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lunes, 27 de julio de 2009

LA LLEGADA. PENSIÓN "LA ORENSANA"

II
La llegada. “Pensión la Orensana”.

La vida es un eterno viaje, un viaje permanente, en el momento en que terminas uno, empiezas con otro. Pasa como con los horizontes, siempre hay otro más allá.
Cuando llegamos a Madrid, todavía quedaba algo de sol. Carmen, la compañera de viaje, dijo que esta noche me quedara en su misma pensión. Que en el caso de que no hubiera habitación, dormía con ella, que donde duermen cuatro, duermen cinco. Que mañana será otro día y que con luz todo se ve más claro.
Por ese lado estaba más tranquila. Me preocupa el poco dinero que me queda, cuatro mil seiscientas pesetas. Menos mal que mi madre, la pobre, me dio a escondidas un billete de cinco mil. “Toma, no se lo digas a nadie. Tu padre dice que no te da ni un duro y que no escribas para pedir que no te mandará ni un céntimo. Que mandar no mandes, pero que tampoco pidas y que des gracias que no te desherede". Por mí que le zurzan, no te jode.
Madrid impone. Nada más pisar tierra en la estación de Auto Res, me entró un escalofrío de tanta emoción. A Carmen le esperaba un chico muy amable que, con su Renault 5, nos acercó a las dos hasta la calle La Cruz que era donde estaba la Pensión “La Orensana“, donde vivía ella.
El chico y Carmen debían ser algo, porque se besaron en la boca pero por fuera, o sea en los labios, que no fue de tornillo, pero más que de amigo seguro. Yo me senté atrás y ellos hablaban raro, palabras que yo no entendía: clandestinidad, amnistía, acción y reacción, protesta callejera y cosas así. No se me olvida una frase ininteligible para mi en aquel momento: “El compañero Santiago dice que o ahora o nunca” y Carmen respondió: “Y tiene razón. Los tenemos cogidos por los huevos a los muy cabrones, es que manda cojones, cuarenta años esperando y aún quieren más, se dice pronto”.
Yo hacía como que no oía y me fijaba en las fuentes, en los edificios y Carmen, entre frase y frase, me iba señalando: eso es Neptuno, eso es Cibeles, eso es Banco de España y así. La verdad es que me sentía muy bien ayudada por la de Santa Cristina de la Polvorosa. Me parecía buena persona, aunque con una boca negra como la de un carbonero. En cada frase un taco o dos.
Para mis adentros me decía: “Quién me mandaría a mi meterme en estos berengenales”.
Felipe, que era como se llamaba el atento amigo, nos ayudó a bajar nuestras pesadas maletas y con el coche sobre la acera se despidió de su amiga, o lo que sea, y al despedirse de mi con dos besos, me raspó con su barba de ocho días y me recordó a mi padre que solo se afeita los domingos.
Me dijo que no estuviera triste ni preocupada, que el pueblo quedó en el pueblo y que ahora, en Madrid, a luchar y a triunfar. Carmen es un buen ejemplo de ello. Bueno guapas, os dejo.
Me quedé sin saber qué decir. Nunca nadie ha sido conmigo tan amable como aquél chico de barba de ocho días. Fué Carmen la que rompió el hielo.
- Una cosa que se me acaba de ocurrir ¿Por qué no quedamos esta noche después de cenar y llevamos a Esmeralda a conocer algo por ahi? Sería como un homenaje de bienvenida.
- Por mi vale ¿Vamos a escuchar música sudaméricana?
- Sería un detallazo, Felipe. Avisa a Alfonso y venís los cuatro ¿Te parece?
- Hecho. A las once en el Km 0.
La pensión "La Orensana" estaba en el cuarto piso. Escalera de madera, muy ancha y sin ascensor, así que llegamos arriba con la lengua fuera. La dueña era una mujer de mediana edad muy fuertota, que hablaba medio en gallego y que nos recibió con mucha alegría.
- Carmiña... un besiño. ¿Traes a tu hermana, rapaciña?
- No, señora Belarmina, es una amiga de cerca de mi pueblo ¿Puede quedarse esta noche a dormir en mi habitación?
- Pues claro, si viene recomendada por ti, aquí tiene su casa ¿Cómo te chamas guapiña?
- Esmeralda, me llamo Esmeralda.
- Anda, Esmeralda como la tía de mi marido, la de Carballino. Pues no se hable más. Mañana falaremos de los cuartos. Voy a la cocina que estoy facendo un pote galego pa chuparse los dedos.
La habitación de Carmen es muy grande, con un balcón a la calle. Una cama muy ancha, un armario, y una palangana en el palanganero...
¿Es posible que todo me vaya tan bien? ¿Madrid es del mismo país que mi pueblo?
Parece el extranjero, la verdad sea dicha.

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