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miércoles, 18 de junio de 2008

EL VIAJERO DE TRAJE GASTADO (y IX)

El viajero se despierta impaciente creyendo que su sueño significa algo más profundo, más sobrenatural que un simple sueño, además, el niño llora.
- ¿Qué le pasa?
- Que tiene hambre y quiere que le de la teta, pero le tengo que ir acostumbrando a que coma otras cosas. Dijo su madre.
- Déjame y verás como se traga el potito en un santiamén..
- Ven Paris, que te cuento un cuento mientras comes. Una vez había una reina griega muy hermosa, que se llamaba Elena y que vivía en Troya. Una noche un caballo de madera...
Mano santa. El niño se lo comió todo en menos que canta un gallo. Usuri dormía y la madre observaba al viajero y a su hijo compenetrados como si se conocieran de toda la vida.
El traqueteo del tren continuaba con su repetitivo soniquete. El viajero cogió su maletín y el sombrero y se dispuso a bajar en la estación que ya estaba ahí, a dos minutos.
- ¿Puedo invitarte a un café?
- Hace. Contestó el viajero.
El viajero cogió al niño en brazos y bajaron los tres hasta la cafetería. Ámbar iba un poco detrás observándoles. Se le caían las lágrimas de emoción y ternura ante aquella imagen.
- ¿Me dejas que te coja del brazo?
- Claro que si, mujer. Con toda confianza.
Tomaron café y el niño no se separaba ni un segundo del viajero. Ámbar le propuso darle trabajo y casa.
- ¿Tienes carnet de conducir?
- Si, me encanta conducir.
- Puedes quedarte con el Mercedes, casi nuevo, de mi marido, si vienes con nosotras todo lo que el tenía será tuyo.
- Ya se verá. Déjame que lo piense. Voy a comprar una de esas navajas del expositor.
- Elige la que quieras que la pago yo
- No Ámbar, no me des nada que no haya ganado o que pueda ganar con mi esfuerzo
De regreso en el tren, cada uno tomó su asiento. El niño se quedó dormido rápidamente y Usuri parecía cansada y dispuesta a dormir las cuatro horas que aún quedaban de viaje.
Apagaron todas las luces y en penumbra, se miraban. El viajero puso su sombrero casi tapándole los ojos dispuesto a dormir. No tardó mucho en sentir como cosquillas en su oído. Ámbar trataba de contarle cosas y más cosas.
- ¿Quieres que sea tuya?
- Ya se verá.
- Me tendrás siempre que quieras. Por primera vez, desde hace muchos meses, deseo hacer el amor y quisiera que fuera ahora contigo. Déjame que te coma la boca y verás lo que soy capaz de hacerte sentir.
El viajero se dejó llevar, como pétalo de rosa en tarde de viento, como se deja una perrita en celo.
El viaje sin retorno terminó, como se termina todo, y el viajero cree haber tomado la decisión más acertada. Las mujeres y el niño pidieron un taxi. El viajero les ayudó a meter el equipaje y se quedaba solo en la acera, pensativo, por no decir triste. Una maleta llena de lo imprescindible, su maletín de piel viejo en la mano, el sombrero bien calado y su traje azul marino, de chaqueta cruzada, sin un botón, gastado, muy gastado, de tanto usarlo cuando era vendedor de libros y de sueños. Se puso a encender un cigarrillo, cuando la voz de Usuri, desde la ventanilla, del coche le gritó suplicante:
- Jeremy, dice el niño que vengas con nosotros para que le des de comer. Ven anda, no seas tonto. Ven con nosotros.
Y el viajero tiró su cigarrillo recién encendido y dijo:
- Voy.
Las muchachas se alegraron y el niño quería ir sobre las piernas del viajero, que para entonces ya había tomado dos decisiones: Que se haría coleccionista de navajas, puñales, espadas y de objetos de Arte egipcios era una y la otra, que lucharía por extender la librería por todo el país, a ser posible.
El cielo era claro y un nuevo futuro acababa de empezar. El tren se desperezaba y reponía fuerzas, dispuesto a dar la vuelta por donde había venido, cargado con cientos y cientos de viajeros y cada uno con su mundo interior henchido de misterios. (Continuará... se supone.)

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