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martes, 27 de octubre de 2009

Tres cielos.

¿Dónde se esconde la belleza de la palabra? ¿Dónde la belleza de las pequeñas cosas? ¿Dónde está la llave de la puerta por la que se entra al maravilloso mundo de la imperfección? ¿Dónde está el Gran Libro De todas Las Respuestas? Para la pequeña Lena, su experiencia, tan viva y tan a flor de piel, con su nueva amiga, Leo, la Pintora, La Artista, le parece lo más extraordinario que ha experimentado jamás y de cuyas consecuencias, presentes o futuras, no quiere saber. Sólo apurar cada instante siguiente, para paladearlo con delectación. Lena es feliz a pesar de que se pregunta si estará siendo feliz y su duda y su contradicción es, precisamente, la que le hace sentirse satisfecha en su nube de confortabilidad íntima. Jamás en la vida se había sentido tan a gusto.
- Leo
- ¿Qué?
- Jamás en la vida me he sentido tan a gusto como contigo. Estoy empapada de sudor y tu aún más que yo, sin embargo, no queremos despegarnos la una de la otra y estoy aquí, derretida y pegajosa encima de tu cuerpo y tu me abrazas y me aprietas contra ti a pesar de que estás empapada totalmente. Quisiera seguir así toda mi vida.
- Dame un cigarro y no pienses tanto, mi pequeña Lena y no dejes de tirar de mi cadena de plata, tira de la anilla de mi pezón derecho y a la vez de la anilla de mi labio mayor izquierdo, tira mucho hasta que sientas que ya vale y luego cambias y haces lo mismo con mis anillas contrarias. Dame fuego, no te retrases en subirte encima.
- Toma mi amor ¿No te hago daño con las anillas? Estoy tirando mucho. ¿Nos ponemos de lado mirándonos, amor mío?
- Si, será mejor ¿Qué ves cuando me miras?
- Veo... veo que eres la más maravillosa persona que he conocido y no distingo si eres mujer u hombre, veo que eres hermosa y que me tienes abrazada como si fuera tu niña, tu osito preferido, tu debilidad, como si fuera tu... Dios mío, no sonrías así que me enloqueces.
- Bésame y calla.
- Sí, mi amor. No hay cenicero, Leo ¿Dónde pongo la ceniza?
- En mis pezones.
- No, eso no.
- Si, eso si. Hazlo, que me da mucho placer. Fuma intensamente y deja que se acumule mucha ceniza y cuando te parezca la posas en mi pezón y luego soplas, vas cambiando y así hasta que se termine el cigarro.
- ¿Y dónde lo apago, amor mío?
- Te diría que en ti, pero aún es pronto. Te tienes que ir acostumbrando a encontrar belleza en el dolor. Recuerda las cuchillas de afeitar, recuerda la llamada de la sangre y ahora... quieta en silencio y duerme, duerme, duerme, mi pequeña niña con labios de chico.
- ¿Tu no dormirás?
- No. Vigilaré tu sueño. Mi pequeña Lena, duerme. Una vez había una niña muy guapa, pero muy guapa, que quería ser princesa y se adentró en el bosque de los enigmas y de las preguntas. Se metió por un camino lleno de cardos y de zarzas. Se pinchó en un dedo de la mano y le salió sangre y le escocía, chupó su sangre y siguió su camino. Más adelante, una zarza traicionera y venenosa, le raspó toda la pierna derecha. El dolor era intenso y el escozor insoportable, pero su objetivo era avanzar, seguir adelante, así que se sentó en una piedra y con mucha saliva se curó las heridas y siguió su camino. Le hicieron daño las ortigas, los espinos y acabó con el cuerpo como un cristo y al llegar a un claro del bosque, un sol espléndido iluminó la cabaña de un leñador. Estoy salvada, pensó. Se miró la sangre de las manos y la de las piernas y se dio cuenta que era hermoso sangrar y sufrir, si al final del camino se encuentra una cabaña de un leñador... y esta se durmió como un tronco y no se ha enterado de nada. Es preciosa mi pequeña Lena ¿Cómo evitar que sufra si yo sufro sabiendo que ella sufre? ¿Cómo puedo hacer para que no sufra nada más que lo justo? Según está ahora, dormida como un ángel, la amo, pero jamás lo sabrá. Esta noche tengo que hacer lo imposible para estar bien, para que todo salga bien. Es muy posible que tenga que ofrecer a la pequeña Lena a alguno de los hombres compradores. Tengo que pintar otra serie nueva ¿Por dónde empezar? Cerraré los ojos y no pensaré en nada, ni en nadie, sólo en el vacío... qué hermosa es mi pequeña, tan indefensa, tan entregada ¡Cuánta ternura en su cuerpo y en su alma ofrecida a mi, que le debo parecer una diosa! Dios, no quiero nada más que el vacío.
Transcurrido un tiempo, la pequeña Lena se despertó y mirando al techo, que no reconocía, se quedó pensando en su sueño y sonrió. Hacía siglos que no tenía un sueño tan bonito. Notó cómo le corría un hilo de sudor entre sus pechitos y se dio cuenta de que parte del calor no era su calor, parte del calor era del cuerpo desnudo y dormido de su... amada Leo. La contempló despacio, poro a poro y la visión tan hermosa, la llenó de ternura y emoción y no pudo por menos que llorar y sus lágrimas iban a parar a su labio superior y las chupaba y sus lágrimas eran dulces como el líquido del melocotón de almíbar que habían comido poco antes. Se incorporó y pudo darse cuenta de la perfección del cuerpo de Leo. Sus piernas largas y fuertes, sus pechos grandes y perfectos y sus pezones siempre erectos y sus anillas y su sexo tan grande y tan jugoso como un higo muy maduro cuando se abre a la mitad y se come y se siente tanta dulzura... Duerme, mi amor, duerme que estarás cansada.
- Lena, nos quedamos dormidas.
- Si, mi amor ¿Soñabas?
- No, mi pequeña Lena ¿Tu si?
- Si.
- ¿Me lo cuentas, por favor?
- Era muy niña, bueno ya tendría quince años y me perdí en un bosque lleno de zarzas y cardos y me pinché toda y me hice muchas heridas. Al llegar al centro del bosque había una cabaña de un leñador. Abrí la puerta y dormía un hombre muy fuerte y muy grande. Roncaba muy de vez en cuando y me quedé contemplando su hermosura y de repente, abrió los ojos y sorprendido me preguntó que si me dolían las heridas y al decirle que no, me mandó subir encima y que le besara mucho. Le besé y noté cómo me abría y me penetró con un miembro enorme y me mandó moverme despacio, muy despacio, siénteme, siénteme mi pequeña princesa y tanto le sentí que vinieron muchos pero muchos y pegué un grito y me desperté y al verte así tan dormida... me puse a llorar porque te quiero, mi amor. Te quiero a ti, no quiero al leñador y quisiera...
- Mi pequeña Lena... eres como el dulce de membrillo. Baja, abre mis labios con la anillas y dame un cielo.
- Si, mi amor ¿Me quieres?
- No.
- Vale. Te daré tres cielos.

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