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lunes, 11 de febrero de 2008

T. Q. 11 de febrero, lunes.

Los acontecimientos se agolpan, se amontonan y luchan por no perderse en la maraña de olvidos. Son tantas las cosas que suceden y otras tantas que nunca se realizan como estaba previsto, que es ineludible el ir formando una gran coraza, un gran caparazón, para resistir tanto golpe y tanta sorpresa como nos depara la vida, a cada paso. No es fácil seleccionar lo que podríamos llamar acontecimientos, lo más sobresaliente, lo más favorable, para no dejarnos invadir por la amargura o la desesperación. De poco valen tres, o trescientos orgasmos, o mil besos y cincuenta mil dedos metidos en la vulva desesperada de una etapa de sexo convulsivo. De poco vale todo y de mucho me sirve atajar los torrenciales vendavales de destrucción que rodea. Pensar en los posibles besos es mas beneficioso que dejarnos llevar por la depresión a la que la injusticia de los poderosos nos somete. No existe tanto placer como el que se recibe para ocultar y superar tanto dolor. Lo hermoso del día no es el día en si mismo. La hermosura está en que hemos superado la noche. Mi amiga de los fines de semana se llama Olimpia y su marido Cipriane. Siempre hablamos de generalidades y de las cosas sencillas de la vida. Nos llevamos bien, porque sabemos respetar nuestras parcelas, nuestros límites. Profundizar en discusiones intelectuales nos puede llevar al conflicto, es por eso que nos soportamos mutuamente con la más sincera de las tolerancias para mantener una amistad de muchos años. Maurice y Cipriane son como hermanos y Olimpia es... es un torbellino por dentro y reprimido por fuera. Son catedráticos en la Autónoma y tienen dos niñas. En la ciudad de ocio, la blusa de Máximo Dutty estaba agotada. Nos compramos un conjunto granate de lencería fina, a muy buen precio, en Women Secret. Ella una cien de sujetador y yo una noventa, para disimular. Qué le vamos a hacer. Hice lo posible por llegar tarde al cine, así que dije que cenábamos en el Patatín- Patatán, o en el Vips. Ni hablar, dijo Ciprian, si acaso en el mismo que el otro día. Si no queda más remedio, dije como con resignación ¡Qué mala soy! En el restaurante me pedí unos espaguetis con tomate y tabasco. Una delicia. Una pareja muy joven cerca de nosotros, se daban algún piquito que otro. Ella era muy guapa, con vestido negro, corto y un poco bastante escotado, medias negras y zapatos acharolados de puntera superfina. Mientras comía, veía sus piernas y su vestido muy subido. Una fuerza irresistible me llevaba a mirar sus piernas y su boca mientras comía. Al terminar mis espaguetis, fui al baño. Me puse a lavarme las manos y se presentó la italiana. Sabía que vendrías, dijo ¿De donde sales? Soy la mujer del dueño y estaba en la cocina viendo quien entra y quien sale. Su acento italiano, su boca... La miré a los ojos y la cogí por la barbilla y dije: tu boca me vuelve loca, que lo sepas, pero no podemos hacer nada. Si podemos, y me dio una caja de cerillas, llámame. De ocho de la mañana a ocho de la tarde. Me acordé de la patinadora. Acerqué sus labios a los míos y di una tregua de milésima de segundo, metí toda lengua larga y dulce, en su boca y busqué la profundidad de su corazón, con un abrazo. No me olvides y me fui. Al separarme, apunté mi móvil en la cajetilla y se la devolví. Eres tu la que ha de llamar, si es que me deseas. En la mesa, ellos aún estaban con el segundo plato y la chica joven, se cruzaba las piernas, se las descruzaba, a veces notaba gestos como si se estuviera dando placer. Hablamos de mi próximo guión sobre la juventud. Podríamos ir a una discoteca. Dijo Olimpia, vamos a Kapital, que nos pilla cerca, dijo mi marido. Eran las 12,30 y fuimos. Cogí un medio pedo y Olimpia otro completo. Los hombres se aprovecharon y tontearon por allí con casi adolescentes. Conocí a una chica que me ofreció éxtasis. Hablamos y hablamos. El domingo tuve una agradable sorpresa: Hair no vino sola. Nunca sabré si es bueno o malo pensar tanto en ti, por ahora sé que me viene mucho mejor. No me tengas así... T. Q.

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