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viernes, 8 de febrero de 2008

T. Q. 9 de febrero, sábado.

Algunos días deberían durar el doble y las noches el triple, otros, sin embargo, solo el tiempo que se tarda en arrancar la página de un calendario. Anoche, sucedió algo extraordinario. Leyendo Tokio Blues, me quedé profundamente dormida. Como casi siempre, ni me enteré de cuando se acostó mi marido, que, dicho sea de paso, sigue una de las series de éxito. Como a la una menos cuarto, me desperté, tan espabilada y tan descansada, que ante las insistencias de alguno de mis personajes, me levanté con la intención de escribir. Irina no se me va de la cabeza y busco la forma de justificar su contratación. De repente, recordé a la tía Ruth. La tía Ruth no era mi tía. Mi hermano y yo, la llamábamos así porque fue ella la que nos crió, prácticamente. Nosotros la llamábamos la señorita Ruthemeller, porque era buena, pero muy estricta y seca en el trato con la gente. Nos daba de comer, nos llevaba al colegio, nos contaba cuentos para dormir. Había sido la criada de mis abuelos y luego lo fue de mis padres, hasta que las leyes la obligaron a jubilarse. Procedía de un pueblo de León y para allí se fue, cansada y envejecida. Jamás volvimos a saber de ella y tampoco, en casa, nadie hizo nada por enterarse. Se olvidó como se olvida un olvido. La historia de la tía Ruth es una novela por si misma. Subí hasta la buhardilla donde ella dormía. Es grande y en un rincón hay una cama de 90, muy modesta, al lado una mesilla de noche, con un flexo granate. Sobre la pared opuesta, un armario antiguo, de tres cuerpos, con espejo en el medio. Por todas partes hay montones apilados de libros, discos de vinilo, radios antiguas, una máquina de escribir Underwood, una de coser Singer y alguna antigüedad mas. Por la buhardilla se pasa al ático que utilizo como solarium en el verano, hay plantas y geranios, una especie de cenador y mi marido tiene instalado un telescopio. Quité las tapas de los objetivos y no se veía nada. Lo giré a derecha e izquierda, bajando, subiendo y nada. El cielo de Madrid está encapotado de gris oscuro como humo de hoguera de hojarasca húmeda... Bajé a la habitación de mi hermano Patrick y miré en un cajón del armario donde aún están algunas camisas y camisetas tal y como él las tenía ordenadas. Como escondida, había una caja, de las de puros habanos, con paquetes de cigarrillos “Tres carabelas”, sin filtro.. Al coger uno para fumarlo, observé un librito, como si fueran las instrucciones de algo. “ASTRA”. Astra es una famosa marca de armas. Mi hermano muerto, tenía una pistola. Me sentí cansada y volví a acostarme. Sobre las cuatro otra vez despierta. Dios mío, no hay quién resista tanta actividad mental. Nunca para esta cabeza mía de darle vueltas a las cosas. Me levanté a fumar un cigarro ante el piano. Un poco más relajada, volví a la cama. Mi marido dormía placidamente y me puse contra su espalda, la penumbra me permitía verme ante el espejo del armario empotrado, como una sombra difuminada, quizá como realmente soy, una sombra difuminada de mi misma. Lloré, en silencio, con una pena tan profunda y dolorosa, que me sentía hundida en el abismo de mi soledad, tan... dios... ¿Qué te pasa, mi niña? ¿Por qué lloras? Nada, no me pasa nada. Vamos a ver, y me cogió como el que coge una pluma y me subió encima y me puso a horcajadas sobre su pecho, fuerte como un toro. Cuéntamelo. No sabía por donde salir ante tal sorpresa. Tengo dudas sobre todas las cosas ¿El viaje que me ofreciste, por mi cumpleaños, a Nueva York, lo cambiamos por Moscú? ¿Tenemos un hijo, o no lo tenemos? ¿Cogemos a la de Letonia o a la de Filipinas? Sus manos acariciaban mi espalda y sus dedos se metían entre mi enmarañado pelo negro azabache. No te preocupes, mujer. Tu tranquila. Debes ir al médico, que te recete somníferos. Dormir es absolutamente necesario. Su aliento caliente me doraba el oído y yo escuchaba con mi boca junto a su cuello. Sus palabras eran susurros y mi corazón le escuchaba más cerca que nunca. Besé su cuello. El viaje a Nueva York, del 10 al 20 de Abril, para que en medio esté tu cumpleaños. Bien, dije y lamí el lóbulo de su oreja. Sus manos se deslizaban erizando los estambres de mi piel. Eres una mujer creativa, más bien creadora, no puedes perder el tiempo en planchar camisas o en hacer patatas con costilla de cerdo. Tienes que escribir tus guiones de cine, tus novelas, tus poemas. Valora tu creatividad y poténciala. Mi lengua se metió en su oreja y mis caderas se movían imperceptiblemente. Del uno al quince de Agosto, iremos a Moscú para que te documentes y de paso, conocer las raíces para tu novela. Mi vulva... mi vulva, se había despertado y se abría y cerraba de forma autónoma y el pajarito de mi marido era gavilán ¿Y el niño? Restregaba lentamnete mi vulva mojada sobre su gavilán, duro como palo de billar o como cuerno de marfil. Iremos al médico ¿Sabes una cosa? Ha crecido. Lo sé y me has mojado. Cogí su miembro en mis dedos, con la punta, abrí los labios de mi nido y me senté. Aquello fue coser y cantar ¿Y de las empleadas, con cual nos quedamos? Con las dos. Subía y bajaba despacio, muy despacio. Mis pezones eran comidos con mucha hambre. Siente, siente. Si, amor mío. Dios, le quiero y nunca se lo digo. Subía y bajaba y el gavilán planeando por mis entrañas, bajando el vuelo, subiéndolo. Le comí el cuello y le dejé marcas. No, no, te corras decía él. Dios, no aguanto más. No, por dios, no. Si, aguanta, aguanta. Dios mío, mi vida debería ser este instante. Me llevó hasta su boca y me derretí totalmente en un grito sobrecogedor, notaba como tragaba toda mi descarga, mas espesa y abundante que nunca y su lengua me lamía, me lamía. Me puso de espaldas y dijo: Ahora, mi niña, a dormir. Me penetró y añadió: duerme tranquila ¿No te viene? No pienses en eso, ya me vendrá. Cerré los ojos y notaba que me caía en la profundidad de la nube que está debajo del sueño. Al despertarme ya se había ido al trabajo. Me levanté y una gran hilera de semen resbaló por mis piernas. Ni me di cuenta de su orgasmo. Encendí un Pall-Mall azul y cayeron lágrimas entre los pezones. Hoy será un buen día. Escucharé a Jacqueline Du Pré. La blusa de Máximo Dutti... ¿Piensas en mi? Me acuerdo de tu boca... T. Q.

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