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martes, 22 de julio de 2008

EL CASO DE LA LECTORA DE VERSOS. V

“El político”
Temprano salí en busca de trabajo. La ciudad era un hervidero, un laberinto, un enigma, una aventura. Menos mal que la primera cita era a las diez de la mañana y que no estaba muy lejos. No me atrevía a entrar en el metro, ni a usar el autobús, demasiadas emociones para una novata en todo, como yo. Una amable señora me indicó el camino más corto y aunque tuve que andar casi una hora, llegué unos minutos antes de lo previsto.
Me atendió un señor muy correcto, aunque serio, cogió mis datos, me explicó que mi trabajo consistiría en ser vendedora en una tienda de electrodomésticos, nueva y que, si todo iba bien, en unos meses me podría hacer cargo de ella. Quedó en llamarme, si era seleccionada. No me disgustaron las condiciones ni la función a desarrollar, necesito ir ganando para pagar lo imprescindible.
De vuelta a casa decidí probar el metro, lo que haya de ser, que sea pronto. Estaba mirando los planos, para ver qué línea me correspondía para volver a casa, cuando alguien me habló:
- Hombre, qué casualidad, ¿te acuerdas de mi?
- ¿Eres el del rastro?
- Exacto ¿Vas a venir a la reunión?
- No puedo, mentí. Estoy buscando trabajo y ahora esa es mi única preocupación.
Como íbamos en la misma dirección, me enseñó a viajar en el metro, a coger las escaleras mecánicas, que me daban miedo, me consiguió un plano, en fin, muy atento y yo impresionada, fascinada, con tantas cosas como estaba experimentando.
Me pidió el teléfono y al decirle que no, contestó que sabía de un posible trabajo, que tenía que hablarlo con una persona, amiga suya, que buscaba secretaria y que mañana me llamaría para darme los datos, si es que aún estábamos a tiempo. Ante esa explicación no me quedó más remedio que dárselo. El chico se mostraba tan educado, tan atento, que no veía inconveniente en que me pudiera llamar para asuntos como el trabajo.
Al llegar a casa, encontré que en la habitación estaba la dueña hablando con una mujer que enseguida supuse que sería mi compañera. Me la presentó y nos dejó solas.
- ¿Te parece bien que sea tu compañera?
- Por supuesto que me parece bien. Podía haber sido cualquiera y como eres tu, pues me parece perfecto. Espero que nos encontremos a gusto las dos.
- Claro que si. Mira, esta piedra la cogí hace unos días en un viaje que hice, a modo de despedida de mi país, a Cuzco, la ciudad más mágica y simbólica de la cultura prehispánica. Es una piedra que contiene la magia de todo lo que significa el simbolismo de las culturas milenarias. Te la regalo, la puedes adoptar como la piedra de la suerte, de tu suerte en la vida.
- Muchas gracias, es preciosa y... ¿me la regalas sin conocerme de nada?
- No te conozco aún, pero sé lo que veo. Veo que te ha gustado la idea de compartir esta habitación con una extranjera como yo. La luz de tus ojos, tu actitud ante mí, significa mucho. Esta piedra úsala como pisapapeles o como quieras, pero consérvala como signo de nuestra convivencia y amistad, si me lo permites.
No daba crédito a lo que estaba sucediendo y me sentía muy contenta de poder compartir la habitación con una persona tan diferente en muchos aspectos, vistos e intuidos por mi.
“Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”. Dámaso Alonso.

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