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miércoles, 27 de agosto de 2008

El camicace

Al levantarme de aquel banco y seguir a Abel hasta la casa del hombre que no ve, noté que mi mojadura era tan abundante que me podía traspasar los vaqueros Lois, que llevaba puestos.
Al llegar al piso sexto, el hombre que no ve y la señora que siempre me abría la puerta, esperaban sentados en el sofá del salón.
- Vamos Angie, que el tiempo vuela. Dijo el señor que no ve.
- Usted perdone, pero tengo que pasar al baño un momento y cuando quieran nos vamos.
En el baño me bajé el pantalón y las braguitas, hice un pis por necesidad y me limpié bien con papel tisue. Como estaba bajando algo más que pis y en previsión de posibles pérdidas, que me conozco, puse un buen trozo de papel debidamente doblado, a modo de compresa.
Según bajábamos por el ascensor, el hombre que no ve, me presentó a la señora que siempre me abre la puerta.
Abel, tan amable como siempre, abrió la puerta delantera derecha del Jaguar para el hombre que no ve, la trasera derecha, para la señora que siempre me abre la puerta y la izquierda para mi.
Al salir del garaje el hombre que no ve dijo la clásica broma: “Que levante la mano el que no haya subido”. “Ahora bajas por la calle Claudio Coello y te fijas en si hay mucha gente en la iglesia”, le dijo a Abel, que conducía el coche con total destreza.
En un momento dado, aparcó el coche y dijo: “Ahora vengo”. Todos en silencio. Me daba el sueño y trataba de memorizar la matricula, que no se me olvide, un Jaguar gris perla, M-899.901, impecable. La señora se llama Asunción, pero todo el mundo la llama Chon, rondará los cuarenta años y sin uniforme de criada, denota muy buena presencia. Viste bien y va peinada de peluquería, con mechas y eso. Sus manos son gruesas pero cuidadas, lleva las uñas pintadas a juego con las de lo píes, que se asoman en sandalias de cuero marrón. Se ve que es coqueta y se cuida, pero habla lo imprescindible. Si, no, si, no y de ahí no la saques.
“Todo normal, habrá quince o veinte personas”. Me fijé en el número de la calle pero no lo puedo decir. Cerré los ojos para centrarme en lo importante. Hablar del trabajo, del proyecto, de lo que haremos la próxima semana, de la matrícula para el carnet de conducir. Pensé en relajarme y dormir un poco.
- ¿Cuánto tardaremos en llegar?
- Poco Angie, menos de una hora. La carretera es buena.- Contestó Abel.
Cerré los ojos y traté de dormir. Ellos hablaban cosas sobre el tráfico y generalidades. “¿Qué te pareció la postura de Isidoro?” “Ya le conoces, se empeña en hacerlo en Francia, para Marzo”. “Que opina Alfonso?” “Alfonso también es partidario, están preocupados por Santiago, dicen que llama demasiado nervioso, que quiere parte de la tortilla”, “Eso también lo digo yo, ¿Cómo se le ocurre llamar a mi casa? No me jodas, Abel, eso no se hace. Cuando hable con Dolores se lo voy a decir, que no llamen, que manden a alguien, de sobra saben que al menos hay que esperar un año o dos. Dicen que anda mal, que ha perdido mucho y que tiene problemas de riego, ya sabes”. No entendía lo que decían pero esos nombres... lo de París, no se, algo me decía que hablaban de algo clandestino. Abrí los ojos y como si fuera un aviso divino, me di cuenta de que un coche se nos abalanzaba de frente.
- Cuidado Abel, que se estrella contra nosotros.
- Ostia, será hijo de puta. Dijo Abel, dando un volantazo suave para esquivarlo pero suficiente para salir hasta el arcén, casi hasta la cuneta y salvarnos de milagro.
Me dio tiempo a volverme rápidamente, por instinto, y a través del cristal trasero coger los datos, un Seat 24 de color beige, matrícula M-1138-AA. Nos bajamos todos menos el hombre que no ve. Abel se apoyó sobre el coche y encendió un cigarro. “Joder, joder, por poco nos mata, venía directo a por nosotros”. El hombre que no ve, nos dijo que si estábamos bien, que subiéramos y que al llegar al pueblo lo denunciariamos a la Guardía Civil, por si saben quien es el que conduce como un camicace.
Se nos revolvió el estómago. El camicace alcanzó a un matrimonio y un niño de ocho años, que venían detrás de nosotros, minutos más tarde, sin posibilidad humana de que pudiéramos avisarles. Murieron el conductor del Seat 24 y el inocente, que llevaba un Citröen GS, la mujer herida grave y el niño, que iba dormido en el asiento de atrás, ileso, según le contaron a Abel los de la Guardia Civil.
Así que estuve muy triste todo el día. El hombre que no ve, me animaba, pero todo se había estropeado y bien ¿Cómo es posible que pasen éstas cosas? En un segundo pude estar muerta, pudimos estar muertos, podemos estar muertos.
Tengo que cambiar.
“No digáis que, agotado su tesoro,/ de asuntos falta, enmudeció la lira;/ podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía”./ Gustavo Adolfo Bécquer.

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