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jueves, 21 de agosto de 2008

El radiocassette.

No es que sea miedosa o cobardica, lo que pasaba es que, Elisa Llamazares Trapiello, conducía como un piloto de carreras, como si su coche fuera un bólido.
- No corras tanto que nos la pegamos.
- Tranquila, es que me voy meando en vida. Por cierto, Angie, ¿qué matricula tiene mi coche?
- Yo qué sé.
- ¿En qué calle vivo?
- Tampoco lo sé.
- Pues amiga, hay que fijarse en todo. En la vida hay que estar con cuatro ojos. Te voy a tener que enseñar a tener disciplina de observación. La observación es lo más importante en la vida. Estar atentos ante todas las situaciones y todas las circunstancias de la vida. Te enseñaré, pero espabila, que estás atontada.
- Tienes razón.
- ¿En qué tengo razón?
- En que estoy atontada. No me entero ni de la mitad.
Por fin llegamos a su casa. Estaba deseando, sobre todo, por bajar del coche. Su plaza de garaje está debajo de su casa, por lo que subimos en el ascensor, sin que nadie nos pudiera ver.
- No me interesa que me vea la gente y con los vecinos, lo imprescindible ¿Qué matrícula tiene mi coche?
- M-3254-AA, creo.
- Recuérdala siempre. En Madrid te espabilas o te espabilan. Ten cuatro ojos. Ponte cómoda mientras haga la gran meada de mi vida..
Siempre tiene las persianas del piso bajadas al máximo, por lo que estaba semi oscuro. Dejó la puerta del baño entreabierta y no pude por menos que quedar sorprendida por el sonido tan tremendo de su acto. Me acordé de las vacas de mi padre, y no sé por qué. Bueno, si sé ¡Meaba como las vacas!
- Joder, Angie ¡Qué alivio!
Mientras se desnudaba me fijé en una radio cassette, con dos pletinas, qué había en la librería casi vacía de libros y de todo. Era un Grundig precioso. Ella, sentada en el sofá, se deshacía de sus armas y las ponía en la mesita de centro. Sus pechos eran para mi como dos imanes, pero disimulaba. Se quedó completamente desnuda y me pidió que la acompañara a su habitación.
- Estoy rendida y aquí, en mi cama, con diez minutos tumbada, me recupero. Si te gusta lo puedes llevar. Me lo trajo mi padre de Alemania. Mi padre era albañil. Cuando éramos pequeños no les llegaba para darnos de comer, como aquél que dice. Así que.. un día llegó diciendo que se iban Paco el Oso y él a Alemania. Dicho y hecho. Estuvo catorce años. Mi padre volvió hace tres años y ha puesto una tienda de ultramarinos. Paco el Oso, aún sigue allá y este verano trajo ese cassette que mi padre le había encargado para mi, así que te lo regalo. Mañana consigo otro parecido. Un tendero en Fuencarral, de Santa Cristina la Polvorosa, por cierto, que me debe un favor, así que le pido un radio cassette similar y en paz ¿Te vas a quedar ahí sin hacer nada? Ven.
- Espera que fumamos un Bisonte. Voy a buscar un cenicero.
- Entonces tu lo que quieres es un buen baño en la bañera.
- No he dicho eso.
- Pero sabes que fumé en el baño contigo y quieres que se repita. Sólo fumo en la bañera cuando estás tu. Una vez, en la Academia de Policía, nos pidieron que teníamos que tomar una decisión drástica, un cambio rotundo, aunque fuera doloroso, como prueba de disciplina extrema. Elegí dejar de fumar y lo hice en ese instante. Hubo compañeros que no superaron su prueba y se las vieron y desearon para aprobar. Sólo fumo contigo en la bañera, que lo sepas.
- Está bien, tu ganas. Pero que conste que no lo había pensado.
- Tu no, pero tu subconsciente si.
Se metió en el baño y mientras se llenaba la bañera de agua caliente, me iba desnudando poco a poco. La miraba, la admiraba, pero a la vez la odiaba con toda mi alma. Ya me iba a meter cuando dijo que trajera el cenicero que estaba en la mesa, en el salón. Tenía razón. Lo que yo quería, realmente, era coger, durante unos segundos, aunque sólo fueran unos segundos, las pistolas en mis manos y mirarme en el espejo con ellas apuntando y lo hice. En la bañera dejé que me limpiara con jabón abundante y la esponja, como si fuera su niña, entre risas y esto y lo otro. Una vez bien limpia, alcancé el paquete de Bisonte y le ofrecí un cigarrillo. Fumamos mirándonos, mirándonos mucho. Solo mis pies jugaron con su sexo y con sus pechos. Cerraba los ojos y se dejaba llevar en gemidos de placer y de ahí no pasamos, hasta que se incorporó y me pidió que la comiera, poniendo su sexo al borde de mi boca.
- No, hoy no.
- Si, hoy si.
- Que no, hoy no.
No había terminado de decirlo y ya estaba besándome y yo resistiéndome y resistiéndome, hasta que cedí. Me llevó a la cama y consiguió lo que quería y yo me fui como un río que ella bebió como se bebe... el líquido del melocotón en almibar.
- Esta noche voy, con una amiga, a ver Doctor Zhivago, por tercera vez.- Dijo, mientras se arreglaba. La próxima semana no existo. Estaré con mi traje nuevo de hombre. Me queda perfecto. Un día me lo pongo para ti y te joderé como si fuera un hombre y te quitaré el virgo ese, que no se para qué lo quieres.
Insistió en que me llevara el Grundig junto con las cuatro cintas de cassette que tenía: Leonard Cohen, Santana, Joan Baez y Bob Dylan. Me acercó hasta casa con su coche y yo iba más contenta que unas castañuelas, aunque arrepentida, o sea un lío de cabeza, como casi siempre.
- Angie, reza por mi. El chaleco antibalas no me protege todo el cuerpo.
- Ya no rezo. – Contesté, pero Elisa Llamazares Trapiello no me oyó. Había salido zumbando, como una desesperada, con chirrido de ruedas y todo.
No obstante, todo es vacío, hueco, desesperación. Lo material no me llena, no me alcanza. Vacío, profunda soledad.
“¡Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!/”. San Juan de la Cruz.

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