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domingo, 18 de octubre de 2009

DESAPARECIÓ.

Sus ojos negros como un túnel ciego, brillaban igual que la Estrella Polar. Exactamente así son los míos.
Su sonrisa dulce y magnética era idéntica a la mía. Con una leve inclinación de cabeza me pidió que saliera fuera y le siguiera por su camino.
¿Fuera de dónde? Seguirle o no seguirle.
Le seguí y entré dentro de su burbuja transparente. Cogidos de la mano, como si nos conociéramos de toda la vida, recolectamos líquenes, algas y musgo marino. Llenamos los bolsillos de corales para una nueva colección de exotismos.
Puso su corazón junto al mío y comprobé que latían los dos al unísono. Por sus venas corría la misma sangre que por las mías y se acercó tanto a mi boca que no pude evitar besarla en el pliegue de su alma. Le miré a los ojos agradecido y embelesado comprobé que ya no tenían brillo.
Al pedirle que se quedara junto a mi para siempre, desapareció.

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