de falta de dinero hasta que cobre a fin de mes. Sin embrago, no me sentía contenta ¿Los sueños también tienen precio?
“Vivo sin vivir en mi,/ y tan alta vida espero,/ que muero porque no muero”/. Santa Teresa de Jesús.

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