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miércoles, 6 de febrero de 2008

T. Q. 6 de febrero, martes.

Me he quedado dormida leyendo Tokio Blues y ni me enteré cuando se acostó Maurice, mi marido. Eran las dos y seguro que algún ligero ruido, real o imaginario, me despertó. Durante unos minutos intenté recuperar el sueño pero, como ya se por experiencia desde que era niña, no hay forma. Es por eso, que antes de que me vengan a la cabeza malos pensamientos, me levanto, fumo un cigarro y tomo un poco de coca-cola. Al pasar delante del ordenador se me ocurrió ponerme a escribir y de paso mirar los correos. Curiosamente, escribiendo en word, las palabras fluyen mejor que cuando lo hago, a bolígrafo o con pluma estilográfica, en folios o en cuadernos. Escribí durante dos horas, sin parar. Mañana, al recuperar el texto, veré si sirvió de algo. Tengo un correo de Alex, el director de cine. Está entusiasmado con el cambio que les propuse. Dice que están al habla con Elsa Pataki y con Leonor Watling, para ver si hacen el papel de la chica que acompaña, en patines, al asesino. Estaría bien, mientras más caché tenga la película, mayor difusión. Tengo otro correo de Hair. Esta mañana no vendrá porque tiene que ir a informarse de las condiciones de la representación de juguetes eróticos, que de juguetes no tienen nada. Mañana vendrá y me comentará todo al respecto. Me dio el sueño y me acosté satisfecha por la noticia del director de cine y por haber escrito unas cuantas páginas de la nueva novela. Antes, cogí una bandeja de plata del mueble, la pasé un paño y la escondí bajo mi cama. Me acosté de espaldas a mi marido y antes de cerrar los ojos miré, en el reloj digital, sus números grandes y verdes fósforo, de la mesilla. Marcaban: 04,56 ¿Iré al Retiro? ¿Para qué quería las balas mi hermano? ¿Tendrá una pistola escondida?... Sus manos fuertes me acariciaban mis diminutos pechos y excitaban mis largos y negros pezones. Notaba, por detrás, la enormidad de Maurice. 05,50, casi de forma inconsciente me coloqué para que me penetrara y lo hizo. Me gusta mucho esta postura y le dejé hacer. Me puse boca abajo y le favorecía sus envestidas, tan placenteras y que me suelen provocar varios orgasmos. Mis manos abrieron mis glúteos y él notó como que le ofrecía el ano. Al contrario que otras veces, no opuse resistencia y con mi ayuda, empujando hacia atrás y sus empujones hacia delante, poco a poco, muy lentamente, consiguió esconder todo su miembro dentro de mi. 06,25 y me movía hacia atrás y él hacia delante con un ritmo sincronizado y variable. 6,59. Noté una gran descarga, caliente como un disparo, dentro de mi ano que me hizo llegar y agarrando sus fuertes muslos, le insinué que no la sacara y sentí cómo mantuvo durante un rato su dureza conmigo. A los tres minutos se retiró, apreté mi esfínter y me quedé dormida, aparentemente. 07,26 Maurice acaba de salir al trabajo. Estoy boca abajo y recuerdo que dentro de mi hay una buena cantidad de semen. Muy despacio me levanto, cojo la bandeja de plata, que había dejado bajo la cama. Delante del espejo me puse de cuclillas y abrí mi esfínter como si estuviera haciendo la gran necesidad. Una gota larga y espesa, muy grande, blanca como la leche, otra más pequeña y otra y otra. En un frasco de análisis, que tenía preparado en el cajón de la mesilla, recogí el semen lo mejor que pude. Cerré el frasco y lo guardé en el bolso de los pantalones que pondría hoy. 08,03 Estaba en un laboratorio de análisis clínicos que hay muy cerca de mi casa. Allí Silvia Evans, amiga de confianza, se encargó de todo, comentando que lo intentaría, pero que lo normal es que el hombre se lo haga en el momento, en el baño. Pasado mañana tendré el resultado. De vuelta a casa preparé el día. Ayer mi madre llamó angustiada diciendo que por las noches oye ruidos extraños y que el Centro Cultural donde tiene los cuadros expuestos, le quiere comprar uno. Me han ofrecido mil euros ¿Qué hago, Theresse?. Véndelo, más vale pájaro en mano. Qué ilusión, mi primer cuadro vendido. No te preocupes de los ruidos. Serán los vecinos o los camiones de la basura. Pero hija, que son ruidos aquí en casa, por dentro. Anoche hubo uno muy raro y escuché y me pareció oír una voz ronca, como del otro mundo, que decía: “Ven, dame agua que tengo sed”. Mamá no digas tonterías y dile a papá, que a lo mejor consigo libros casi gratis. Esta tarde vendrán tres chicas por el anuncio. He descubierto un libro muy interesante sobre tipografía y diseño de libros: “MASSINI”, por Laettitia Wolf, editorial Phaidon. Pedir también: “La tercera virgen” de Fred Vargas y “El día que cambié a mi padre por dos peces de colores” de Neil Gaiman. Fred Vargas es una novelista francesa muy interesante, a descubrir. Es fumadora, como yo y sus opiniones las comparto y defiendo ante los intrasigentes antitabaco. Las estadísticas con respecto al tabaquismo pasivo son falsas. La lucha contra el tabaco sirve para focalizar la atención en algo que no tiene importancia. Mientras, el planeta sigue recalentándose y el hielo de los polos fundiéndose. Cuando nos llegue el agua por las rodillas aún habrá idiotas que seguirán preocupándose por el tabaco. Desayuno, me pongo la cazadora, la muñequera de tachuelas, las gafas negras, mis levis de siempre y mis botas negras de cuero de media caña. Mi camiseta de algodón, sin sujetador, me pellizco y ensalivo los pezones y me ajusto el tanga dentro de los labios. Voy al Retiro ¿Cómo voy a saber de riesgos si no los corro? Llama Hair disgustada. Le ha bajado. No pasa nada, ya inventaremos algo. No soy tan infeliz por no ser feliz, lo soy porque se que la felicidad plena no existe. O sea, una maravillosa mierda de vida. Aún me acuerdo de ti y... T. Q.

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