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lunes, 4 de febrero de 2008

T. Q. 4 de febrero, lunes.

Amanecí mucho antes que el resto de los mortales y me puse a escribir de forma frenética. Quince folios de escritura casi automática, tres cigarros de Pall Mall azul y varios sorbos de coca-cola. Volví a la cama satisfecha de haber recuperado la necesidad de dar vida a nuevos personajes. La habitación estaba en penumbra y el cuerpo de mi marido brillaba como si fuera un ángel. Me acurruqué a su espalda como el que se arrima a la brigada de una tapia. Me abracé a él y deseé tener un gran falo para penetrarle como penetra un cuchillo en la mantequilla. Se me fue el abrazo de las manos y se despertó. Me apreté a su espalda y le acaricié el miembro. Llegó media hora tarde al trabajo, pero antes, nos tuvimos y nos transportamos a la gloria. Inundada, me apreté el sexo y no dejé que se saliera ni una gota de su semen hasta mucho después de las diez. Al levantarme un gran río lácteo me corría por las piernas. Hoy tengo que salir hasta el set de rodaje. Me reclaman para modificar una escena que transcurre en el metro. Alegan que es carísimo y que Metro pone muchas pegas para los permisos. Negociaré con ellos, un personaje, una escena de una novela, de un guión, cuesta mucho crearlo, parirlo, pulirlo y si quieren que haga un cambio que paguen por ello. En un presupuesto de dos millones de euros, bien merezco que paguen mi esfuerzo. El viernes Gladys, la señora de la plancha y de la limpieza, dijo que quiere poner tierra por medio. No aguanta más y se va a Campello, a trabajar como ayudante de cocina en un restaurante de lujo, donde una prima es la cocinera. Tengo que poner un anuncio en Mercadona y buscar una persona que la sustituya. Hair... Hair estuvo ayer conmigo hasta las siete y media de la tarde. No conseguimos liberarnos de nuestra entrega mutua y somos felices de una forma tal, que sobrepasa los límites del cuerpo y del sexo. Me he enamorado de ti, dijo. No es posible. No es posible. Ayer empezamos una nueva lucha contra nosotras mismas. Ayer empezó la cuenta atrás y tenemos que tener mucho cuidado para que el punto final se retrase lo mas posible. Sophie, su amiga embarazada, no consigue que su marido perdone la afrenta del otro día. Por lo visto el tal Abhel, es muy de armas tomar y no se le convence fácilmente. Sugerí, solo sugerí, que la invite a tomar un chocolate con nosotras. Si es posible. Hair me miró a los ojos y muy seria y triste, me dijo que había mucho detrás de su historia y que se pensaría si venían las dos a verme un mañana de estas. Le han ofrecido una representación de una marca de juguetes eróticos y no sabe si aceptar. Quedamos en hablar de ello. Abrí sus piernas y le dije: ábrete de par en par y déjate. Con mis dedos abrí su sexo y lamí su clítoris y cuando sus ojos dejaron de ser azules para ser blancos, le metí la cuchara del chocolate. Recogí en ella sus jugos y se los ofrecí. Tomó la cucharilla en su boca y bebió como el que toma un jarabe. Por eso, y por mil cosas más que sucedieron, no hay forma de que consigamos ir al rastro. Mejor así. Mi hermano tenía una cazadora de piel negra con muchas cremalleras, estilo heavy metal y unas gafas negras, Rayban. Subí a su habitación y desnuda, me probé la cazadora y las gafas. Metí mi pecho para dentro y me vi reflejada en el espejo y era tan igual a mi hermano muerto, como una gota de agua a otra. Mil imágenes se agolparon y me gusta la idea de que me confundan con un hombre. El sábado salimos a cenar con nuestros amigos. Al levantarme al servicio, noté como una señorita muy elegante, que estaba en unas mesas más allá, me siguió. Me puse a lavarme las manos y ella a mi lado. Me miraba y miraba y dijo con acento italiano: si tienes los pezones así, sin que te los chupe, ¿como los tendrías si te los chupara? Sus boca era... dios, ¿qué me está pasando? Me aguanté y no hice pis hasta llegar a casa. Tengo tres libros más para pedir y es posible que para el viernes llame a Luccía Benvenutti, mi librera. Me fascina la idea de ser su socia. Empecé un poema cuyo primeros verso dicen así: “En este lugar había plantado un rosal/ con rosas tan grandes como corazones/ ¿Quién lo arrancó antes del fruto? Eso digo yo, ¿quién me arrancó la que soy? Me voy, que llego tarde. Una no sabe muy bien si los errores que comete son así, porque tienen que ser, o porque nada ni nadie es perfecto. Me acuerdo de ti. T. Q.

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