XVI.- Me tendrás si es necesario.
El último tramo, hasta llegar a la casa, aún nos costó un buen rato, pero tuvimos la suerte de que dejó de nevar y aunque hacía frío, ya no era tan intenso. Tanto mi amiga como yo, llevábamos los pies empapados y menos mal que los impermeables nos protegían y el resto de la ropa estaba seca. Eso si, estábamos reventadas. Cada poco percibía la sensación de que alguien llamaba con insistencia, como si un ser invisible se diera cuenta de nuestra situación desorientada y comprometida y me parecía que con su magnética llamada, quisiera guiarnos como faro de puerto de mar, hasta la cancela de la casa.
- Patro ¿Oyes algo?- ¿Qué quieres que oiga, cariño? Aquí no hay lobos ¿Por qué lo dices?
- Por nada, por nada. Tonterías mías.
Con muchísimas dificultades llegamos a la casa y al tocar el pulsador del interfono de la puerta, Chema se sorprendió de que fuéramos nosotras a esas horas. Nos abrieron y salieron a recibirnos su mujer y él diciendo que estaban completamente dormidos, que era muy tarde.
Ni Patro ni yo habíamos querido mirar el reloj porque nos parecía que saber el tiempo que nos costaba llegar, nos haría sentir una angustia añadida a nuestra situación tan desesperada. Eran las doce y media de la noche. Nos había costado recorrer dos escasos kilómetros casi tres horas y media. Afortunadamente ya estábamos en casa sanas y salvas.
Había brasas en la chimenea y nuestro anfitrión añadió buenos troncos de leña de encina. Antes de secarnos le dije a Chema que me gustaría ver los caballos.
- Perdona Patty, pero estas no son horas de andar viendo caballos.- Tienes razón. Mañana los veré. - contesté resignada.
Qué bonito es ver nevar desde la ventana de la casa. Cuando era niña me quedaba fascinaba viendo cómo caían y caían los copos y ahora, después de esta experiencia, me he dado cuenta de lo poco que se de la vida y de las cosas que realmente pasan o pueden llegar a pasar. Mientras ponía a secar mis pies mojados, envueltos en los pantys negros, pensaba y pensaba y mi ojos, dios mío, mis ojos lloraban por mi hombre desconocido, por mi amor, no lloraban por mi, que aún soy muy joven, lloraban por el hombre que vive en la calle y que ya tiene más de cincuenta años y que tiene el pelo lleno de canas y me imagino lo que ese hombre ha podido sufrir para llegar a la situación en la que está y si yo he pasado por la muerte de mi padre, por la ruptura de un noviazgo, y ahora por la extenuante experiencia de la Harley Davison arrastrada entre la nevada más espesa y oscura que imaginarse pueda, cuánto será el sufrimiento acumulado por ese hombre que vive en la calle y no quiero imaginar dónde está el límite del sufrimiento soportable. Dios mío, dime que se encuentra bien.
Los dueños tienen confianza en Patro y le dejaron encargada de preparar algo de cena y dijeron que nos acostáramos en la habitación del piso de arriba, que había mantas y buena calefacción. Que estuviéramos tranquilas, que como mañana es domingo, podíamos aprovechar para pasar el día juntos, ensayar los nuevos temas, jugar con la nieve, pasear con los caballos... La vida sigue, estar tranquilas que todo se arreglará.
Entre las dos hicimos unas sopa ligera de sobre, calentísima, y unas tortillas francesas. Cenamos junto a la chimenea, tumbadas en la alfombra y las pieles de carnero, o de oveja, qué se yo, que por allí había. Tomamos vino, fumamos unos cigarrillos y escuchamos cómo el tiempo se había trastornado y ahora el cielo lloraba agua hielo y manchaba la pureza de la nieve.
Allí mismo nos quedamos dormidas y cuando desperté, Patro me peinaba el pelo con sus dedos y al sorprenderla, me miró a los ojos y casi llorando dijo que había sido muy valiente y que en vaya líos que me metía, que esta mañana, a las once y cuarto, te conocí y mira dónde te tengo metida, que es un desastre y que...- ... a lo mejor tengo cáncer y me queda poco ¿Si encontramos al hombre, me querrás a mi también?
- No hables de cánceres, por favor. Sólo puedo quererle a Él. Me tendrás si es necesario para tenerle.
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