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sábado, 23 de febrero de 2008

T. Q. 23 de febrero, sábado.

Prácticamente no he dormido. Llegué a casa a las cuatro y media, bastante borracha. Me metí en la bañera y con el agua muy caliente hasta el cuello, me quedé dormida durante dos horas. Mientras mi marido se ducha y viste, escribo esto. Dentro de un rato salimos para Mojácar. Sobre las once, si todo va bien, estaremos con mis padres junto al mar. Me hace mucha ilusión porque la luna y el mar son motivos de inspiración y me recargan la batería que me sostiene las ganas de seguir en esta vida. Ayer llamó el afinador de pianos para decirme que había encontrado el perfecto para la casa de la editorial. Es un K-Kawai del 59 con una sonoridad cristalina y perfecta. Pertenece a una famosa academia de baile situada en la calle La Palma que cierra por jubilación de la dueña. Quiere que el lunes vaya a verlo, quedaremos allí y si me gusta me lo vende. Aprovecharemos para comer juntos, o lo que surja, según sus palabras. Hablamos durante media hora. Me preguntó que donde tenia mis dedos. Fue increíble, me pidió un orgasmo por teléfono y le di dos tan placenteros como si estuviera dentro de mi ¿Sabes una cosa, Theresse? ¿Qué? Soy un hombre y me das miedo. Mejor así, señor afinador de pianos y de mi sensibilidad. La novela de los niños va lenta. Tendré que dedicarle mucho mas tiempo. Sobre las seis, me arreglé un poco y salí. Crucé el Retiro andando y no pude por menos que buscar con la mirada y el corazón, a mi patinadora misteriosa. Había parejas paseando de la mano. Otras se abrazaban sobre el césped o en los bancos. Me duele el Retiro porque envidio a los que se aman. En la Cuesta de Moyano no encontré nada que me pueda servir como documentación. Entré en el Caixa Forum y revisé toda la exposición en una hora. Busqué a la chica guapa que me miraba el otro día. No la vi pero intuyo que la encontraré pronto. En el Gijón pasó lo que tenía pasar. Un lugar emblemático, cargado de efluvios de poesía y arte en general. La gente, ya se sabe, va a lo suyo, por lo que las conversaciones de las cenas suelen ser banales. Alex no deja de ser un director de cine al servicio del comercio cinematográfico. No admite mis sugerencias sobre la banda sonora. Las actrices subidas en su pedestal, los técnicos de alto nivel insoportables y los debutantes haciendo la pelota al que se ponga por delante. Pepón es un productor de prestigio. Le comenté que quería hacer un cine distinto, un cine reflejo de la sociedad real en la que vivimos, una especie de neo-realismo italiano. Se reía de mi ¡Que ilusa! Espera un poco que subo al baño. En la calle la Luna llena, magnética, una hermosura de cielo con su gran luna y me acordé de que esa luna era una referencia, un toque de distinción, para alguien más que yo. Bajé al restaurante y seguí la corriente a la gente. Me daba la sensación de que nadie tenía ni idea, que parece que no ven el cine indie que se hace en Usa, o en UK, o en Alemania, o en Irán, que el cine es arte puro y que ellos están haciendo cine de manutención, que va siendo hora de que despierten o asuman que el cine en España nunca volverá a ser lo que fue. Los Almodóvares ya están pasados y los Amenábar ya se sabe. Hay que hacer algo realmente “Nuevo”. Allí no pintaba nada. Los halagos sobre mi guión no compensaban mi defraude, le dije a Alex que tendrían que pensar que idear una escena en un guión, puede ser el esfuerzo de muchas horas de trabajo mental y físico. Que no pueden utilizar ese esfuerzo a su conveniencia. La escena del crimen tendría que haber sido en el metro, pero bueno, la pela es la pela. Se iban casi todos a una disco de la calle Arenal a seguir con la juerga. Puse una disculpa y fui en un taxi a la mía. Llamé a mi marido y le dije que se acostara, que llegaría sobre las cuatro y media y me dijo que tranquila, cariño, lo que tu hagas, para mi, bien hecho está. Busqué a la de Moratalaz y no la vi. Una melena larga, lacia y negra como el azabache, brillante como la piel de un toro enfebrecido, me llamó la atención. Era una chica como de veinte años, su cuerpo de modelo, su rostro de india latina precioso y al notar que la miraba, me invitó a una copa, tan sonriente, tan generosa, como si me conociera de toda la vida y yo a ella. Nos sentamos y me dejé besar todo lo que quiso. Sus dedos bajo mi camiseta, tiraban de mis pezones como para arrancarlos. Me dejé llevar y tuve un orgasmo así, solo con su boca trabajando la mía y con sus dedos tirando de mis pezones. Con mis piernas cruzadas presionaba mi vulva y me vino. Nada de nombres, nada de nada. Invité a otra copa y me llevó de la mano hasta un rincón oscuro y apoyada en la pared, bien abierta se ladeó el tanga y me pidió que la comiera y lo hice en condiciones, frenéticamente, nunca había visto una corrida de mujer así. Me llenó la boca, la cara, me mojó la camiseta... una fuente que derramaba un chorro caliente largo, muy largo y dulce como almíbar de melocotón, pero distinto a todo lo conocido por mi. Como había bebido buen vino de León y cava, durante la cena en el Gijón, más las dos copas de la disco, estaba bastante pedo. Me buscó un taxi y dijo que mañana regresaba a México, su país. Nunca te olvidaré, añadió, sólo me he corrido así dos veces en mi vida, la otra fue con dos hombres. Dios, qué locuras. La de Moratalaz no apareció, pero volveré. Ayer, por la mañana, subí a la habitación de mi hermano muerto y conté el dinero que guardaba dentro del piano, en una caja metálica, redonda, de pastas de té. Doce mil euros ¿De dónde los sacó? Hay millones de veces en las que quiero ser un hada, tener una varita mágica, con estrella en el extremo y poder decir: ven y que vinieras, o ponte bien si estás mal... y que te pusieras, si yo fuera un hada... todo sería distinto. Pero no lo soy, por eso pienso luchar para que luches porque... T. Q.

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