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martes, 25 de marzo de 2008

DIAMANTE ENCASTRADO

Diamantes de lluvia se estrellan
contra tu rostro de muchacha indefensa.
Fugaces relámpagos iluminan tu miedo
y te guareces bajo el pórtico, aterida.

Tiemblas, tienes pánico a la tormenta
y al aguacero que empapa el abrigo.
No pasa nadie, los viajeros se fueron
y el tren deja eco áspero de adioses.

El brillo de tus párpados no es de lluvia,
bien lo sabes, son lágrimas que te duelen.
Esperas a que pase el chaparrón, solitaria
y triste, como un junco al amanecer.

Te vi, ¿recuerdas? Vi cómo te nacía
el suspiro terrible del alma impotente.
Fumamos juntos un cigarrillo de serenidad
y salimos bajo mi paraguas, rozándonos.

Estos charcos nos cubrirán los zapatos
y a la de tres dimos un salto largo.
De vez en cuando mirabas para atrás
como si hubieras olvidado un olvido.

La hermosura me miraba con tus ojos,
tus palabras anunciaban gratitudes.
No es nada, mujer, no es nada...
Y lapidamos el futuro del presente.

Posiblemente ni te acuerdes,
pero hoy hace frío en casa,
en la calle llueven diamantes
y quedan brasas de tu recuerdo.

La vida continua y sigo sembrando
páramos con cenizas de mala muerte.
Con la lluvia fraguará sólido
el diamante encastrado que donaste.

Ruge el viento
y el bosque se queja como un acordeón.

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