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lunes, 25 de agosto de 2008

La mano.

Esta mano que no tiembla ante la garra
o el fauce.

La mano que mece el elecho,
hierve la leche.

Esta mano que limpia las heces
del padre muerto.

La mano que enciende la vela
del misterio.

Esta mano que acaricia los pechos
que te están naciendo.

La mano que te invita a la cena
de los cangrejos.

Esta mano que luce el reloj
de arena, que se esfuma.

La mano que implora compasión
ante tanta debilidad.

Esta mano es la mano que está sola
a las tantas y sufre,
busca la otra que indique el camino
donde el tesoro duerme.

Aunque no me eches una mano,
tu mano,
la mía seguirá buscando.

¿Era por aquí el sendero
que dejaron los muertos?

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