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martes, 29 de enero de 2008

T.Q. 30 de enero, miércoles

Necesito escribir como el comer, es un imperativo impregnado de aventura, peripecias indeterminadas y sorpresa. Nunca el resultado final es feliz del todo, pero así es la vida: un continuo riesgo. Ahora me siento confortada y confío en que mi amistad, especialmente especial, con mi peluquera, Hair, sea fructífera y luminosa como un girasol entre maizales, que sea fuente inacabable de experiencias inagotables, como la fluidez de una improvisación de jazz o de blues que, como Keith Jarret ante el teclado de un Steinway, se me desborde la creatividad por todos los poros de mi ser. Que no se me olvide apuntar en la lista de libros a pedir a mi librera de siempre, Lucccía Benvenutti, “Sauce ciego, mujer dormida” de Haruki Murakami y ya de paso que incluya también, “Tokio blues”, que me avergüenzo de no haber leído aún. Cecilia Bartoli suena al fondo y ahora canta, como la diosa lírica que es, “Casta diva” y me siento estremecer y se me eriza la piel al recordar los momentos vividos el domingo pasado, cuando Hair y yo, nos dimos el beso de la conformidad de ser grandes amigas y desvergonzadas y todo, todo y todo lo que pasó. Libres de ataduras, complejos y tabúes y recordar y recordar y recordar. Dios, qué vida esta, la cantidad de sorpresas que nos puede llegar a dar. Dijo que me diera una buena ducha y que me pusiera mucho champú en el pelo, mientras ella preparaba los utensilios para hacerme el trabajo completo. Pusimos ante el espejo la silla de ruedas que uso en el ordenador y al salir de la ducha, Hair, con una toalla de algodón blanca, me secó el pelo. Al agacharse a coger el cepillo, su pantalón de cinturilla se bajó tanto que la pude ver el tanga de cordón que llevaba. Su magnético trasero casi se sale y mis ojos no perdían detalle. Soy una mujer y no soy lesbiana, pero prefiero mirar a los ojos de las mujeres y a los pechos con grandes sugerencias. No quiero que me hagas nada en el pelo hoy. Hazme la manicura y los píes. Te pagaré lo que quieras, pero no me siento con ganas de que me toques la cabeza. Estoy pasando malos días y mi cabeza está como en carne viva. Tranquila, no hay problema. Haré lo que me digas ¿A qué hora quieres irte? No tengo prisa, hasta las ocho no vuelve mi marido del tenis. Que casualidad, hasta las ocho no regresa el mío de caza. Podemos ir juntas al rastro, dije. Está bien, haremos lo que quieras. Me cogió la mano derecha y mientras me hacia la manicura, se puso de rodillas y la veía allí abajo mientras me contaba cosas. Su marido se había puesto el chándal para ir a sus partidos, ella se despertó con los ruidos y le pidió un poco de coca-cola para quitar la resaca del medio pedo que se había cogido por la noche y al llegar con el refresco a la cama, ella se puso de espalda y dijo déjala en la mesilla cariño, ahora quiero dormir un poco y sin esperarlo, su marido la penetró por detrás y ella se dejo hacer y así estuvieron mas de una hora en locura y frenesí, hasta que recibió en su boca la gran descarga que aprovechó hasta la última gota. Por eso me retrasé un poco. Es una coincidencia, yo también tragué, hasta la última gota, de mi marido. Su risa... decía: estamos las dos llenas de leche de marido por dentro. Dios, ¿cómo olvidarlo? Quítate el albornoz y deja que vea tu plumón, tu bosque, tu pelambrera. Te haré una depilación especial y te dejaré un pequeño corazón. Y peinaba mi cabellera íntima y me dejé llevar y sin quererlo me abrí y ella metió el mango del cepillo hasta donde no se podía mas y no puse resistencia. Una vez te peinaba en la peluquería, y te masajeé el cuello con mis pulgares, te miraba a los ojos por el espejo, te apreté un poco más y un poco más y un poco más, en la nuca. Note cómo te vino un estremecimiento ¿Aquel día te corriste en silencio?... Creo que si... porque se que más de una vez, al volver de la peluquería, me metía en la ducha y allí me hacia la reina de mi placer a cuenta tuya y de tus dedos en mi nuca. Lo sabía. Te corriste y yo también en cuanto llegué a casa. Tendrás muchas historias con tus clientas. Si, muchas, por eso me gusta tanto la libertad de estar por cuenta propia ¿Te corres con ellas? Nooooooooooo, jamás. Solo ha habido tres o cuatro mujeres así, como tu y yo ahora. Pero fue antes de ser peluquera, cuando compartía piso de estudiante en Salamanca ¿Me lo contarás todo? Y entonces se dio cuenta de que mis jugos estaban empapando la toalla, que tenía debajo de mi y se había formado una mancha como el mapa de Corcega. Si yo supiera improvisar, como hacía John Coltrane, contaría que... Ahora, Cecilia Bartoli canta “O mío bambino caro”... y me dan ganas de tomar una botella de Jack Daniel´s, de tres o cuatro tragos a morro y llorar toda la mañana borracha de mi, aquí sola o, tal vez, esperar a ver si Hair me llama, como ayer y me dice que se está volviendo loca y que desea venir a beber mi veneno. O mío bambino caro... nunca podré tener hijos que me revuelvan la casa y me llenen de gritos los contenidos de la felicidad de tenerlos... estar loca, volverme loca, dios... cuánto placer y cuanto sufrimiento. Si al menos estuviera aquí... como está su perfume, el perfume de las nubes y la tempestad de las contradicciones. Soy mujer estéril, con eso lo digo todo. Cecilia Bartoli...¿dónde me llevas? Me tumbaré al sol, desnuda, y me dejaré envolver con la brisa de mis suspiros y que mis dedos se alejen de mi vulva... No respondo de mi... T. Q

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