XV.- Una vez, nevaba y fui valiente.
Nunca antes había visto tan de cerca el miedo, ni tampoco la necesidad de sacar fuerzas de flaqueza para sobrevivir. La noche infernal de nieve y viento, había convertido la carretera nacional en intransitable por lo que no nos quedaba más remedio que regresar a la casa de los amigos de Patro.
Las únicas roderas que había marcadas, en el camino de vuelta eran las de nuestra Harley Davison pero en menos de cinco minutos habían quedado ocultas por la nieve. Sin casi visibilidad y muy despacio, las dos montadas en la moto, avanzábamos prácticamente a ciegas, sin casi referencia del camino. En pocos minutos la moto empezó a resbalar y era completamente imposible conducirla. Tuvimos que bajarnos y llevar la Harley, que pesa lo suyo, del manillar mi amiga y empujando de la parte trasera yo misma. Como mi calzado no era el adecuado, mientras más empujaba más me caía al suelo. Menos mal que la moto tenía bastante gasolina y buena batería.
No se muy bien como no nos quedamos completamente bloqueadas en medio de la noche y del camino o tal vez, de la cuneta. La nevada era tan intensa que casi se notaba como iba aumentando el grosor de la nieve y como las ruedas de la moto cada vez se hundían más y más nos costaba moverla.
Patro dijo que lo peor que podíamos hacer era quedarnos paradas, que había que moverse con la moto constantemente, que sólo hay dos kilómetros hasta la casa de Chema y su mujer y que si avanzábamos aunque solo fuera veinte metros a la hora, llegaría un momento en que el camino habría terminado y por fin llegaríamos a la meta. El problema era acertar con la ruta exacta a seguir, no desviarnos y que no fuéramos campo a través. Tomamos como referencia zarzas y junqueras, y por intuición, conseguíamos ir avanzando, muy lentamente, pero avanzando.
La luz de la moto no nos servía de mucho y la única calefacción que teníamos eran los tubos de escape en los que. cada unos metros de avanzaba, poníamos las manos, sobre todo yo que no llevaba guantes, para que no se nos congelaran las manos. Ninguna de las dos queríamos mirar el reloj, nuestra única idea firme era la de avanzar y avanzar, aunque fuera en dirección equivocada. En varias ocasiones la moto patinaba tanto que Patro no la podía dominar y se nos caía. Teníamos miedo de que se derramara la gasolina y menos mal que tuvimos la suerte de conservarla.
Después de un buen rato parecía que la intensidad de la nevada había bajado un poco y pudimos apoyar la moto sobre un pequeño árbol. Patro me pidió un cigarrillo y a duras penas pudimos encender el de ella y el mío. Las cerillas se me apagaban nada más encender. Mi amiga, que había sido una buena fumadora, y que tenía mucha más habilidad que yo para todo, consiguió encender su pitillo y con el suyo encendí el mío. Fumamos una caladas bien profundas y con el casco en la mano nos mirábamos sin decir nada. Cuando terminamos de fumar y habíamos recuperado un poco de energía, Patro dijo algo que no se me olvidará mientas sea Patricia:
- Vamos, compañera, con dos cojones. Empuja por detrás que yo tiro desde el manillar. De esta salimos por la madre que me parió. Me cago en todo lo que se menea.
Me dio la risa y aunque no era el momento, escupí en mis manos, como hacen los jornaleros, saqué fuerzas de no se donde, el caso es que conseguimos avanzar un buen trecho hasta que una especie de cuesta nos obligaba a duplicar el esfuerzo para avanzar mucho menos y fue entonces cuando Patro se puso a gritar de alegría: “Lo hemos conseguido, lo hemos conseguido. Este es el repecho del puente antes de llegar a la casa“.
- ¿Otro cigarro, Patro?- Ni se pregunta. Pásamelo, preciosa y las cerillas, que las gastas y no encendemos. Cuando pasemos esta pequeña cuesta veremos la valla de La Colonia, como la llaman estos. La cancela del medio es la de Chema. Nos orientamos por las luces ¿Te parece bien, cariño?
- Claro que si. Lo que tu hagas bien hecho está, como decía mi padre que en paz descanse.- Ayúdame empujando recta que si no, me tuerces y se me cae la moto.
A pesar del frío tan intenso estábamos las dos sudando. Menos mal que iba dejando de nevar e incluso clareaba un poco. El caso es que superamos el repecho del puente y esperábamos encontrar las luces de las tres casas y allí no había nada. Nos habíamos perdido. La nevada era de unos veinte centímetros y no sabíamos qué hacer. De forma consciente nos habíamos propuesto salir del apuro sin pedir ayuda a nadie y no nos quedaba más remedio que llamar a alguien que nos pudiera sacar del atolladero helado.
- Me duele tener que pedir ayuda, pero no queda otra. Es posible que hayamos avanzado en dirección a Paracuellos en vez de en dirección a Algete. Vete a saber. Llamaré a Chema a ver si nos puede venir a buscar ¿Dónde le digo que estamos?
En ese momento percibí algo que me resultó familiar. Tardé segundos en procesar la sensación y en tener la certeza. Mi corazón me dio un vuelco tan grande que creí que me iba a morir en ese instante. Abracé, emocionada, a mi amiga y le dije que guardara el móvil. Que estábamos salvadas.
- Este es el camino, este es el puente y a unos cuarenta metros empieza la valla. Vamos compañera, que lo hemos conseguido.
- ¿Cómo lo sabes si no se ve ni un burro a tres pasos?- Empuja, tira de la moto con todas tus fuerzas. Empuja, que tenemos derecho a un milagro y lo hemos tenido.
La nieve en la noche, relucía y caían grandes y hermosos copos como si fueran pétalos puros, alma de perla, y mis lágrimas fueron de alegría porque, una vez, nevaba y fui valiente. Si, me acordé de Él.
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