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viernes, 29 de febrero de 2008

T. Q. 29 de febrero, viernes.

Cuando no escribo me siento como si hubiera desaparecido del mundo. Escribir es la parte más placentera de todas las partes en que se diluye el día y la noche y a la vez, la más dolorosa. Llevo noventa y seis páginas de la novela sobre los niños de la guerra que trasladan a Rusia y cada vez que las releo, pulo, podo, me entra una especie de coraje, rabia, porque no me gusta como va, no me acaba de convencer. Estoy tentada de romperlo todo y empezar de nuevo. A veces, es mejor tirar la casa que reformarla. A pesar de mis dudas y temores, la tengo que escribir y conseguir que quede casi perfecta. Mis propósitos son firmes y tesón e insistencia no faltarán. La función de mi literatura no es la de parecerme a unos o a otros, si acaso, es la de tratar de conseguir dar respuesta, lo mas aproximada posible, a todas mis dudas y contradicciones y narrar una historia que fue real y novelarla, lo más fiel posible, a los sentimientos de sus protagonistas, contemplados a través de mi visión personal. Soy una mujer social y por lo tanto, inmiscuida en la vorágine de la sociedad convulsa y terrible que me ha tocado mal vivir y mal sufrir. El arte en general, la literatura japonesa, la música, la sociedad, todo lo relacionado con el país nipón, me interesan por lo que tiene de gran novedad con respecto a casi todo lo conocido en Occidente. Me quedo dormida y sueño con algo relacionado con una choper del 98, una especie de Harley Davison, con la que recorro paisajes similares a los de las películas del oeste americano y me siento libre corriendo por sinuosas y polvorientas carreteras, enfundada en un mono de cuero negro, con la cremallera bajada y mis pechos al aire. Soy la más rápida de la mujeres moteras, soy la mejor, soy la ostia, y mi sueño me habla de pasiones por las cosas. Pasión por las motos, como otros las tienen por los pianos, por los violines o por escopetas de caza. Si mi moto, estilo choper, ya digo, en vez de 125 cc, tuviera, 500 cc, o 1000 cc, volaría a 190 km/h. Un ángel negro me espera junto al Cañón del Colorado. Me poseerá y a la vuelta, pariré 50.000 ángeles mestizos que arrasarán con la injusticia. Los 50.000 justicieros, auténticos sembradores de paz, pan y justicia, no como otros cruzados del pasado. Me despierto desazonada y nerviosa. Me toco la vulva y está a punto de caramelo. Me encanta sentirme así. Me estiro como un perrillo al sol y me levanto. Desnuda junto al piano fumo mi primer Pall-Mall azul. Tengo morriña del mar y de Mojácar, si por mi fuera viviría siempre allí. Pero... mientras vivan mis padres es muy posible que busquemos otro lugar semejante, tal vez Menorca. Les quiero con locura pero... están demasiado pendiente de “su niña”. Tengo la lista de libros preparada. Ayer llamó Lucía Benvenutti y empezó: ¿Estás enfadada conmigo? No, ¿Por qué iba a estarlo? No se, te noto rara conmigo. Tranquila, que lo que me sobra es quien me regale libros. Ah, es por eso, dijo. Total que me notó que me pareció mal que me hubiera prometido cientos de libros, que va a tener que tirar y cuando llegó la hora de la verdad, pedía no se cuanto. Te van a dar mucho por el... mejoro no lo digo. Porque tengas una librería de pm en Claudio Coello, conmigo no te pases ni un pelo. Seguiremos siendo amigas, pero cada una a lo suyo. Mi hermano muerto habla en sus relatos de pistolas, de ruleta rusa, de muertos en las grandes concentraciones de motos y en los macroconciertos de rock. Tengo que investigar esas posibles pistas. Dentro de mi parece habitarme un animal peligroso y lo que no puedo permitir es que mi animal haga daño a nadie. Cuando Hair, o Catterina, o la misma Sophie, dicen que me quieren, que están enamoradas, empiezo a recelar y trato de tirar para atrás de las crines del caballo antes de que se desboque, una cosa es joder y otra amar. El afinador de pianos... aún tengo huellas de sus dedos dentro de mi. No obstante, seguiré escarbando en las profundidades del subsuelo de mis deseos de placer. No me ha bajado y la esperaba para hace cuatro o cinco días. No sé ¿Sabré poner pañales y dar el pecho a mi bebé del alma? ¿Y si no nace bien? Dios... paso página. Me acuesto y sobre mi brazo derecho mi cabeza descansa tranquila. Mañana haré mas cosas que hoy. Me acuerdo de acordarme de ti, hombre. No puedo dejar de pensar en una encina milenaria y tu y yo bailándole un vals a la luna. Porque... T. Q.

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