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miércoles, 29 de julio de 2009

MI PRIMER CONCIERTO DE LA VIDA

IV
Mi primer concierto de la vida.

Mientras Carmen y yo nos cambiábamos de ropa y nos arreglábamos un poco, un alubión de pensamientos extraños me invadieron las cavernas del sentido o del sentimiento, no se.

Cuando la miraba cómo se hacía la raya del ojo, me acordaba de todas mis anteriores compañeras de habitación, de Luisita, de Asun, de Rosi, de todas y cada una de aquellas compañeras que tuve, durante todos y cada uno de los cursos ¿Qué habrá sido de ellas? ¿Tan mal me porté como compañera, como confidente, compartiendo, cines, procesiones, exámenes, las magdalenas que mi madre hacía expresamente para ellas, las felicitaciones de Navidad, las excursiones y tantas y tantas cosas? ¿Qué misterio esconde la amistad para que no haya sido capaz de comprenderlo? ¿Por qué no tengo ni una sola amiga, amiga? ¿Qué es lo que tengo de repulsivo que nadie quiere saber de mi más allá de su interés?

Carmen dice que mi vestido está bien conjuntado con los zapatos, que le gusta mi forma de vestir, que tengo estilo y sobre todo, que me de prisa, que me enrollo como las persianas. Bajamos a la carrera por las escaleras de madera metiendo más ruido que unos caballos cordobeses en un tablao.

En la calle, la noche madrileña en todo su esplendor de maravilla. Me quedaba extasiada ante los escaparates, antes los cines, los anuncios de neón y la gente. Me emociona ver a la gente. Un desfile de modelos y de belleza. Hermosura por todas partes. Me tengo que dominar o me pierdo.

Felipe y su novia Dolores, simpatiquísimos, Alfonso que vino sin novia pero que trajo a Oscar y todos, a por mi, a besarme y a decirme que soy muy guapa y que bienvenida a los madriles. Que tuviera confianza en mi misma, que triunfaría y además habiendo caído en manos de Carmen, me debería sentir afortunada.

- Ha habido cambio de planes - dijo Felipe - me ha llamado Elisa diciendo que vayamos a verla, que a lo mejor se lo revientan, el concierto, los fachas, que ha recibido amenazas por teléfono. Así que no queda otra: o vamos, o vamos.

- Pues vamos. - dijo Alfonso con su acento de sevillano.

Elisa era Elisa Serna, de la cual yo no tenía ni idea. En el camino, un paseo, hasta la calle Infantas, me iban explicando todos los detalles. Era curiosa la especie de mini procesión que, espontáneamente, se organizaba: Felipe y Alfonso hablando de política, Oscar y Carmen de sindicalismo y Dolores y yo de rebajas al ver los escaparates de pasada.

El teatro Jacinto Benavente, no se me olvida, era pequeño pero muy bonito. Me llamó la atención que teníamos las butacas de la segunda fila reservadas. Nos sentamos así: Felipe y Dolores, Alfonso, yo misma, Oscar y Carmen. Para mi esos detalles significaban mucho y me impresionaban.

Se apagaron las luces del teatro quedando iluminado el escenario con una potente luz de cañón. Salió Elisa, con su carismática presencia, con su guitarra y con su actitud anti diva, anti estrella. Carraspeó y dijo más o menos: gracias compañeros y compañeras, como sabéis la lucha continúa, esperemos que nos dejen luchar en paz ¡Por nuestros derechos! Muchas gracias. Aplausos.

Cantó “A des alambrar” de Daniel Viglietti, “Los mineros de Santa Bárbara”, otra que no me acuerdo y nada más empezar con la cuarta canción, se encendieron las luces del teatro y todo el mundo inquieto preguntándose qué pasaba.

Unos segundos después, regresó al escenario Elisa Serna y con el micro en la mano y llorando dijo: Compañeros y compañeras, nos acaban de dar un aviso de bomba. Por favor, por favor, desalojar despacio. Está visto que no les gusto a los fachas de mierda, o a los que sean. Buenas noches ¡No pasarán! Volver mañana.

La gente se mostraba enfadada, indignada, impotente y serena a la vez. Poco a poco fuimos saliendo y ya en la calle, Elisa se nos unió al grupo. La consolaron lo mejor que pudieron y Alfonso, tratando de quitar hierro al asunto, habló de ir a tomar una copa al Pentagrama. Decía Oscar que a lo mejor estaba Javier.

Carmen me explicó que se refieren a Javier Krahe y yo, como casi siempre, no tenía ni idea de quién era. Elisa llevaba su guitarra en la mano y yo no sé cómo me las arreglé el caso es que dejó que se la llevara yo. En ese momento, yo con la guitarra al hombro, guitarra en ristre, como la llevaba en algunas fotos el Serrat de los años sesenta cuando “Tu nombre me sabe a hierba” me sentía la chica más feliz de la tierra, terrenal.

Caminábamos despacio calle Fuencarral arriba, noche estrellada, en animada charla. Un poco tristes pero contentos de estar allí. Las sirenas de la policía, bomberos, ambulancias, que se acercaban hasta el teatro que habíamos dejado a su suerte. Gracias a dios era una falsa amenaza, como tantas otras que, según me contaron, se producían con harta frecuencia.

En ese momento la procesión era así. Felipe, Elisa y Alfonso, más atrás les seguían Oscar y Carmen, Dolores y yo las últimas, pero yo con la guitarra al hombro, no vayas a comparar. A veces se paraban los de cabeza y se formaba un círculo y Alfonso decía: “Ezto cabrone nos han follao la fiezta, pero no nos van a follar el copazo que nos vamos a meter pal cuerpo”. Todos reían y yo también. Pero, la verdad, no me enteraba de nada.

Otra parada, otro corrillo y Alfonso decía: “A Ezmeralda la tenemo que encontrar trabajo como sea. Madrid sin Ezmeralda no es Madrid“. Risas y más risas.

Dolores me decía: “Qué contenta se te ve chiquilla, con tu guitarra al hombro, se diría que eres tu la cantante. ¡Qué arte, madre mía!“Yo en una nube. Es muy difícil ser feliz y yo estaba cerca.

La luna seguía sin asomarse.

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