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viernes, 17 de julio de 2009

PRAXILA Y TEA (VII)

VII
Desde niña sentí una inusitada fascinación por los edificios especiales. Recuerdo que cuando era niña, mis padres y mis hermanos, fuimos de vacaciones a un pueblo precioso de Galicia donde mi padre tenía un intimo amigo que conservaba de cuando hizo la mili.
El pueblo se llama Bayona y no olvido jamás muchas cosas de allí ¡Oh el mar, siempre el mar!

Al pasar por León, hicimos una parada para comer y para que descansaran mi padre y el pobre Citröen GSA. El caso es que vimos la catedral de León y me quedé tan encantada, que desde entonces me meto en todas las iglesias, en todas las basílicas, en todos los castillos, en todos los paradores, en todo edificio monumental o con alguna singularidad extraordinaria, que entro para contemplar con deleite y asombro los detalles arquitectónicos y ornamentales. Es una afición, una pasión, una necesidad física.

Debí haber sido arquitecto pero no lo fui ni lo seré. Y... ahora estoy dentro de un edificio que me atrae poderosamente. Me llama, me reclama como un amante necesitado de poseerme.
En la cafetería del C. B. A., Praxila habla torrencialmente, como acostumbra, y es el punto de atención de tres o cuatro mujeres y dos hombres. Como no conozco a nadie y paso de presentaciones, por señas le digo a mi... lo que sea, que salgo a fumar un cigarro.
En la calle, a la puerta del Círculo me pongo a buscar el mechero, que en mi bolso siempre desaparece y que hasta que lo encuentro puede pasar un rato. Un hombre, un señor yo diría, que también fumaba, me acercó su mechero encendido.

- Toma, no busques más.

- Gracias, este bolso es un pozo sin fondo. Nunca aparece lo que busco.
- Os suele pasar. Nosotros, los hombres, lo tenemos más fácil ¿Vienes a alguna fiesta?
- Vamos al Teatro Príncipe a ver “La sirviente“, basada en la obra de Harold Pinter. Espero a alguien que está en la cafetería y mientras termina, me apetecía ver el edificio por dentro, pero no sé si se puede.
- Claro que se puede ¿Quieres que te lo enseñe?

- ¿El edificio?

- Si claro.
- Si es posible, me encantaría.

Aquel señor, se mostró muy atento. Conversamos sobre naderías y al acabar el cigarro me indicó que le siguiera.
Entramos en el ascensor y él pulsó el botón del sexto piso.
- Ese vestido es precioso, como tu. Te costó 49,00 euros y lo compraste en Zara.
- ¿Cómo lo sabes? Qué tonta soy, he dejado la etiqueta puesta ¿Dónde está?
Cogió el vestido por la bastilla y subiéndolo hasta verme más de medio muslo, dijo: Aquí, espera que solo hay que tirar del hilo.
- Aprovechas todos los momentos eh. Con qué disculpa me has visto los muslos.
- Me hubiera gustado ver más, pero eres muy joven para mi y sólo te interesa ver el edificio.
- No eres tan mayor ¿Sólo hay seis pisos?
- Sólo y ya llegamos. Hueles muy bien, tienes un aire a Sarah Miles, una actriz que me encantaba. Aquí se dan clases de pintura con modelos en vivo, chicos y chicas jóvenes posan desnudos para los estudiantes. En esta otra aula se dan clases de ajedrez. Desde los ventanales y las terrazas se puede contemplar uno de los más hermosos paisajes de los tejados de Madrid. El cielo desde aquí es extraordinario, como tu belleza. Esos ojos...
- ¿Qué hay tras esa puerta?
- Antiguamente era un aula de escultura, quedan algunos bocetos, dibujos, esculturas de escayola y mármol a medio terminar ¿Quieres que probemos a ver si está abierta?
- Quiero si tu quieres.
- Te encantará..
El hombre aquél, aquel señor, probó una y otra vez manejando con fuerza la manilla. Está cerrada pero habló con alguien del aula de dibujo y consiguió la llave.
- ¿Entramos?
- Si
Lo que menos queríamos los dos era ver esculturas o bocetos. Nada más cerrar la puerta nos abrazamos. Sus ojos se convirtieron en poemas cuando se dio cuenta de que no llevaba nada debajo. Sé que estoy loca, lo sé, lo acepto. Pero aquel hombre, aquel señor, no tardó ni quince minutos en llevarme a la gloria poniéndome contra la pared y poseyéndome como un toro, por delante con sus dedos y por detrás con su arma, hasta que tuve que tragarlo.
El edificio pasó a un segundo plano. Sofocados, nos colocamos la ropa y el pelo, echamos una mirada al cielo y a los tejados de casi todo Madrid y extasiados con tanta belleza, nos besamos frenéticamente para despedirnos.
Bajamos por la espectacular escalera de mármol, poco a poco, viendo con detalle fugaz, pero con detalle, cada una de las secciones de cada piso. Las esculturas, los espejos, el Salón de Columnas, el teatro vacío, los enormes salones de baile a modo de discotecas, las salas de exposiciones y conciertos, la sala de billares, la biblioteca, y más inmensidad que es el edificio y lo que contiene. Jamás tuve mejor cicerone y anfitrión para algo tan maravilloso. No me duele nada y eso que no me suelen penetrar por ahí.
- ¿Cómo te llamas?
- Mary Luz. Me llamo Mary Luz ¿Y tú?
- No tengo nombre. Para ti no existo.
- Pues para no existir me has hecho la mujer más feliz, por el edificio, y por el buen sabor de boca que jamás olvidaré.
- Soy mayor para ti, eso es todo.

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