Photo Sharing and Video Hosting at Photobucket

jueves, 21 de febrero de 2008

T. Q. 21 de febrero, jueves.

Hay días en los que la vida parece sonreír, todo va sobre ruedas y de repente, sucede lo inesperado. Alguien o algo se interpone y aparece el zarpazo de la noticia y todo tu ser se ve envuelto en una impotencia y dolor, que transforma lo cotidiano en caótico y triste. Hair, mi peluquera, y amiga con derecho a lo que se nos ocurra, llamó para comunicarme que su madre ha fallecido de un cáncer de pecho. Está destrozada y quería venir a pasar el domingo conmigo. Cuando le dije que nos vamos, mi marido y yo, a Mojácar para la inauguración de la librería, de libros usados, de mi padre, su desconsuelo aún era mayor. Theresse, te necesito ahora más que nunca, decía a través del móvil, inundada de todas las lágrimas. No se puede luchar contra la realidad que se impone. Tu madre, Hair, vivirá siempre para ti. Sabes que a mi me tendrás, también, siempre que se pueda y en estas fechas es imposible. Fortaleza y confianza en los días que vendrán, que serán, como todos los días de nuestra vida, testigos de la ambivalencia a la que estamos sometidos por los designios de nuestra propia naturaleza. Habitamos sucumbidos entre las eternas fuerzas ocultas que nos traen la vida y la muerte y a las que estamos expuestos todos los seres de este mundo. Cuando supe que mi hermano, mi querido hermano estaba, desangrado y muerto, en una carretera y que le traían para el Tanatorio, un desgarro interior tan fuerte y desolador como un bombazo en el tejado de mi alma, me hacía gritar de desesperación y desconsuelo: “no puede ser verdad, no puede ser que mi hermano Patrick ya no esté conmigo, se han debido equivocar”. Mis gritos y mi llanto no sirvieron para devolver la vida a quien tanto quería. Así sucede cada poco. Cada poco te enteras de que alguien de tu entorno se ha ido para siempre. Debe ser por eso que me aferro, como a un clavo ardiendo, a cualquier ligera posibilidad de placer. El afinador de pianos y yo, estuvimos juntos en el piso de Avenida del Mediterráneo. Cuando estoy con él todo en mi se transforma en espiritual, místico y mágico. Una especie de temblor íntimo me invade. Me quedo extasiada, embobada, mirando sus ojos, sus manos, dios sus manos, y su voz me arrulla los sentidos y desfallezco. Me cuenta de su vida como pianista, como miembro fundador de un gran grupo de rock sinfónico, que tuvo cierto éxito en los años setenta y ochenta, que recorrió toda España en la furgoneta del grupo, que actuaba en plazas de toros, en estadios de futbol y en los locales mas importantes de cada de ciudad o gran pueblo. Que la música en España no está fomentada y que muchos de los mejores de este país están olvidados o ninguneados. Que la Alaska, el Sabina, el Bosé el Bisbal, la Torroba y toda esa gente son artistas de pasta y que como tal, generan pasta y que no puede ni verlos porque su creatividad y hondura artística es nula. Pero así es la vida y tiene que dedicarse al oficio de afinador de pianos, heredado de su padre y abuelo. Que con la tienda de pianos de segunda mano y con el mantenimiento de varios clientes sobrevive. Pero la realidad de su auténtica vocación, como pianista de conciertos, se ha quedado frustrada. Le escucho decir esas cosas y me siento tan identificada que no puedo por menos que amarle con toda mi alma. Mi blusa estaba abierta, mis tejanos le dejaban ver los cordones de mi tanga. Después de compartir una coca-cola y varios Pall-Mall azul, nos disponíamos a salir del piso. Me abracé a él y le dije: Te quiero, aunque no me dejes que te quiera. Su abrazo me traspasó y con sus ojos brillantes puso su cara en mi mejilla y sus dedos que me abrazaban se metieron en mi vulva, por detrás. Mi niña, estás mojada, muy mojada y sus dedos buscaban en mi sexo y se metieron hasta el fondo de mis entrañas. No quiero que sufras por mi. Sacó sus dedos mojados y me los enseñó: mira como brillan y me los metió en la boca y me dijo que los chupara como si se tratara de su miembro. Jodeme ahora, por favor, jodeme, le susurraba al oído, mientras sentía su dureza como hombre. Mi niña, no quiero que sufras. Mañana o pasado, si aún lo deseas te llevaré al paraíso. Nos fuimos y al llegar a casa, lloré con infinita felicidad. Le tuve dentro, aunque solo hayan sido sus dedos y, solo por recordarlo, me vino con tanta fluidez que tuve una descarga increíble. Así es la vida, un poco de felicidad y un mucho de dolor y a veces, de al revés. Volveré a la cama y tal vez sueñe contigo porque... T. Q.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio