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sábado, 8 de marzo de 2008

T. Q. 8 de marzo, sábado.

“Las moscas se meten dentro del cuerpo de la mujer y van comiéndose su carne”, escribe Haruki Murakami en su libro “Sauce ciego, mujer dormida”. Qué insecto se meterá en el cuerpo de los asesinos para que les haya comido la conciencia de humanidad, que les ha convertido en bestias carroñeras, me pregunto. Tal vez no sea un insecto, es muy posible que sea una víbora. Hay días tan terribles en que no pude una abstraerse de la realidad. No hay cosa que mas odie en esta vida que las armas y a los que las usan, aunque solo sea para jugar. Odio a mi hermano muerto por haber tenido algo que ver con pistolas, aunque en realidad solo tengo una evidencia real: sus balas en la mesilla de noche y su libro de instrucciones de una Astra. Siempre le querré como hermano mío que fue, pero odio la posibilidad de que haya estado metido en líos con pistolas de por medio. Mi marido es cazador y tienes tres o cuatro escopetas de caza, le respeto pero no comparto su afición y toda la caza que trae la vende en el Mercado de Maravillas o la regala a sus amigos. En mi casa jamás se come una perdiz o un conejo que hayan sido cazados en el campo. Irina ya está bien y ha vuelto a dormir en su casa. Estuvimos en el piso de Avenida del Mediterráneo y le expliqué mi proyecto de la editorial, que había pensado en ella como colaboradora, de mi interés por publicar a poetas rusos y se mostró muy ilusionada. Decía que era como un sueño, que no se había imaginado nunca que podría trabajar en algo relacionado con su verdadera vocación: escribir y traducir. Le enseñé la distribución del piso y pensamos en que podría vivir allí. Una habitación para ella y el resto despachos y salón para instalar una buena biblioteca, el piano K-Kawai, ordenadores conectados a internet y trabajar y trabajar. Irina me miró fijamente y me preguntó: Therese, ¿Por qué te portas así conmigo? ¿Quieres joderme? Al notarme contrariada me abrazó y dijo que la perdonara, que solo había querido decir que si quería, que estaba dispuesta a todo, incluso sexo si me apetecía. No te confundas Irina, solo quiero que trabajes para mi al menos durante unos meses de prueba. Es un proyecto de trabajo serio, muy duro, con continuidad y que el sexo con ella ni se me había pasado por la cabeza. Noto como me miras, dijo. Si te digo la verdad, me gustaría ser tu amiga y mas, añadió. No soy lesbiana, pero no quiero correr riesgos con hombres. Mi marido está trabajando en Moscú y llegamos a un pacto: siempre nos amaremos y aunque estemos con otras personas, nuestro amor permanece. Cuando gane lo suficiente en España y él en Rusia, nos reuniremos de nuevo en nuestra casa de Letonia, justo cuando nuestra hija Karenina cumpla los diez años. Somos jóvenes y muy sensuales, somos libres pero sujetos a nuestro compromiso. ¿Cómo se llama tu marido? Se llama Varisnoff pero yo le llamo Varis ¿Funciona la ducha? Claro que si. Se desnudó y se metió en la ducha. Sentada en la alfombra esperé fumando un Pall-Mall azul. Me resistí porque aun tengo la regla, de no haber sido por eso es muy posible que nos hubiéramos duchado juntas. Mejor así, por ahora. Salió secándose el pelo con la toalla y pude recrearme viendo su maravilloso cuerpo. Irina, ¿Te gustaría ser mi modelo? Me encantaría emprender una nueva faceta que se me acaba de ocurrir al verte desnuda. Me gustaría explorar el campo de la fotografía erótica ¿Podría ser? Me encantaría Theressese, porque ya he sido modelo en mi país. Sabes que me tienes para lo que quieras y como quieras. Me quitó el cigarro de los labios y fumó unas caladas y mirándome a los ojos dijo: Seré tu modelo si tu eres mi modelo. Te enseñaré y podemos hacer arte con nuestros cuerpos. Sus ojos se clavaron en los míos y se acercó a mi oído: Si todo va bien podremos ser muy felices juntas. Mi tesis doctoral fue sobre la más importante poeta rusa, fui modelo, escribo poemas y cuentos, eres morena y yo muy rubia. Necesito dinero y tu lo tienes, no quiero que me regales nada, todo lo he de ganar con mi esfuerzo, con mi trabajo. Eres mi complementaria. Su lengua se introdujo en mi oreja. Irina, dame el cigarro y vamos que se nos hace tarde. Piensa en lo que te dicho, dije. Está decidido, Theresse. Sí a todo. Salimos juntas y mientras íbamos para la casa, nuestras manos se rozaban y no sé muy bien si me gustaba. Otra preocupación mas. No tiene ningún sentido la vida sin preocupaciones y a mi me sobran. Por ejemplo: se me olvida pensar en ti y cuando me acuerdo, me remuerde la conciencia porque... T. Q.

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