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martes, 29 de julio de 2008

ME LLAMO ABEL COMO EL DE CAÍN.

Ayer mis nuevos amigos, si se puede usar tan excelsa palabra, me aconsejaron que no aceptara trabajos que no estuvieran a mi altura. Ellos no saben que casi no tengo dinero y que necesito trabajar ya, en lo que sea y como sea, salvo en lo malo, claro está. Por la mañana, temprano, me llamaron para aceptarme como dependienta de la tienda de electrodomésticos y les puse una disculpa para que me reserven el puesto unos días. Aceptaron y quedé en presentarme, a las nueve en punto del próximo lunes, para empezar ya.
Marlene se presentó en casa sobre las tres de la tarde. Dijo que estaba muy cansada y que ya me contaría. Quedó durmiendo y yo acudí a la cita con el político, como le llamo, para ir a ver a la persona que se ofreció a presentarme para el trabajo.
El calor sigue siendo agobiante, pegajoso, lujurioso incluso y no me acabo de aclimatar. Se pega la ropa a la piel sudorosa. Madrid es algo así como el gran paraíso deseado. Cada calle, cada escaparate, cada avenida, me deja impresionada. Todavía es pronto para saber exactamente lo que significa para mi su arquitectura, su gente, su personalidad como la gran urbe que es. Lo que si sé, es que tengo la sensación de haber nacido justo en el momento en el que pisé su terreno, su ámbito. Soy otra, porque no me reconozco.
Marlene es para mi como una diosa de la suerte, como una puerta que me hace penetrar en la antesala de lo desconocido y lo desconocido es lo que siempre deseé, consciente o inconscientemente. Pensé en Mario, demasiado tal vez. Algún resorte despertó, inquietud hormonal, que hace funcionar la máquina interna que hace sentirme mujer, viva, despierta, deseada y deseosa de carne viva. Ardo en deseos de lo infinito. Así son las cosas y así las cuento
- Es curioso, aún no sé como te llamas. Dijo el político mientras caminábamos, como dando un paseo, hasta llegar a la Calle Velázquez.
- Ni yo como te llamas tu. Me llamo Angie. Contesté.
- Angie, como la canción de los Rolling Stone. Comentó y añadió: Me llamo Abel, como el de Caín.
- ¿De dónde eres?
- De Toro, en Zamora.
- Yo soy de un pueblo de la provincia de León, pero muy cerca de Benavente.
- Este amigo que te voy a presentar es un camarada, una buena persona. Se ha quedado ciego recientemente, pero tu tranquila, lo que importa es que lleguéis a un acuerdo y que te de el trabajo, si encontraras algo mejor siempre lo podrás dejar. Nunca olvides que eres libre, como mujer y como ser humano, que es lo mismo. Os dejaré solos mientras habláis. Te espero abajo y te acompaño para regresar juntos. Por el camino te invito a una caña, si quieres.
- ¿Por qué me ayudas, Abel?
- Por nada. Ha surgido así, te noto indefensa en ésta marabunta de Madrid, pienso que te vendrá bien que te eche un mano, o que, por lo menos, lo intente. Los principios son duros siempre. Lo sé por haberlo sufrido en carne propia.
“¡Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres! de mi alma en el más profundo centro/.” San Juán de la Cruz.

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