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jueves, 21 de agosto de 2008

EL CLIMA

En todo lo que me rodea existe un clima, una sensación, un algo misterioso que te carcome, que te inquieta. No es el calor, el bochorno, que aunque es insoportable, se soporta. El clima de sospecha, el clima de incertidumbre, el clima de erotismo soterrado, el clima que quiere pudrir los tabúes, la represión social, represión política, represión sexual, represión de falta de libertades, represión económica... y todo eso lo he descubierto tan recientemente, tan de ayer mismo... que me sorprende tanta ceguera mía y de todos.
Porque el hombre que no ve, es un enigma por si mismo, como lo es cada persona que me rodea o que me vigila. El enigma del clima que me excita y me pone de los nervios porque estoy permanentemente excitada, permanentemente deseosa de la “novedad”, permanentemente deseosa de la “sorpresa”, del “descubrimiento” del “destellos” y así se vive bien temblorosa por dentro. De ahí, creo yo, tantas ganas de que me venga y de vengan en mi, como dios manda. Por eso... y por mil cosas más que nunca sabré ni qué ni quién soy realmente.
Pero no importa, ya tengo asegurada mi cena de esta noche y de varias noches, y la cama y la bañera. Porque sobran noches y camas y bañeras. Sobra soledad y agobio por las pequeñas cosas.
En esto pensaba yo, bueno en esto y en mil cosas más, que se cruzan, se entrecruzan y al final no se sabe qué hilo seguir... El hombre que no ve me invitó a coger la fruta en la casa que tiene en la sierra, en Miraflores...
- No puedo ir, señor. Tengo un compromiso con la amiga. Vamos a ver a un escritor que se está dejando morir en la cama.
- ¿Como se llama?
- Juán Carlos Ogreti, creo.
- Onetti, será Juán Carlos Onetti.
- Ese es, si señor. Se me había olvidado el apellido.
- Lástima, nos llevaba Abel muy temprano y al atardecer regresamos. Recogemos las uvas, las peras, las manzanas... Onettí siempre podrá esperar, la fruta o se coge o se pudre.
- Señor, ¿de verdad, de verdad quiere que vaya?
- Pues claro, Angie. Pero si no puedes, pues nada.
- ¿Qué es de Abel?
- Ha tenido que ir a su pueblo. Su madre tuvo un cólico nefrítico. Ya está bien.
- Si fuera el domingo...
- El domingo imposible, Abel tiene cosas muy importantes que hacer.
- Para otro día será, señor.
- Angie, hablaríamos del trabajo, del proyecto... comeremos cordero en un buen restaurante, nos leerás versos, yo qué se, será un día extraordinario y tendrás fruta para dar y tomar.
- ¿Y qué le digo a mi amiga?
- Fácil. Que te ha surgido algo importante y punto.
Me entraron ganas de su mano en mi cabeza, sus dedos entre mi pelo, su mano en mi cuello, ganas de que presionara hasta que se me abriera la boca en busca de aire para no ahogarme y que me la tapara con la suya besándome... comiendo de mi boca la saliva de mi deseo de tenerle, pero me resisto y ni tan siquiera lo pienso.
Al despedirme, al terminar mi jornada laboral, me acerqué al despacho del hombre que no ve.
- ¿Señor, a qué hora tendría que estar aquí?
- A las ocho de la mañana en punto.
- Estaré, señor. Algo inventaré.
- Muy bien Angie. Así me gusta.
- Hasta mañana, señor.
- Hasta mañana, Angie.
Y se me puso una cosa en el estómago. Al bajar no vi a nadie. Estoy deseando que me lo haga Elisa Llamazares Trapiello, ella me quitaría las tensiones. Esta noche no haré nada, bueno ya veré. Pensando en eso, empecé a creer en los milagros, un claxon sonaba. Era ella.
- Sube anda.
- No se si debo. Tenía cosas que hacer.
- Pues me las haces a mi.
Subí, claro que subí. No podía evitar mirar a su escote y me dejé llevar hasta su casa. Mientras conducía me agarraba de la mano y yo no quería, pero ella insistía y así era como un juego de quiero y no quiero, pero quiero. Como un latigazo preguntó:
- ¿Conoces a un tal Abel?
- Bueno sí. Sé que es de Toro y que parece buena persona ¿Por qué lo preguntas?
- Por nada, por nada.
Me fijé en los bajos de su pantalón vaquero. No había duda, llevaba sus pistolas escondidas. Mis ojos, dios, mis ojos se han vuelto lésbicos, pero yo no.
- Cuando lleguemos serán tuyas.
Sin embargo, la luna era blanca y en poco rato se volverá amarilla rojiza. Ella, mi luna del alma, sabe de mi más que yo. Juro que era feliz en aquel coche, junto a Elisa Llamazares Trapiello.
- A las diez en tu casa, por si tienes que salir. Tenemos dos horas escasas.
¿Cómo sabía ella que he quedado con Angie para ir a cenar, a las once, con los de las embajadas? ¿O es pura casualidad? Vivir en un crucigrama es maravilloso, me dije, pero luego... dudé.
“Entre pardos nubarrones/ pasando la blanca luna,/ con resplandor fugitivo,/ la baja tierra no alumbra”./ Gertrudis Gómez de Avellaneda.

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