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miércoles, 23 de julio de 2008

EL CASO DE LA LECTORA DE VERSOS. VI

“La compañera”
Cuando estudiaba en León, vivía en una Residencia de chicas que pertenecía al colegio de monjas donde hacía el Bachiller. Compartía habitación con una compañera que era de un pueblo cercano al mío. Nadie se puede imaginar lo que me hizo sufrir aquella chica de mi misma edad, mi misma clase y, casi, de mi mismo pueblo. Era intransigente, egoísta, estúpida, rara. Todo lo que se diga es poco. Uno de los días más felices de mi vida fue aquel en el que terminamos Preuniversitario y nos despedimos, sin despedirnos, para siempre.
Mientras estudiaba la carrera, en León, vivía en una habitación, para mi sola, en la pensión de unos señores, muy atentos, de origen gallego. Me trataron como si fuera de su familia.
Al enfrentarme a la nueva experiencia de compartir habitación con una desconocida, no dejaba de tener presente la nefasta experiencia como la que conviví en la Residencia de León.
Mi compañera de ahora, se llama Marlene Trujillo Ahiaguahi, es peruana de Arequipa, aunque desde niña vivía en Lima. Marlene es ¿cómo lo diría?, distinta a todas. Alta y muy delgada, de piel cobriza, pelo largo, liso y negrísimo, facciones de indígena mezcladas con europeo. Tiene algo de filipina, algo de hawuaiana, es una belleza exótica, a mi manera de ver, aunque soy mujer como ella.
Tiene diez años casi exactos más que yo, ha venido a Madrid para hacer el Doctorado en Filosofía y Letras, becada por el gobierno peruano en colaboración con el Instituto de Cultura Hispánica. Tiene también la carrera de periodismo, que ejerció en periódicos de su país.
Nada más regalarme su piedra de Cuzco, siguió sacando sus cosas de dos enormes maletas que traía llenas de buena ropa y de objetos de cierto valor, joyas y complementos de calidad.
En un momento dado, sacó una máquina de escribir portátil, Olivetti, modelo Lettera 32. La puso sobre la mesa del escritorio y dijo:
- Todo lo que tengo está para que lo uses, siempre que esté libre. Si quieres escribir a máquina, escribe. Cuida de mis cosas como si fueran tuyas. La ropa no te vale, tu eres un poco más baja, pero si algo te gusta lo pruebas y si te apetece, úsalo, sin problemas, con toda la confianza del mundo.
Seguía sacando cosas y las iba colocando, muy ordenadamente, en el armario o en el escritorio, según correspondiera. Casi al terminar de colocar su equipaje, sacó seis libros que me mostró antes de ponerlos sobre la mesa.
- Si no los has leído, léelos. Tenía mil y pico libros, muchos objetos de arte precolombino, un auto, una guitarra, varias flautas. Todo se lo vendí a unos amigos que se quedaron con mi apartamento del centro de Lima. Es muy posible que no regrese jamás a mi país. Con la plata que tengo, más la beca, viviré en Madrid hasta que termine el Doctorado y es muy posible que, finalmente, me instale en París. Mi madre murió hace tres años y creo que no regresaré ni cuando se muera mi padre... muy posible.
Una lágrima se resbaló por la mejilla y se le posó sobre el labio superior, la recogió con su lengua... Sus ojos son negros, rasgados, como de mujer india... y yo estaba allí, sentada en mi cama mientras la observaba. Marlene era mi compañera india nacida en Arequipa, de madre india y padre blanco, como los españoles que conquistaron el Perú.
“Menos tu vientre/ todo es confuso./ Menos tu vientre/ todo es futuro/ fugaz, pasado/ baldío, turbio”./ Miguel Hernández.

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