Theresse Querelle. 3 de febrero, domingo.
Es urgente que active la destructora de los papeles que no me corresponden. Llamarse, ser, Theresse Querelle, implica gozo por mi propia definición, gozo, que como ya determiné, es el elemento que necesito para ocultar todo el dolor que me traspasa. Soy yo, únicamente, añadiendo a mi faz la máscara que todos ven y que acepto con resignación e impotencia. Nada de lo que ocurre a mi alrededor me es ajeno, pero tampoco propio. Es fumar cada día, aspirando y espirando las volutas de humo que son mis instantes. De poco me vale tanto lujo y parafernalia, tanto desperdicio de los que me precedieron... así que sólo me queda este cuerpo que parece habitado, tal vez, ocupado por los okupas que me poseen, como espíritus de un mundo que no es este. De poco me valen unas y otros, otros y unas, si al final, la que se queda sola siempre, soy yo. Así que bienvenido sea este elixir, que bebo a sorbos como se bebe un té turco junto a la Santa Sofía de Estambul. Como no podía dormir, subí hasta la habitación, desolada, del hermano muerto. Es amplia y está impecable, tal y como a él le gustaba y la dejó cuando se fue a la concentración de motos de El Tiemblo, para no volver. Mi hermano... era un buen músico, un extremista de sus aficiones y de su profesión. Ahí están la pruebas. Su colección de guitarras, de flautas, de armónicas, de discos, de tantas cosas... y su primer póster del grupo del que era líder: The Con Sentidos. Es tan abundante la diversidad y tan generosa la imaginación con la que adornar y decorar las cosas que invaden y se apoderan de una, que es una obligación moral seguir ilusionándose cada día. Me llamó mi padre y dice que si vamos el finde a ver el local y a estar con ellos. Hubiera dicho que si, pero al pensar en la peluquera, puse una disculpa y dije que dentro de un mes o, tal vez, para semana santa. Hair, la peluquera, vino sobre las diez de la mañana, triste, muy triste ¿Qué ha pasado? Una tontería. Cuéntamela, que no será tanta tontería cuando estás así. Dice que mi kimono japonés, de seda, le gusta. Pues mira, resulta que tenemos unos amigos, de hace ya unos años, que viven cerca de aquí, nosotros, mi marido y yo, estábamos preparando la cena, cuando sonó el telefonillo ¿Estáis visibles? Subir, cencerros ¿qué andaréis haciendo por ahí a estas horas?. Se sentaron en el sofá y con mucho entusiasmo, dijo Sophie, ¡Que estoy embarazada! Nos lo acaba de confirmar el ginecólogo ¡No jodas! Así que, muchos abrazos, muchos besos, muchas en hora buenas ¿De cuánto estás? De casi dos meses, contestó Sophie, radiante de felicidad. A mi se me caían la lágrimas de sana envidia. El problema es que, por celebrarlo, les invitamos a cenar y nos pasamos con el rioja y las copas, salvo Sophie, que ya empieza a cuidar al bebé, y como algunas veces habíamos insinuado, en broma, que podíamos probar a jugar al intercambio de parejas, Charles, mi marido dijo: Está muy bien que estés embarazada, así durante nueve meses te podremos joder tu marido y yo, sin miedo a que te quedes preñada ¡Una bomba! Se levantó Abhel, el marido de Sophie y empezó con que le iba inflar a ostias y que su mujer no es una puta. Ayer me llamó Sophie para decirme que estaban más tranquilos y que en unos días nos pedirán perdón y que las aguas volverán a su cauce, pero que mi marido tenga cuidado con esa boca ¿Quién habló de aburrimiento? Así que... pregunté: ¿Cómo se llama el marido de tu amiga Sophie? Abhel, se llama Abhel. Hoy aparece en un periódico un titular que dice así: “El semen de los españoles: escaso y de poca calidad”. No sé si insistir ante mi marido para que nos hagamos la prueba de fertilidad, ya veré si encuentro el momento propicio. Estaba preparándome un chocolate ¿Te apetece? ¿Tienes churros? Preguntó Hair. No, tengo bizcochos. Me apetece, gracias ¿Te gusta mi kimono de seda japonés? Me encanta. Pues espera que te regalo uno. Póntelo mientras termino de hacer el chocolate. La dos iguales. El chocolate estaba delicioso, caliente y algo espeso ¡Qué rico está! Decía la peluquera mientras mojaba un bizcocho con sabor a anís. Dicen que el chocolate es afrodisíaco ¿Crees que nosotras necesitamos que nos anime algo? Que va, nosotras siempre estamos animadas. Con uno de mis pies abrí un poco el kimono de ella, ¿llevas bragas? Compruébalo tu misma. Llevas el tanga ¿Tu llevas? Dijo. Compruébalo y con su pie abrió. No llevas. Mi píe buscó su sexo cubierto y la acaricié con el dedo gordo. Se dejaba y al poco se ladeó la tela. Mi dedo la abrió y se introdujo un poco. Theresse, que no soy de piedra. Ni yo, contesté. Entonces ella, alargó su píe y metió su dedo en mi. Sus gemidos y sus ojos, medio en blanco, me dieron el impulso y por fin me decidí y me levanté y cogiendo su mano, la invité a que me siguiera. Desaté el cinturón de nuestros quimonos y sin quitarlos, la llevé hasta el sofá. Se sentó y yo, de rodillas en la alfombra, abrí su sexo mojado y la comí hasta que le vino, inundándome de abundante néctar, que jamás antes había probado y que era el paroxismo de la exquisitez ¿Por qué me has hecho esto? Porque lo deseaba tanto como tu. Ven... y en la cama hicimos lo inimaginable durante un buen rato. Su boca, sus besos, sus pechos, su sexo, me tenían cautivada y era una necesidad perentoria poseerla ¿Cuántos orgasmos has tenido? Preguntó. Perdí la cuenta. Tu has tenido tres maravillosos. Así es. Ahora hazme las mechas. Hoy es domingo y vendrá Hair a tomar un chocolate y a lo mejor vamos al rastro. Si resulta que soy fértil, buscaré quien me deje preñada. Lo juro. Ha llovido y el cielo está gris como mi vida. Theresse Querelle.
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