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martes, 19 de agosto de 2008

LA BAÑERA

La tarde hace arder la brea, es como un horno de amasar pan, un borrajo. Al llegar a la casa, donde parece ser que trabajo, me llama, a su despacho, el hombre que no ve.
- ¿Qué tal va todo, Angie?
- Muy bien y ¿usted? ¿Usted como está?
- Yo siempre estoy como siempre, es decir, tirando ¿Estás contenta, aquí?
- Si señor, estoy muy contenta y agradecida. He de reconocer que tengo miedo a no poder desarrollar lo que usted necesite. Ya sabe que es mi primer trabajo y voy a tener que ser autodidacta a la fuerza.
- Mira Angie, ésta es una copia de la llave de la casa, para que no tengas que andar llamando. Dentro de tu horario, como es lógico. Nos corre prisa que te saques el carnet de conducir, necesito salir a hacer gestiones y me tienes que llevar.
El hombre que no ve, alargó la mano con la llave de la puerta de la casa. Le miro a sus inmensas gafas negras y trato de ver si realmente no me ve. Cojo la llave y siento su piel suave y templada. Busca mi cabeza, mi pelo y yo me dejo. Me toca como se toca un cojín de terciopelo granate de reclinatorio, mete sus dedos entre el cabello, como si tratara de despeinarme. Recorre mi media melena y regresa a mi nuca y sube hasta mi frente, baja despacio y se detiene con el pulgar en la comisura de mis labios.
- Sonríe mujer, sonríe. Déjate crecer el pelo, no te lo cortes nunca, si acaso un poco las puntas.
Su mano baja hasta el cuello y me rodea como si quisiera ahogarme y lo más curioso es que no me importaría. En ese instante mi vida no es nada, ni tan siquiera soy yo la que se deja, mi autentica yo, quisiera que apretara hasta que mi muerte se hiciera un poema de amor y locura y la otra yo, lucha con la contradicción. Le cojo de la muñeca y le aparto con delicadeza.
- Tiene un reloj muy bonito, señor.
- Es un Patek Philippe, modelo Chronometro Gondolo, de 1927. Era de mi abuelo, tiene una bonita historia, como cada una de las cosas de la vida. Un día de estos me llegará el de esfera en relieve, especial para ciegos, pero sin marca conocida. Poco a poco tendré que ir renunciando a lo que más quería ¿Te dejarás crecer el pelo, Angie?
- Claro que si, señor, aunque me ase, como ahora. No estoy acostumbrada a los calores de Madrid.
Antes de entrar en mi despacho paso, por primera, vez al baño que está en la parte de la vivienda. Se nota que ha sido reformada recientemente y el cuarto de aseo dispone de los sanitarios modernos, imitación a mármol con sus vetas oscuras y todo. Sentada, observo la bañera, tan pulcra, tan amplia, decorada con teselas azules de tonos agua marina, como un baño turco y me acuerdo de Elisa Llamazares Trapiello, pero no quiero. Me acuerdo de mi madre que no me enseñó nada de sexualidad, ni nada de nada, se limitaba a decirme que tuviera cuidado con las malas compañías ¿Qué son las malas compañías? Mi padre estará terminando de coger el trigo y la paja y los hermanos trabajarán como burros, de sol a sol, para pegarse un baño, al anochecer, en el río y después de cenar, ir a las fiestas de todos los pueblos ¿Y yo? ¿Qué pinto yo aquí? Con lo bien que estaba yo en el pueblo, y con lo mal que estaba. Me limpié bien con papel tisue y me miré al espejo ¿Mis ojos son mis ojos y ven lo que estoy haciendo conmigo? Necesito que Elisa Llamazares Trapiello me quite el virgo de una puñetera vez. Nunca tendré hijos o a lo mejor si, uno o dos, tres como mucho y cuando aprenda a joder no me reprimiré, aunque me convierta en la mayor puta del universo. Estoy harta de aguantarme. Tendré una gargantilla de oro como un dedo de gorda y varios anillos, un Cartier y no éste Radiant de nada y una casa mía, con mi propia bañera el doble de grande que la de Elisa Llamazares Trapiello.
No me corre prisa, pero si. Puse mi mano alrededor de mi cuello y me apreté mucho más que el hombre que no ve y me gustó. Me gusta ser tantas cosas que acabaré como una cabra, bueno, como una cabra ya estoy, si al menos pudiera hacer literatura de mis pensamientos.
En el baño vi, sin querer, una bolsa con miles de papelitos cuadrados como los que me pilló la pareja de la secreta. Una nota decía: “Para Abel, rastro domingo”.
“Dentro, en el vergel,/ moriré./ Dentro, en el rosal,/ matarme han.”/ Juan de la Encina.

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