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domingo, 4 de octubre de 2009

666

La cena transcurría en animada conversación aunque Lena, algo sobrecogida con las historias de su recién estrenada amiga, se sentía un poco acobardada. No siempre se tiene la oportunidad de comer conejo al ajillo con una mujer tan interesante, no solo por su físico como mujer, sino y sobre todo, por su parte artística.
- De postre tenemos melocotón en almíbar, que me encanta, sobre todo el jugo. Como te iba diciendo necesito que me eches una mano con algunos detalles. A mediados de septiembre daremos una fiesta de inauguración de la galería privada. Vendrán muchas personas relacionadas con el Arte y la mayoría de estos cuadros serán vendidos. Me duele desprenderme de ellos porque son como mis hijos, pero así ha de ser. Cuando pintas amas tanto que duele que tu cuadro preferido se vaya con otro.
- ¿Y por qué los vendes?
- Un cuadro que se almacena no sirve para nada. Es preferible que alguien lo disfrute, si realmente le gusta.. Mientras coloco la cocina trae la macheta.
Lena se levantó y observó con detenimiento las gotas de sangre que había por la cocina. En la galería donde estaban colocados los cuadros y el caballete con un lienzo, sin terminar de pintar, también había esculturas y fotografías en blanco y negro enmarcadas. Con la macheta en la mano iba mirando con detenimiento alguno de los cuadros. Las tarjetas de identidad de cada uno llevaban el título, las medidas, técnica, y fecha de realización.
Uno de los cuadros se titula: “Muchachos jugando con el patín en la acera de Doctor Esquerdo. Uno de ellos está triste porque no tiene”, otro: “La señorita experta en hacer lo contrario de lo que debe. Nunca te pinches con agujas usadas”, otro: “Labrador arando una tierra que no es suya. No está conforme y los surcos salen envenenados”, otro: “El clítoris es lo más hermoso que poseemos las mujeres. Lucha contra la ablación“. Cada cuadro con su título, con su mensaje, con su enigma. Lena admiraba a su amiga nueva y se consideraba afortunada de estar viviendo esta experiencia.
- ¿Dónde la dejo, Leo?
- En el segundo cajón.
Al abrir el segundo cajón del mueble de cocina que servía de encimera, Lena se dio cuenta de que había varias agujas hipodérmicas y jeringuillas más gruesas que las que antes hubiera visto. Dejó la macheta y sacó un cigarrillo de Lucky Strike. Cuando la vio Leo le dijo que no lo encendiera aún.
- En esta casa hemos dejado de fumar y no podemos permitir que nadie lo haga dentro de nuestras paredes. Pero tengo un truco para que podamos fumar juntas, porque hoy me apetece. Ven conmigo al fumadero.
Leo cogió de la mano a Lena y ambas recorrieron toda la galería hasta llegar a una puerta que daba paso a la terraza por donde se subía hasta el ático. Allí tenían una especie de cenador cubierto y un pequeño cuarto donde guardaban herramientas de jardinería y una cama de hierro, antigua, de las llamadas de tijera.
El cielo de Madrid estaba precioso y a la luna le habían salido los colores. Una ligera brisa procedente del cercano Retiro, la vista de buena parte de la ciudad y los efectos del vino provocaba que las dos mujeres estuvieran especialmente habladoras y extrovertidas.
Leo se sentó en una de las hamacas y Lena, mientras sacaba su paquete de cigarrillos, buscaba con la mirada un cenicero.
- En el cuarto del jardinero hay uno sobre la mesilla de noche. Da la luz para que no tropieces con las herramientas.
En el cuarto aquel había cadenas, calendarios de mujeres desnudas, tiestos de barro cocido y sobre la mesilla un cenicero amarillo que ponía Marlboro. Abrió el cajón y se encontró con varios condones y una caja metálica de dulce de membrillo “La flor del Segura“ y dentro de la caja muchas cajitas de pastillas Juanola. Dentro de cada cajita había un rizo de pelo que bien podría ser de pubis femenino. Cogió el cenicero y volvió sobre sus pasos.
- Necesitaba fumar. Han sido muchas emociones juntas y ahora me gustaría relajarme un poco y disfrutar de esta vista tan extraordinaria ¡Qué bonita está la luna!
- Ya lo creo. Está preciosa.
Lena contemplaba a su amiga mientras fumaba. Se había dejado la camisa vieja de su marido abierta y su piel morena brillaba. Los pezones de Leo eran especialmente largos y Lena no pudo evitar fijarse en que su amiga no llevaba nada más debajo y que su vulva, muy desarrollada, parecía sonreír en vertical.
- ¿Te gusta mi casa Lena?
- Me tiene loca tu casa, Leo. Eres una gran artista con tantos secretos, tantas cosas como sabes y ... no se.
- ¿Te da apuro verme desnuda?
- No, aunque si te digo la verdad, no me gusta que te exhibas así.
- ¿Qué era lo que te habían propuesto en el banco donde trabajas sobre un ascenso a Apoderada, o algo así?
- Tengo que conseguir en cuatro meses traspasos de Planes de Ahorro por valor de sesenta mil euros. Es un concurso muy difícil en el que se incluye un viaje a Egipto.
- Cuenta con ello. Triplicarás la cantidad si consigues mejorarnos nuestro Plan. No estamos contentos con el banco donde tenemos mi marido y yo el dinero ¿Ron o whisky?
- Cacique con coca cola, si puede ser.
- Vamos a la cama y nos emborrachamos juntas. Tendrás todo lo que quieras.
- No Leo, no. Esas cosas me parecen muy fuertes. Te has pasado conmigo. Lo siento pero me voy ahora mismo.
- Está bien. Vete, la puerta está abierta, no dejes de cerrarla según sales. Creí que te gustaría ir a Egipto...
Lena apagó su segundo cigarrillo decidida a irse inmediatamente de allí pero no pudo evitar fijarse en el tatuaje que su amiga tenía grabado, muy sutilmente, como si fuera con lápiz, sobre su pubis completamente rasurado: 666.

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