Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

viernes, 29 de febrero de 2008

T. Q. 1 de marzo, sábado.

No es fácil leer a Haruki Murakami a estas horas de la noche. Por un lado te fascina su forma de escribir y por otro te duele no poder dedicarle mas tiempo y leer despacito, masticando la esencia de sus palabras. Aún me quedan por leer “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” y “Sputnik mi amor”. Me esperan otros buenos escritores haciendo cola. La próxima será “Out” de la también japonesa, Natsuo Kirino. Leer es aún más necesario que escribir y los libros esperan, impacientes, en montones apilados. Nunca podré ni con la mitad de ellos, pero es muy gratificante saber que están dentro de casa, esperando su turno o su definitivo olvido. Algún día todos serán ceniza y yo mucho antes que ellos. Me he acostado con precauciones por si acaso me baja. No sería la primera vez que pongo las sábanas y el colchón perdidos. Dice Maurice, mi marido, que es un retraso motivado por los nervios y emociones del viaje a Mojácar. “La señora Saeki debió escribir la letra de la canción en este cuarto. A medida que voy escuchando el disco una y otra vez me convenzo de ello. Y “Kafka en la orilla del mar” es el muchacho que está retratado en la pintura al óleo que está colgada en la pared. Me siento en la silla, hinco el codo en la mesa tal como lo hizo ella anoche y desde el mismo ángulo, me pongo a observar. Ante mis ojos está el cuadro. No hay duda. La señora Saeki escribió la letra de “Kafka en la orilla del mar” en esta habitación, mirando el cuadro y pensando en el muchacho. Posiblemente a altas horas de la noche, cuando las tinieblas son más profundas.” Así escribe Haruki y así leo yo, un poco antes de que me de el sueño. Del sueño mejor no hablar. Si estoy contenta de padecer insomnio, es precisamente porque no soporto la intensa pesadumbre de mis sueños. Para uno bueno, mil malos y el bueno es tan breve que ni lo recuerdo. Es un alivio despertar de la zozobra. Mi vida es una zozobra y a pesar de que no me falta nada material, de que puedo disfrutar de una mediana fortuna, y tener a mi alcance todo tipo de caprichos, no me siento satisfecha por lo que tengo que hacer y por mis limitaciones, intelectuales o físicas, para conseguirlo. No hay sexo, drogas, alcohol, nada de nada que se pueda poner por delante para llenar este vacío. A veces, se siente un poco de alivio y parece vislumbrarse una temporada de mejoría. Te aferras a la posibilidad de ser feliz y mucho antes de que pase el día, te das cuenta de lo imposible. Ayer quise ser intrépida y crucé a las seis de la tarde, sola, por el Parque de El Retiro. Bajé hasta la Cuesta de Moyano, ojeé varios libros y no compré ninguno. Entré en el Museo y repasé las obras allí expuestas. Ninguna de las miradas de los otros, u otras, me incendió. Regresé cruzando El Retiro, cuando ya casi era de noche, me estaba invitando a mi misma, a una posible aventura con una desconocida, buscaba con todos mis sentidos a la patinadora y no la vi. El sonido de los tambores que tocan los negros y algunos blancos, junto a la escalinata del lago, retumbaban en mi corazón y me sentía con deseos de ir a participar de su orgía de percusiones trivales. No lo hice ayer, pero no descarto que algún atardecer me arme de valor y me atreva a intimar con algún percusionista de color para reventar de una vez la fantasía que tanto me excita. Esos tambores suenan hasta altas horas de la madrugada y en verano, con las ventanas abiertas, se escuchan desde mi cama y hay veces en que pensando y pensando, se me va la mente a África, a las tribus, a los negros altos y musculosos de sonrisa como la nieve y voz de azúcar y se me va la mano, hasta que me viene. En casa me di un baño relajante y fumé un Pall-Mall azul. Todo ayer fue irrelevante, casi seis horas sin parar de escribir y otras tantas de preparar documentación para mis trabajos. No quise coger el teléfono ni atender a nadie. Ayer fue mal día, o tal vez fue bueno. No sé. No quiero mencionar a mi hermano muerto, ni las confesiones que me hizo mi padre sobre la tía Ruth. No quiero nada, ni tan siquiera acordarme de ti. Todo me parece tan trivial y absurdo, que no merece la pena nada, o tal vez, NADA, sea todo. Mañana... T. Q.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio