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jueves, 19 de junio de 2008

LA HORA DE LA LECHE

Enfangado hasta los tobillos
en ésta trinchera de cerdos y fusiles.
Traspasado de frío y temblores,
temiendo a la muerte que silva
y termina horadando la hombrera.

Así estoy ahora, con los prismáticos
y la cantimplora, con la bayoneta
y los sabañones, con la frente ardiendo,
los nudillos ensangrentados
y los dientes que rechinan barro.

Tendrías que haber pasado por esto
y sabrías entenderme mejor.
No importa, tus sueños son mejores,
tu realidad es de tierra firme,
y si acaso estuviste cerca, huiste.

Te digo la verdad, aún retumban
en mis oídos aquellas trompetas
y cañonazos, aquellas orugas
chirriantes y desengrasadas.
¿Te acuerdas de un arco iris?

Eso fue todo lo que puedo contar,
entonces, no te extrañe mi afán
de los matorrales del tiempo
temblando en el barro de la sangre,
ante la imposibilidad del árbol.

Ni nombro mi pecho en llamas,
o aquel desdichado compañero
de los naipes y el piano de pared.
Por aquí tengo susurro de sanguijuelas
y revolotear de ánades grises.

Una desazón, un desequilibrio,
taza de café vertida en el mantel
y el hule que ya no tengo ni tendré.
Es tanta la penuria que circunda,
que mejor olvidarte a ras de viento.

Buscaré el alba a la hora de la leche.

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