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martes, 5 de febrero de 2008

T. Q. 5 de febrero, martes.

Las suaves facciones del rostro de Hair, las suaves curvas de su cuerpo, las suaves y abundantes protuberancias de sus pechos y sus pezones erectos adornados de aureolas marrón claro, la gran abertura de su cueva, con sus labios mayores y menores y su sonrosado interior y su manantial que me proporciona el néctar que alimenta el deseo de que me abra, como se abren las puertas de las catedrales, los dedos de sus manos, sus pulgares electrizados, sus pies... y sus ojos, su boca y su languidez en la mirada esmeralda a veces, otras azul cielo.... he poseído esos territorios, los he hecho míos y ella doblegó mi resistencia a su conquista y ya no puedo dar marcha atrás. He llegado a un acuerdo con Alex, el director de la película. La escena cambia de lugar y ahora, se desarrolla en El Retiro. A la vuelta, como para inspirarme, crucé el parque andando. Me senté en un banco a fumar un cigarro y a tratar de visualizar la teatralización del rodaje con losa actores. El personaje se arrima a los arbustos para hacer una necesidad perentoria. Sin que él lo sepa, le venían siguiendo por el Paseo de Coches, unos patinadores, aparentemente ajenos a su circunstancia. Son dos hombres con aspecto normal, pero como armarios. Se detienen y esperan a que el protagonista acabe su necesidad fisiológica. Uno de ellos, saca un cigarrillo y le pide fuego. Al mostrar su Zippo y alzarlo, el otro sacó un cuchillo de largas dimensiones y se lo clavó, tres, seis, nueve veces, en el vientre. Despacio manaba la sangre, despacio manaba la muerte y despacio, cayó junto a los patines del que pedía fuego. Este, cogió el mechero Zippo y en estampida, sobre sus patines, desaparecieron hacia la Cuesta de Moyano. Mas o menos. Hay que elaborarla un poco. En esto que, una patinadora joven se detuvo y se sentó en mi banco. Perdona, creí que eras un chico. Estoy extenuada, ya son dos horas sin parar y estoy derretida de sudor ¿Me das fuego? Saqué mi Zippo y abriéndolo, dirigí la llama abundante hacia su cigarrillo. Cogió mi mano y mirándome con sus ojos negros como el carbón, encendidos de brillo y fuego, me clavó una mirada como una navaja. Este no lo tengo. Colecciono mecheros. Su mano apretó la mía y tiró de mi. Me agarró con la otra el cuello y me atrajo hasta su boca, demoró el beso unos segundos inmensos, como para comprobar si me resistía. Su lengua poseyó a la mía y la mía a la suya en un beso profundo y hermoso ¿Qué haces? Ya ves, besarte. Te pareces a mi ídolo: Enrique Bumbury. Te deseo, ¿vienes? y fui con ella de la mano y hubiera ido al fin del mundo, tan confiada. En un rincón, bien apartado, sobre el césped mojado, dejé que me comiera toda, e hizo conmigo una obra maestra con sus dedos y su lengua, hasta llevarme al paraíso, retiró mis dedos mojados de su sexo, se subió el chándal y se fue patinando, alta y atlética. Mañana a la misma hora, en el mismo sitio y me comes. Mi novio me espera. Hay cosas en la vida que no tienen explicación y lo que me ocurrió con la desconocida no me entra en la cabeza. Pero ese no es el problema, el problema es que me gustó. Como vivo muy cerca, no tardé en llegar a casa y darme una ducha. Al mirarme al espejo vi una mujer satisfecha y me dolió. He tenido un buen día y aún son las doce. Subí a la habitación de mi hermano y dejé la cazadora y las gafas negras. Me tumbé boca abajo en la alfombra junto a su cama, desabotoné mis levis y bajando la cremallera, retiré los tejanos hasta las rodillas, con mis dedos en mi sexo, busqué un recuerdo y lo encontré. Un día, mi hermano estaba estudiando en su habitación. Patricio, Patricio, yo siempre le llamaba Patrick, que viene una chica muy guapa a verte. Bajó como un rayo y la invitó a subir. A la media hora, mi madre dijo que mirara a ver qué hacían. Al abrir la puerta vi a aquella chica, semidesnuda, y con el miembro de mi hermano en la boca, succionando como desesperada. Deja a mi hermano, ¡¡¡guarra!!! Bajé a la carrera y mi madre preguntó que qué estaban haciendo. Estudian, mamá. Dios mío, mi hermano. Me fijé en el cajón de su mesilla. Detuve el orgasmo que ya venía y abrí, como el que abre una abultada cartera que se encuentra en la calle. Una armónica, una muñequera de tachuelas, una colección de entradas de conciertos sin ordenar, un frasquito de cristal rojo, casi opaco y cuatro balas de pistola. Me hundí y lloré por mi hermano muerto. Bajé a ver los folios escritos anoche. No valen para nada, mis folios de la noche no valen para nada y los destrocé rabiosa. Para nada vale, todo vale nada. Ya lo tengo. No son dos tíos como armarios. Son una chica de estatura normal y un hombre alto y fornido. Llevan chándal igual, con la cremallera subida hasta el cuello. El hombre que está haciendo pis, se vuelve al terminar y cuando le piden fuego, la chica se baja la cremallera, no lleva nada debajo y dice: “estoy buscando a Jack”, y muestra unos senos grandes y turgentes. El hombre que recibe fuego, saca el cuchillo al bajarse la cremallera del chándal y dice: “y yo a ti”. Es cuando le clava el cuchillo, cegándose.. Así creo que es mejor. Una tortura interna me corroe ¿Cuándo será el día en el que el espejo me devuelva mi propia imagen, sonriendo, como sonreía de niña y jugaba con mi hermano en el jardín junto a la fuente de los siete caños? T. Q.

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