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martes, 21 de julio de 2009

BENDITAS PALABRAS DE AMOR

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La noche tarda en llegar a mediados de Julio. Son las nueve y media y aún falta para que oscurezca. Caminando, Praxila y yo, por la Calle Príncipe y cruzando hasta Virgen de los Peligros, donde está nuestro hotel high tech, hablamos como si tuviéramos prisa en tantas cosas, tantas impresiones, que nos faltan por comentar.
Sorprende la agilidad con la que se mueve Praxila con sus tacones imposibles. No nos damos la mano, no nos cogemos del brazo, ni por la cintura, pero procuramos el roce, el contacto. El vello de mi brazo hace ligero contacto con el del suyo y saltan chispas, saltan emociones, saltan vibraciones de su cuerpo que concatenan y dialogan con el mío. Las dos estamos deseando lo oscuro de la noche para que, sin rubor, sin pudor, poder cojernos de la cintura y que nos procuremos el contacto del pelo y si podemos, de nuestras mejillas.

Siento que Praxila es mi mujer y yo soy soy esposa, que soy la mujer de mi esposa Praxila, y esos sentimientos me duelen porque tienen periodo de caducidad. Mañana a estas horas estaré en mi casa con mi marido y mis hijos, procurando que no se me note el infierno que padezco.

Praxila decide comprar unos bocadillos, dos botellas de vino, una de coca-cola de dos litros y tres plátanos. Al darnos cuenta de que nos falta navaja o cuchillo, compramos uno de dos euros en un chino.

- No soporto la ropa arrugada. Ahora en recepción pedimos una plancha y planchamos tu vestido. Parece que te has estado revolcando en la era.

- Tienes razón, soy un desastre. Creí que cenaríamos en el Gijón, cariño.

- Hay cambio de planes. Cenamos un poco en el Hotel y luego salimos. La noche es larga ¿Te atreves?

- Si te atreves tu, me atrevo yo.

En el ascensor del Hotel, Praxila, me metió sus dedos para comprobar. Como dio su aprobación, me abrazó y doblando mi cabeza a su antojo, me besó con inusitada ansia. Nos miramos fijamente y las dos vimos cómo nos queríamos, que existe el amor o lo que sea.

Teníamos prisa por desnudarnos y sobre la alfombra me expuse todo lo que soy y me dejé amar por ella y ella me pidió con la mirada que le hiciera lo mismo. Haz exactamente lo mismo que te hago a ti y me vendrá como a ti te viene. Y así fue cómo supe que sus orgasmos son un paroxismo y que su placer se derramaba por mi cara y por mi boca. Dulzura igual no existe en la tierra.

Comimos un poco y bebimos a morro de la primera botella de vino. Nos acostamos una frente a la otra y la cogía de la mano y la miraba su reloj de oro con pulsera casi maciza, sus otras pulseras, su cadena y medalla en el cuello denotaba una fortuna sólo en lo que llevaba puesto.

- Es un Cartier del 54, me costó millón y medio de hace once años. Es lo que gané aquel año en esto.

- ¿Qué es esto?

- Cariño, esta noche tu y yo vamos a una fiesta especial que organizo cada cuatro meses. Celebramos el solsticio de verano. Esta noche a las doce saldremos del hotel y nos dirigiremos a una casa, a un piso, de la calle Libertad. Allí nos esperan e irán llegando unas personas con las que charlaremos sobre literatura, sobre poesía, sobre teatro, sobre arte en general. Poco después se cruza una puerta secreta. Libremente, el que quiera. Lo que ocurra tras la puerta es y será siempre, nuestro secreto bajo juramento de sangre.

- ¿Cuántos y quienes serán?

- Quince, seremos quince. Nueve hombres y seis mujeres, todos desconocidos porque todos llevaremos máscaras. Si vienes dímelo ahora, si no también. Hay una mujer de comodín que está esperando. Si la llamo viene en tu lugar, si no la llamo es porque vienes tu. Decide ahora mismo ¿Vienes?

- Voy contigo donde me lleves, aunque sea a la muerte.

- No llores. Nadie te hará daño ni hará nada que no permitas que te hagan. Tranquila que no te dejarán preñada ni a mi. Llevo un diu como tu. Fíjate bien en todo, porque si llegamos a un acuerdo tu serás la que organices tus fiestas en Ciudad Real y provincia.

- ¿Se gana dinero?

- Mucho dinero ¿De donde crees que salen estas joyas y las que no ves. La casa de Zahara de los Atunes. El piso de Paris... ¿Estás conmigo?

- Estoy contigo ¿Puedes regalarme otra venida?

-No, ahora te toca a ti. Bésame.

Nos abrazamos y mientras me venía me hablaba y me hablaba y me venía, me venía y ella era una diosa que susurraba benditas palabras de amor. Me vino más intenso y duradero que nunca y se lo debo a su voz, a la música de sus palabras.

Así fue y así lo cuento.

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