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lunes, 17 de marzo de 2008

T. Q. 17 de marzo, lunes.

Antonio Gamoneda dice, en un poema precioso: “La belleza no necesita ser pensada”. Es muy posible que el insigne poeta tenga razón, que no haga falta pensar en tanta belleza como me transmite el paisaje que significa el mar, para sentirla. El mar que contemplo en la playa de Mojácar es tan distinto, tan inmensamente intenso, que no puedo por menos que pensar en los misterios que contiene, mas que por lo que se ve, por lo que inspira y sugiere su inmensidad, su profunda naturaleza de recipiente de insondables incógnitas y en estos momentos, su nerviosa calma. El mar, mi mar, significa mucho mas que la belleza de lo conocido. Cuando vengo a Mojácar, una fuerza magnética, inconmensurable e irresistible, me atrae hasta sus perfiles de olas espumosas que chocan y se deshacen contra mis pies descalzos. Venir aquí, a este lugar elegido por los dioses para encandilarme, es venir a algo mas que a ver a mis padres. Es acercarse a contemplar la belleza para no pensar en tan horrible realidad. Llegamos sobre las doce la mañana. Hacía sol y un poco de viento fresco, que alborotaba el pelo y obligaba a abrigarse con jersey o cazadora. Mis padres nos acogieron con fuertes abrazos y alguna que otra lágrima contenida. Pasado el primer momento de intensos saludos y parabienes, mientras metíamos en casa el equipaje, noté a mi madre disgustada ¿Qué te pasa mamá? ¿Por qué esa tristeza? No te has cortado el pelo, dijo. No te preocupes, ahora mismo te daré el gusto de verme distinta. En el baño, mojé un poco el peine y de cuatro peinadas, me lo recogí en un moño que até con una gomita, que ya llevaba preparada, para por si acaso. Me puse un gorrito de lana, como los que llevan los jamaicanos para esconder sus rastas, me di un ligero toque de rouge en los pómulos y remarqué mi rimel, para parecer mas mujer. Al salir, todos aplaudieron mi nuevo aspecto. Mi madre dijo que así por lo menos no le recordaba tanto a mi hermano muerto, que ahora parezco mas una muchacha que un muchacho. Cosas de mi madre y que por un pequeño detalle, por mi parte, podía evitar su disgusto. Mi padre nos llevó, dando un paseo, hasta la librería de viejo. Su fondo de libros va en aumento. Tiene un apartado muy importante de libros en inglés, alemán, francés y dentro de poco en italiano. Me enseñó una colección de libros clásicos italianos, en edición de lujo, que le regaló una señora mayor que hace unos días pasó por el local ¿Podría venir por mi casa y le enseño la biblioteca que tenía mi hija? Mi padre fue. Un chalet muy grande, la señora se deshizo en amabilidad con mi padre y le mostró una habitación dormitorio, con mesa de estudio, llena de libros por las cuatro paredes. Mire: mi hija trabajaba en Roma, un buen puesto en una multinacional y se enamoró de un hombre italiano del mundo de la música rock y esas cosas y parece ser que la llevó por mal camino y ni marido ni yo sabíamos nada. Tenían mucho dinero y le regaló todos estos libros en italiano. Al cabo de casi diez años de estar viviendo juntos, no sé de qué manera ni por qué, mi hija se contagió de sida y falleció hace dos años. Desde que murió hasta ahora, no sabía qué hacer con todo esto, porque ni entro en su habitación para no deshacerme en llanto. Lléveselos todos que se los regalo. Cogió cuatro bolsas de plástico y me dio a elegir para que llevara los que cupieran y quedé en volver otro día con una furgoneta para recoger el resto, unos mil ejemplares entre los que están Dante, D`anuncio, Magris, Moravia, Oriana Fallaci, De Amicis y muchos otros. Así que mi padre está encantado porque de vez en cuado le entran verdaderas joyas incunables de bibliófilo y casi regaladas. Todavía no ha encontrado dependienta, por lo que, oficialmente, no puede abrir al público. Si le pillan trabajando, en su propio negocio, le pueden quitar la generosa pensión que cobra como prejubilado de RENFE, donde era un alto ejecutivo. Estoy tranquila y descanso bastante, aunque, en realidad, la cabeza está en mil sitios a la vez y mis personajes y proyectos no dejan de bullir en mi interior. Comeremos en un restaurante que tiene mirador desde el que se divisa toda la bahía y el hermoso mar. Trato de no torturarme demasiado y por ahora estoy tranquila. Mi marido me dejó venir, sola, hasta la playa para ver amanecer. Cuando regrese, me meteré en la cama y me abrigaré al calor del cuerpo de mi esposo y trataré de joder hasta las once. Sé que lo agradecerá porque lo está deseando. También es cierto que cuando sienta que me viene, irremediablemente, me acordaré de ti porque... T. Q.

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