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sábado, 23 de mayo de 2009

¿DÓNDE LAS ALONDRAS?

El andariego viajante parece disponer de buen reloj biológico y, como había previsto, se despertó, automáticamente, sobre las nueve de la noche. Al abrir los ojos, aterido de frío, comprobó que el cielo se había encargado de dispersar las nubes y dejar al descubierto la bóveda limpia y azul ¡Qué maravilla, el cielo sabe lo que necesito!
Recuperado de la primera impresión, se desató de la bicicleta y despacio, se repeinó con los dedos y compuso su desaliñado aspecto.
Con la bicicleta Orbea, prestada por su padre, tirando del manillar, caminaba lentamente hacía el pueblo que parecía un fantasma de sombras acostado sobre una bahía desolada de luces y de vida. Antes de entrar en la Calle Ancha, bebió de la fuente que sirve para llenar el pilón donde beben los animales de los labradores.
El agua fresca en la cara y por el cuello, le despejó un poco. Encendió un Bisonte y mirando a su maletón de mercancía, el andariego viajante, pensó que no es bueno que un hombre ande solo por los caminos de dios con una bicicleta cargada como única meta en la vida. “Necesito tener casa”. Otra decisión ineludible: Tener casa donde comer, dormir, asearse en condiciones, tener un armario ropero, tener un par de libros o tres, tener un cuaderno para llevar bien las cuentas, tener una radio, tener un jardín con dos geranios, tener una parra, un rosal, tener... Dios mío, tener o no tener ¿Cómo acertar?
La noche de lobos invitaba a esconderse, a no ser visible por nada ni nadie. No se le pasaba por la cabeza la caja de zapatos, con goma, llena de billetes que se había encontrado. En cierto modo la daba por perdida. Las calles embarradas obligaban a andar con cuidado para no pisar en los charcos y empaparse los calcetines con el agua sucia y casi helada. Muy de tarde en tarde, una mísera luz de las dispersas farolas, le libraban de los atolladeros.
A veces, a través de las puertas se oían conversaciones, pequeños ruidos misteriosos, algún suspiro profundo o alguna canción de Antonio Molina que emitía la radio.
Al pasar pegado a la pared, pudo observar luz en una ventana y a través de los visillos medio descorridos, una muchacha se desnudaba ante el espejo del armario. Se paró un poco y por considerarlo como un acto impropio, se limitó a memorizar el número de la calle, el nombre de esta y avanzar rápido. Sobre las nueve y media se desnuda y se acaricia una muchacha preciosa, pensó. Volveré de día a tratar de vender algo a su madre y con un poco de suerte la veo vestida.
Tener mujer, tener familia, otra cuestión para guardar en la alforja de los futuros.
Por la calle no anda un alma. Hasta los perros ladran desde dentro de las tapias. Algún gato negro cruza desesperado y una lechuza sobrevuela de tejado en tejado hasta llegar a la veleta de la torre donde se dedica a vigilar los flecos de las sombras, por si cae algo.
La bicicleta y el andariego viajante solamente son una sombra de película de miedo. Al llegar a la puerta de la calleja, se queda pegado como si fuera la puerta misma. A las diez en punto se abre con un leve chirrido. La hermana mayor, vestida de luto y con los ojos encendidos de carbón, le recibe.
- Pasa en silencio, que nadie lo sepa. Me alegro de que te hayas decidido a venir. Entra por la senda hasta aquella puerta del fondo, allí te esperará mi hermana. Está medio pueblo velando al difunto del padre nuestro, pero a las doce se van todos y no vuelven hasta las ocho de la mañana. Es costumbre que los difuntos pasen la última noche en casa, completamente solos en su habitación de ovito, para que sus sueños incumplidos en vida queden impregnados entre los poros de las paredes y techos de la casa. Se cree que así sus descendientes podrán conseguir que parte de esos sueños se hagan realidad. Cuando se hayan ido, tendremos todo el tiempo del mundo para los tres.
- Está bien. Te acompaño en el sentimiento.
- Gracias Abel, fue cosa de Dios. Pasa sin un ruido ¿Te gustan los huevos fritos?
- Si, me gustan mucho.
- Tendrás huevos, chorizo y más cosas. Hambre no vas a pasar. Cuanto antes saldrá mi hermana a buscarte por la otra puerta ¿Hace?
- Hace.
El cielo es testigo de que el andariego viajante se deja llevar como si fuera un tronco que baja por la corriente de un río tortuoso. Es la vida, pensó mientras miraba a la luna que sonreía. No obstante, algo le inquietaba profundamente: ¿Dónde las alondras?

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