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martes, 26 de febrero de 2008

THERESSE QUERELLE, 26 febrero, martes.

Estar de vuelta en casa, en mi propia casa, es una delicia. La casa de mis padres, un chalet grande, con todo tipo de lujos, no es mi casa y aunque me siento como si lo fuera, es distinto. A las dos y cuarto ya estaba levantada y junto al piano, a no muchos centímetros de la vertical de la lámpara de bronce. Mi desnudez, en la semipenumbra, sobre la alfombra persa, me inunda de sensaciones placenteras. Me vienen a la mente todos los acontecimientos de los últimos días, o meses, o años. Es como una ensoñación que me transporta a lo mas dichoso. Mi criba personal, selecciona lo destacable y obvia u olvida, lo penoso o lo que desagrada. A la vuelta de Mojácar, llovía y casi hice lo mismo que a la ida, pero a la inversa. Vine conduciendo el todo terreno hasta Albacete, después de un pequeño descanso, reinicíamos el viaje y me quedé dormida hasta llegar a Madrid. Atrás se quedó el pueblo, mis padres, y un gran cúmulo de nuevas experiencias. El domingo hacia las tres de la madrugada, me desperté a consecuencia de mi insomnio crónico. En pijama y con una bata de estar en casa, me levanté y bajé al salón. A la luz de una lamparita estaba mi padre escribiendo en un cuaderno. Papá, ¿no duermes? No, hija, el insomnio que padeces lo has heredado de mi ¿Qué escribes, un poema? No, estoy tratando de inventar un nombre para la tienda de libros de ocasión, ¿Se te ocurre alguno? Llámala “La isla de los tesoros”. Cada libro, papá, guarda un tesoro. Mi niña querida, llevo quince días dándole vueltas y vueltas al dichoso nombre y el que se te acaba de ocurrir me parece perfecto. Mi tienda de libros y cuadros, junto a la playa, se llamará “La Isla de los Tesoros” Papá, ¿puedo preguntarte una cosa? Claro que si, hija mía, pregunta lo que quieras. ¿Por qué no eres feliz si no te falta de nada? Mi padre se separó de la mesa, se quitó las gafas de ver cerca y me miró con esos sus ojos tan negros y de mirada tan intensa. Sonrió levemente y mientras se levantaba, me cogió de la mano y me llevó hasta un sofá. Nos sentamos al lado uno del otro y con sus manos cogiendo las mías, me miraba con tanta ternura y tanta emoción, que me quedé impresionada, porque esa era la imagen de mi padre y yo misma, en mil ocasiones, desde muy niña, cuando había un problema o una circunstancia que resolver. Dios, mi padre, como quiero a mi padre. Hija, nunca he sido feliz del todo y me da la sensación que a ti te pasa lo mismo. Soy un hombre incompleto, me ha faltado tiempo para aprender muchas cosas. Con la edad me estoy acostumbrando y ya casi, casi, me rindo ¿Dónde está la felicidad completa? No existe, hija mía, no existe. Papá, ¿te puedo ayudar en algo? Si, claro que puedes. Haz una cosa en tu vida, algo muy sencillo, nunca abandones tu gran capacidad para la sorpresa, para la búsqueda, con eso ya me ayudas. Hablamos durante horas y me contó millones de cosas. Mi padre es un gran conversador y nunca me canso de escucharle. Amaneció lloviendo, por lo que se nos fastidió, a mi marido y a mi, el joder junto a la barquita varada, en el rincón de la playa. Ahora recuerdo todo. Cuando estábamos comiendo la paella en el restaurante, junto al mar, en Cabo de Gata, mi madre me miró con esos ojos acuosos y azulados y me dijo muy seria: Theresse, cuando llegues a Madrid te quitas ese peinado. Me ofende verte con esos pelos. Mamá, por favor, todo el mundo me dice que estoy muy guapa. Te digo que te quites ese peinado porque así eres exactamente igual que tu hermano Patricio y Patricio, hijo mío de mis entrañas, está muerto. Me quedé helada. Mi padre lo confirmó: hija es cierto, verte a ti y ver a tu hermano es lo mismo. Incluso, mucha gente, por lo que he observado, cree que eres un hombre. Lo pensaré, contesté. Me he mirado al espejo, mi cuerpo es tan delgado, casi sin pechos, mis pezones se han desarrollado mucho y ellos son los que me distinguirían de un muchacho. El vello de mi pubis, en forma de corazón, y mi vulva, tan carnosa, mi clítoris tan grande y desarrollado, me diferencian y me originan tanto deseo que ahora mismo mis dedos me buscan a mi misma. Me siento tan a gusto, tan a gusto... dios, me viene, me viene, pero no. Ahora no. Mi mano derecha está empapada y en parte es porque pensé en ti, te deseé y no te tuve. Antes, mucho antes de pronunciar el vocablo amor, te quiero decir que te quiero cerca, muy cerca, dentro, cubriéndome como un dios cubre a sus ángeles. Ven... T. Q.

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