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sábado, 23 de agosto de 2008

Lo clandestino.

Al volver la esquina, para coger la calle de la pensión, me encontré con Loli, la compañera que vive pared contra pared a mi habitación. Nos pusimos las dos muy contentas de vernos. Le debo la comida del domingo.
- Benditos los ojos que te ven ¿Qué es de tu vida?
- Hola Loli, pues ya ves, que tengo trabajo desde el martes y una amiga nueva, aparte de mi compañera de habitación, una peruana, que a lo mejor ya conoces y más cosas que ya te contaré.
- ¿Te has comprado un radio cassette?
- No mujer, estoy yo buena como para comprar nada. Me lo ha dejado una amiga que se va a Londres por un año. Dijo: “llévatelo y me lo devuelves a mi vuelta. Para que esté ahí parado...” – Mentí, improvisando la respuesta.
- Qué suerte. Me voy, que llego tarde ¿El domingo comemos juntas?
- Si, claro. Tengo que ir al rastro, así que después del rastro quedamos donde el otro día.
- Pues vamos juntas, si quieres.
- Vale. Cuando me levante de la cama, sobre las diez, te doy un toque.
Marlene también se sorprendió de verme, dijo que parecía la niña perdida y hallada en el templo. Que se nos había estropeado todo. Que mañana no podemos ir a ver a Juan Carlos Onetti, que ha tenido una recaída. En cuanto a los de las embajadas también han surgido problemas y no podemos quedar con ellos.
- Pues casi mejor, así no salimos y descansamos. – Respondí.
- De eso nada. En diez minutos a la calle, a la aventura. Podemos ir al cine, al teatro, a tantas cosas. Buscaremos algo que nos salga gratis, o casi. Prepárate que en diez minutos estamos en la calle ¿Te gusta el cine?
- Mucho, podemos ir a ver Doctor Zhivago.
- No seas pendeja. De ver, vemos alguna en versión original. No soporto el doblaje ni la censura. Así que veremos algo en francés, en inglés, alemán, italiano... hay tanto que ver. El cine de Arte y Ensayo está a dos pasos de aquí.
Había cola para ver una película de Passolini, director del que no había oído ni hablar. Casualmente, estaban esperando una chica francesa y dos venezolanos, que también esperaban en la cola que, por lo visto, se conocían de la Universidad. Acordamos comer un bocadillo de calamares y una caña en la Plaza Mayor y después iríamos a La Araña Lunar, a tomar una copa y bailar.
La francesa se llamaba Silvie, hablaba bastante bien español y llamaba la atención su minifalda y su melena rubia, pero rubia rubia, igual que la chica de la ventana, o que Silvie Vartan. Los venezolanos eran muy atentos conmigo, se llamaban Ruben y Filiberto. Hacíamos un grupo un poco bastante heterogéneo y singular.
Después del bocadillo y camino a la discoteca, pasamos justo por la puerta del piso donde vivían los venezolanos, compartido con otra estudiante de su país. Se lió la cosa y decidieron que para hablar con más tranquilidad, subíamos y allí podríamos estar sin miedo a las palabras ni a los pensamientos, que a nadie le importa lo que hablemos o hagamos.
Hablaban de la falta de libertades en España, de los militares, de lo clandestino, del comunismo, de lo ácrata y subterráneo, de masones, anarquistas, de golpes militares, de Fidel Castro, de las pintadas en la calle, de la muerte de Franco, que ya le queda poco aunque solo sea por lógica, decían. De Chile, de Agentina, de Colombia, del Che Guevara, de Mao, del Mayo francés, del terrorismo de la Eta. Una vez más, me quedaba embebida con sus conversaciones y no me enteraba de nada. Muchas palabras no las había oído en mi vida y no tenía ni idea de lo que significaban. Me reconcomía conmigo misma, porque yo soy de un pueblo, pero es que he estado viviendo en León capital muchos años y tengo la carrera de Magisterio hecha ¿Cómo es posible que con veintiún años esté tan ciega? Y no digamos en lo que respecta al sexo...
Subimos al piso de los colombianos y arriba estaba la compañera, que parece ser novia de Filiberto, una chica algo más joven, como de dieciocho o diecinueve años, llamada Liliana. La pobre estaba medio dormida y la pillamos casi desnuda. Se puso una camisa de hombre, me imagino que de su novio y nos acomodamos en el salón. Unos sentados en el suelo, otros en el tresillo, sacaron botellas de vino, aceitunas y conguitos. Pusieron música de Violeta Parra, otra desconocida, dios, música venezolana, colombiana y bailábamos suelto y agarrado, todas las combinaciones posibles. Éramos cuatro chicas para dos chicos y uno comprometido.
Silvie y yo bailábamos juntas y enseguida noté que iba a por mi, su afán de besarme me desconcertaba. Marlene y Liliana hacían sus bromas y jueguecitos tocándose, mientras los chicos estaban más interesados en beber. Finalmente, Liliana se lió a besarse con su novio y se fueron a la cama. A juzgar por los gritos de ella, no lo pasaban mal.
Me fui al baño y me siguió Silvie. Insistía en que no había nada de malo en que dos chicas hicieran el amor, que todos somos bisexuales, que estoy muy reprimida, que me libere, que soy muy guapa, que tengo la vida por delante y que disfrute cada día. Dije que nunca había hecho cosas de esas y que ni sabía. Me dejé comer y yo la comí pero no nos corrimos. Cuando volvimos del baño, Marlene lo hacia con Ruben y se les unió Silvie. Mientras ellos tres jodían, frenéticamente, sin pudor ni parecido, no me quedó otra que mirar atentamente, con los ojos como platos porque era la primera vez que veía hacer eso, eso si, tocándome con los dedos hasta que me vino, aunque no tan abundante como el que tuve con Elisa Llamazares Trapiello.
Regresamos a casa a las tres de la mañana, bastante borrachas, riendo como locas, pero despacito para no despertar a los vecinos y me acordé del hombre que no ve.
Marlene dijo que tomaban pastillas anticonceptivas que traía Silvie de París, que aquí estaban prohibidas, y que ella no podía estar más de dos días sin hacerlo con un hombre. Que era algo más que una necesidad fisiológica, era una forma de rebeldía contra la represión, contra lo prohibido y una venganza contra su frustrado amor por el hombre de su vida. “Lo más maravilloso que he sentido es cuando me penetran dos hombres a la vez...” que ya tiene el título de su tesis: “José María Erguedas y la Antropología peruana. Conexiones con la península Ibérica”. Escuchar estas cosas me volvían loca, pero no me avergonzaba de nada, no me preocupaba haberme corrido ante ellos, ni que hubiera vivido esa experiencia, me dolían mis desconocimientos, mis limitaciones culturales, y de las otras, a pesar de haber pasado toda la vida estudiando y leyendo, no tenía ni idea de nada. Dios mío, ¿qué será de mi?
“Yo sé muchas cosas, es verdad/. Pero me he dormido con todos los cuentos.../ Y sé todos los cuentos/”. León Felipe.

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