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domingo, 24 de mayo de 2009

LA MÚSICA DE LOS INSTANTES

El andariego viajante y su inseparable bicicleta, cruzan la huerta de frutales por la senda que le indica la mayor de las hermanas, observando cada detalle perceptible en la noche cerrada, hasta llegar a la puerta que le indicó la muchacha.
No se atreve a toser ni a respirar como aquel que dice ¿Qué necesidad tengo de andar con estos misterios? El caso es que alguna extraña fuerza magnética le lleva a vivir esta experiencia como algo inevitable, como si se tratara de una fuerza mayor que le produce placer. El placentero gusto por traspasar la puerta que le lleve hasta el fondo del abismo de lo prohibido donde caer entregado a un destino incógnito. Mientras piensa, trata de identificar un suave murmullo que proviene de una de las ventanas que dan a la huerta y sin moverse del sitio, llega a identificarlo. Los familiares y amigos que velan al difunto están rezando un rosario.
La huerta debe tener media hectárea de terreno divido en tres secciones: árboles frutales, chopos y tierra de labor, las tres regadas por el agua que saca del pozo un motor para riego de la marca Piva. En estos pensamientos estaba el andariego viajante cuando se abrió la puerta.
- Pasa Abel. Perdona, estábamos rezando un rosario de difuntos por el alma del padre muerto. Esta es la zona de la casa que pertenece al comercio. Tenemos tienda de comestibles, ferretería, materiales de construcción y un poco de todo. Te he traído un bocadillo de queso y algo de vino en esta botella. Cuando se vayan todos haremos cena para los tres y hablamos en condiciones. Tenemos algo que proponerte que creemos nos puede interesar.
- Gracias. Tengo hambre, la verdad sea dicha.
- La hora no es para menos. No enciendas ninguna luz. Con esta linterna te alumbras si la necesitas, pero es preferible que te quedes sentado en este escaño hasta que regresemos.
- ¿No hubiera sido mejor haber venido mañana por la tarde una vez enterrado tu padre?
- En nuestro caso no. Lo hemos tenido que hacer así porque tenemos mucha prisa en solucionar algunos problemas imprevistos. No ha habido otro remedio, de verdad Abel, porque suponemos que eres andariego viajante sin destino fijo y hoy estás pero mañana, tal vez, no. Confía en mi.
- Confiar confío, pero reconoce que es extraño tener que andar a estas horas atravesando huertas.
- Abel, por favor, no me lo pongas más difícil. Nunca te haría daño por nada del mundo y mi hermana tampoco. Si supieras lo que duele perder a un padre, si supieras lo que estoy sufriendo porque, aparte de la muerte está la vida y nuestra vida es especial y complicada.
- Me imagino y lo siento mucho, de verdad.
- Necesito que me abraces Abel, por favor.
- No llores mujer, no llores.
El andariego viajante abrazó a la muchacha que, enlutada, era un reguero de lágrimas y su rostro parecía una Dolorosa. Ella se abrazó pegándose a su cuerpo con una fuerza tal que se podía sentir cada una de las formas de su cuerpo de mujer. De forma involuntaria, por ambas partes, se encontraron apoyados contra la pared y lo que había podido ser un abrazo de amistad o de apoyo moral para mitigar el dolor de la muchacha por la muerte de su padre, se convirtió en un abrazo que iba mucho más allá.
- No llores, por favor no llores.
- Más fuerte Abel, abrázame más fuerte.
- Quieta así, pero sin llorar.
- Abel, me gustaría besarte.
- Bésame.
- ¿No sabes besar, Abel?
- No
- ¿Te enseño?
- Si.
- Cuando se hayan ido. Salí con la disculpa de que iba al baño.
Es difícil comprender, por lo que, a veces, es mejor no darle importancia. El silencio de la estancia no era absoluto. Una música interna se escuchaba dentro de los pulsos. Era el caminar de los instantes. Si alguna vez pudiera elegir, quisiera elegir ser listo o tonto del todo, pensó.

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