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domingo, 19 de julio de 2009

PRAXILA Y TEA (VIII)

No sé qué sería de mi si viviera permanentemente en Madrid. Me vuelvo loca sólo de pensarlo. Pensar, por ejemplo, en los parques, otra de mis pasiones, en tantas iglesias, tantos museos, tanto arte, tanta vida, tanta muerte, tanto tráfico, tanta actividad, tanto frenesí y mi cuerpo me pide más y más... y sin embargo pienso en la muerte. Nunca creí que pudiera seguir viva y ese hombre... me recordó al amigo de mi padre que cuando aún era niña, en Bayona, me llevó en su barca a pescar y me pidió que le enseñara las que aún no me habían nacido y me sentí triste por ser tan niña y no haber podido ser más mujer. El mar es un hombre como mi padre que me desea. No quiero pensar.
En la cafetería del C. B. A., Praxila y sus amigos continuaban con su animada conversación. Las estatuas de mármol Ariadna dormida, y la de Minerva en bronce, creo, me dejan sin palabras y pienso en sacar fotos a la cúpula tan hermosa, a las columnas que tanto me atraen desde que mi padre me enseñó a distinguir las salomónicas de la ermita de su pueblo de las otras, los grabados a carboncillo de los cuadros en la pared de todo alrededor, cuerpos desnudos tan perfectos como un sueño lascivo, la lámpara como no hay otra y tantas y tantas cosas como allí existen. Arte y cultura supurando por todas partes y me acuerdo de mi padre cuando me decía: tienes que ser bien lista y no perder detalle de todo lo que veas. Fíjate bien en todo y ten cuidado de que no te hagan daño y tanto arte, no me canso de repetir, tanta belleza me hace daño. Mi padre sería tan feliz aquí conmigo.
- ¿Dónde te metes? Has debido fumar una paquete, me tenías preocupada, pensé que mira que si la secuestran.
- Me enseñó el edificio un señor muy atento. Es una maravilla.
- ¿El edificio o el señor? Toma, ya que estás de pie, dile al camarero que te de cambio.
- ¿Puedo comer aceitunas?
- Las que quieras, van a quedar ahí.
Las mujeres y los hombres me miraban como se mira a una extraña a la que se quiere conocer pero yo pasaba de presentaciones, como ya dije, y fui a hablar con el camarero para que me diera el cambio. El hombre mayor, el señor mayor, estaba sentado en una de las mesas con una chica muy guapa y una señora que bien podrían ser su mujer y su hija. Me dio un vuelco el corazón. Su perfil de hombre árabe, su tez tan morena, sus ademanes, su sonrisa, su... ¿Cómo es posible que me pasen estas cosas a mi que soy tan tímida y tan poca cosa?
- Perdone, ese señor de pelo largo y casi blanco ¿sabe quién es?
- Es un poeta y ellas son compañeras de tertulia. Vienen todos los miércoles.
Praxila dijo que ya era hora de salir hacia el Teatro, que convenía llegar un poco antes para poder hablar con M. y cambiar las entradas en taquilla. Se levantaron para despedirse con besos y a mi me dijeron que les hubiera gustado conocerme. Les dije que habría más ocasiones, que me pienso aficionar a venir con frecuencia a Madrid. Que como se decía antes, Madrid me mata, y que a mi me mata bien matada.
La fluidez con la que fluye mi imaginación, mi actividad frenética en Madrid, no sólo la de aspecto sexual, me tiene la cabeza embotada. No sé muy bien si todo ha sido real o imaginado, no sé si he bebido alguna pócima secreta y lo que vivo son alucinaciones o alubión de realidades. No sé si estaré siendo drogada por alguien o por algo que está diluido en el propio aire que respiro.
Praxila se ha puesto un vestido negro de seda, tirantes y escote generoso, su sujetador no lleva tirantes y su tanga de encaje, precioso, que yo vi cómo se lo ponía, le hace un trasero sensual y su espalda tan morena, su cuello, su pelo recogido y sus alhajas, sus zapatos de vértigo, que yo sería incapaz, le hacen resultar una mujer elegante y sofisticada. Es muy guapa y me atrae poderosamente, tanto que me da miedo.
Al salir del C. B. A. me dijo que tenía miedo por mi. Que no quería que me enamorase mucho de ella y que, sin embargo, necesitaba que la quisiera.
- Esta noche, en el hotel, hablaremos de ello. Si no consigo que te venga, olvídame. Yo también existo.

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