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sábado, 19 de julio de 2008

LA LECTORA DE VERSOS. III

"La dueña de la pensión".
A intervalos me despertaban los ruidos de la calle y los de la casa, pero me dejaba llevar por la frescura del dormitorio, un poco tapada con la sábana, enseguida dormía y dormía tan a gusto. Me dejaba llevar por sueños de doble filo.
El cuerpo descansado y el alma dolorida por la preocupaciones, que permanentemente me asedian, abro los ojos y me encuentro con la lámpara del techo. Es una lámpara de siete brazos y siete tulipas. Muy kisch, me gusta porque aparenta ser una gran lámpara pero no lo es. La habitación es limpia, recién pintada, el suelo de parquet antiguo. Bien pulido y barnizado. Sólo hay dos cuadros. Una reproducción de la Inmaculada de Murillo, que siempre me encantó, y otro cuadro, pareja del anterior con la imagen de San José, creo. En la mesilla de mi parte hay un cenicero de cristal labrado. Cerca de la puerta un lavabo con dos grifos y al lado una palangana y un toallero de hierro con una toalla de color azul marino. El armario y entre las ventanas, una mesa de nogal, de despacho antiguo, grande para estudiar, o lo que sea, otro cenicero y un pequeño recipiente con unos claveles rojos de plástico. Dos sillas y separada, un metro o más, la cama y la mesilla de la futura compañera. He tenido suerte, es confortable y grande. Ahora a esperar a ver con quien me toca compartirlo todo.
Una vez vestida y arreglada un poco, me acerco al servicio y al salir me espera la dueña.
- Buenos días ¿Qué tal has pasado la noche?
- Buenos días, muy bien, gracias y usted ¿Ha descansado?
- Muy bien, duermo como un tronco. Me despierto siempre cuando llega el ciego, pero como ya lo sé, pues enseguida cierro el ojo y hasta mi hora, las ocho y media, así todos los días. Como no paro, me acuesto cansada y duermo y duermo.
- ¿Hay un ciego en la casa?
- Claro mujer. Onofre es un huésped de hace años. Va a las tertulias y dos días a la semana vuelve tarde. A veces empina un poco el codo y anoche para mi que le dio al tinto en condiciones. Ya te lo presentaré, es muy buena persona. Vende el cupón en la esquina.
Según hablábamos nos íbamos acercando a la habitación. Acabamos sentadas en las camas. Ella en la de mi futura compañera y yo en la mía.
- En las habitaciones de el otro ala está la habitación de mi nieto, un hombretón, la de Onofre y la mía junto a la cocina. En esta de al lado está Loly, trabaja en un restaurante cerca de aquí. Buena chica, aunque tiene sus rarezas. Ya sabes, todos cojeamos de algo. Espera que te traigo unas magdalenas, que tendrás hambre, entre el viaje y una cosa y otra. Verás que ricas, me las trae una amiga de Campo Criptana, de donde Sarita Montiel.
- ¿Qué edad tiene señora Belarmina?
- ¿Cuántos crees tu?
- No sé. Sesenta y siete.
- Eres lista y zalamera, tengo setenta y siete. Espera, ahora vengo con las magdalenas.
“Me gusta ver el cielo/ con negros nubarrones/ y oír los aquilones/ horrísonos bramar,/ me gusta ver la noche/ sin luna y sin estrellas,/ y sólo la centellas/ la tierra iluminar”. José de Espronceda.

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