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sábado, 8 de marzo de 2008

T. Q. 9 de marzo, domingo.

Mi marido y yo iremos a votar como hacemos cada cuatro años, tomaremos vermuth de grifo, riquísimo, con una racioncita de paella o, tal vez, de callos un poco picantes. Hoy dormiremos una buena siesta y al atardecer saldremos a ver el museo juntos. De regreso, cenaremos en un mesón donde nos ponen un rioja con tortilla española y aceitunas. De postre un queso curado de Zamora y finalmente un chupito de hiervas. Miraré al cielo y con suerte, veré a la luna como me mira. En casa, leeré hasta que me de el sueño y luego ya se verá. Hoy no puede venir Hair porque se ha ido a su pueblo para estar con su padre y hermanos. Aún es muy reciente la muerte de su madre, tan joven. Ayer después de comer se fue Irina. Tuvimos una animada conversación sobre literatura y música. Adora el piano y es posible que prepare un pequeño repertorio para grabarlo en plan casero. Dice que así se impone una disciplina y que en tres meses lo ha de tener preparado. Curiosamente está intentando acercarse al jazz y al blues. Hablamos de asistir juntas a conciertos en el Populart de la calle Huertas, al Clamores o al Café Central. Por la tarde estuvimos con Olimpia y Ciprianne en su casa. Jugamos a las cartas y mientras los maridos preparaban la cena, Olimpia y yo, hablamos de nuestras cosas. Está convencida de que su marido se los pone y se plantea tener aventuras esporádicas. Dice que le fascinan los negros, que en sus sueños, de la última temporada, siempre es una imagen recurrente. Cree que se debe a su pasión por África, el continente que quiere empezar a visitar cada año durante quince días. Este verano tienen pensado ir a Kenia, un sueño antiguo de Olimpia. Tal vez me busque un africano, dijo. Es muy duro superar una infidelidad, pero hay dos salidas posibles y que mientras los niños sean pequeños, ha decidido continuar a ver qué pasa. Su marido jode con ella algún fin de semana, el resto de los días no puede, porque ya ha estado con “la otra”. Dice Olimpia que se está cansando de hacerse dedos y de sufrir innecesariamente. No hablamos de política, pero eran reacios a ir a votar, les convencimos y lo harán, aunque me temo que a los otros. Es igual. Mañana traen el piano K-Kaway para el piso y vendrá el afinador de pianos para repasarlo y le pregunté que si me haría a mi un buen repaso. Su risa es encantadora, su voz es como el susurro de las olas del mar. Su aliento es salino y dulce a la vez y sus besos tiernos como un corderito recién nacido. Sus manos se deslizan por el teclado con una agilidad tal, que el piano suena como los dioses. Esos dedos han estado dentro de mi y los añoro, los deseo, le deseo a todas horas, porque me encanta estar con él, sentirle aunque no me joda. Dios mío, ¿Por qué la felicidad no es el pan de cada segundo? Ahora me siento tan feliz pensando en él, que me gustaría hacérmelo aquí, ahora. Resistiré reservando mi almacén de placer para regalárselo. Le daré todos los orgasmos que me pida y trataré de conseguir ver su esperma deslizarse por mis labios ¡Qué ganas tengo, dios mío! Para el martes he quedado con Sophie, quiero ver como le ha crecido la tripita y cuando sienta el movimiento de su bebé, adivinaré su sexo antes de que se lo diga el ginecólogo el miércoles. Parece ser que su marido ya jode con ella, aunque no tanto como antes, porque sigue con miedo a hacer daño a la criatura. A Catterina no la tengo olvidada, ni mucho menos, ahí está y se conforma con correrse al teléfono. Tengo medio hilvanado el pre guión para Alex. Me faltan muchos datos y creo que iré a unos conciertos al Moby Dick, al Costelo y al Chesterfield. Estoy tratando de convencer a mi marido para que me deje ir sola. Dice Elhena, la chica de Moratalaz, que el sexo entre los adolescentes no es el mayor problema, lo que más peligro corre es la droga y el alcohol. Parece ser que es tanta la que circula por Madrid y por toda España, claro, que de cada diez, tres o cuatro, están enganchados o a punto. La cocaína es moneda de cambio tan habitual como las pipas de girasol. Tengo que comprobarlo y hacerme topo para sacar información de primera mano. Hubo un tiempo en que anotaba las frases de la gente que pasaba a mi lado. Antes de ayer cruzaban el semáforo unas colegialas de apenas doce años y una de ellas, sin cortarse un pelo, es decir, en voz bien alta, les gritaba a las otras: “Paso de porros y esas historias, donde esté un buen polvo que se quite todo. Llevo nueve en lo que va de semana y de puta madre, tía”. Literal y no se si llegaría a los doce años. Estamos rodeados de monstruos y yo puedo ser la imagen de uno de ellos. Mi monstruo se construye a base de la ficción que plasmo en la novela y en los poemas y se destruye al comprobar su imperfección. Esta promiscuidad mía no es otra cosa que un escudo, una coraza, un caparazón, que me sirve para resistir tanta realidad. Tu eres lo único que te mantienes como el primer día. Estás dentro de mi, escondido entre mis arterias. Si me busco entre la sangre te encuentro porque... T. Q.

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