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jueves, 23 de abril de 2009

SOPHIE

XV
El hombre negro trabajó con su lengua en mi vulva lo inimaginable y cuando me vino, metió dos de sus dedos y me rompió la membrana elástica que separa la vagina de las entrañas. Sentí una especie de arañazo de púa de zarza dentro de lo más profundo de mi, pero como aún me estaba viniendo, casi ni me di cuenta. Nunca sabré si el dolor me provocó el máximo placer o si fue el placer el que me produjo el dolor. Por eso lloraba de felicidad, lloraba por mi liberación, por mi valentía, por mi nuevo horizonte como persona.

Lloré como niña desconsolada mientras Sawa limpiaba con unos kleenex los dedos ensangrentados de Mossés. “Mira, Sophie, esta sangre era tu virginidad. Ahora mancharás un poco durante unos días hasta que se cure la herida. Ya se te puede penetrar ¿Quieres?”. Antes de responder Sawa me comió la boca y mientras Mossés la penetraba yo comí, entre lágrimas, la suya.
El hombre negro comprendió que ya no era posible más emoción para una sola noche, por lo que extasiado y bramando como un toro, se vino en torrente lácteo que distribuyó equitativamente entre la boca de Sawa y mis asustados pezones.

La diosa de ébano me dio a tragar su parte, mientras Mossés se limpiaba el instrumento por mi cara y mis rastas. Nada de aquello se puede describir fielmente, porque todo era parte de un sueño. Mañana, cuando despierte, podré rebobinar, pausa a pausa, cada instante de lo que ha sucedido dentro de mi alma de hembra, dentro de mi cuerpo como persona, o viceversa. Mañana sabré, verdaderamente, si hice bien o no, ahora nada importa más allá del propio acontecimiento, de la propia vivencia y era inmensamente feliz.

Sawa y Mossés se mostraron con tanta delicadeza conmigo, con tanto amor, podría decir, con tanta entrega que me acordé de mi madre. Mi madre nunca me habló con claridad de estas cosas y he tenido que ser yo sola la que me he tenido que enfrentar ante esta situación. No se lo reprocho, ¿o si?, porque ella seguro que no sabría como explicármelo.

Serenos y abrazados durante unos minutos, quedamos como adormilados, como si los tres estuviéramos digiriendo, pacíficamente, las consecuencias de nuestra batalla. Fueron minutos inmensos de total armonía y comunión entre los tres. Mi cuerpo tan blanco y delgado refulgía como estrella blanca entre los dos cuerpos, bellos como ángeles negros que eran Sawa y Mossés.

Existe la belleza y allí yo era la parte más blanca, la figura central y excelsa del cuadro perfecto por su armonía y serenidad. Sentí que era tan hermosa como ellos. Me emocionaba tanto... que me estremecí.

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